Artículo correspondiente a la columna semanal del Diario La Nación de los sábados 7, 14 y 21 de agosto de 2021. Todos los derechos reservados.
Si hay algo que nos gusta a todos los seres humanos (incluso a los animales muchas veces) es la música. En esta misma columna me he referido a su efecto sobre el cerebro y sobre las emociones en más de un sábado de conversación con ustedes, queridos lectores neurofanáticos. Pero... ¿pensamos alguna vez por qué nos gustan algunas músicas, mientras que otras no? Y es que los gustos musicales son tan variopintos como cantidad de personas existen sobre la faz de la tierra.
En la cultura occidental, la atracción del ser humano hacia la música ha generado innumerables opiniones y estudios, desde aquellos que la han enfocado desde la Filosofía hasta los que la abordaron desde la luz potente de las Neurociencias: todas arrojaron valiosos conocimientos sobre la relación de los hombres con el sonido y nos llevan a concluir que, de todas las manifestaciones artísticas, la música es la que consigue que afloren nuestras emociones de una forma más inmediata e incontrolable El gusto por la música parece ser algo innato, a diferencia del conocimiento musical que es algo que se aprende.
Pero... ¿qué hace de la música algo tan próximo a nosotros? Independientemente al hecho de que la música es omnipresente gracias a la tecnología (auto, casa, trabajo, en auriculares cuando hacemos deportes, cuando nos juntamos con amigos) y en todo momento es la más accesible de las artes, debe haber algo más. Por eso, todos debemos saber que la ventaja de la música con respecto al resto de artes es que su procesamiento se produce a través del oído y este sentido es el que mayor desarrollo intrauterino alcanza. Su formación comienza en las primeras semanas de gestación y antes de la mitad del embarazo, aproximadamente en la semana dieciséis, el feto puede percibir sonidos procedentes de la madre (los latidos del corazón, los ruidos intestinales, el flujo sanguíneo…) o del exterior (las voces, los ruidos de la calle, la música…) y reacciona a lo que escucha a través del movimiento corporal y del aumento de ritmo cardíaco. Lo curioso es que el oído comienza a funcionar unas nueve semanas antes de que la oreja esté en su sitio y completamente formada (esto ocurre en la semana veinticinco) y nos da una pista de por qué la percepción auditiva resulta más evocadora que el resto de percepciones: el enorme nivel de sofisticación del sistema auditivo nos permite atender no solo a estímulos sonoros externos sino que tenemos la capacidad de reproducir sonidos internamente con bastante más precisión que las sensaciones y experiencias que podemos recrear con el resto de sentidos. Por ejemplo, si queremos dejar de ver algo de inmediato podemos cerrar los ojos, si queremos dejar de oler basta con taparnos la nariz, si queremos dejar de tocar lo solucionamos retirando nuestra mano de allí, si queremos cambiar nuestro mal sabor de boca podemos beber o comer algo nuevo pero… ¿qué podemos hacer cuando una canción se nos ha metido en la cabeza y no hay manera de olvidarla instantáneamente? Tenemos pocas alternativas: no podemos cerrar las orejas, no solucionamos mucho tapándolas, no podemos retirarlas del objeto sonoro ¡porque está dentro de nuestra cabeza! Solo podemos esperar a que el sistema auditivo se centre en otra actividad o la memoria musical desista. He aquí una de las razones por las que la música, como sonido que es, nos resulta tan próxima: el sistema auditivo nos permite recibir estímulos externos a los que reaccionamos antes de nacer y reconocemos inmediatamente después del nacimiento.
Igualmente, la capacidad de reacción del oído humano es altísima. Prueba de eso es cuando se oye la bocina de un vehículo, sin esperar a razonar la respuesta, "pegamos el salto" para salvarnos de lo que sea... aunque más no sea una broma de mal gusto del que tocó el claxon. Y es que los mecanismos de alerta se relacionan con el sistema auditivo porque este era uno de los que alertaba a nuestros antepasados que iban de cacería de que eran ellos los acechados y no los animales que deseaban cazar para así salvarles la vida. Es justamente por eso que el oído es uno de los sentidos que más rápidamente reacciona incluso cuando estamos dormidos ya que junto con el olfato tiene un mecanismo de alerta que no se desactiva.
Si bien hablamos más de los sonidos, ahora hablaremos ya de la integración de los mismos dentro de lo que es la música. La música es más compleja que un sonido aislado y por ello los estudios neurológicos la han utilizado para investigar en profundidad cómo funciona la percepción auditiva. Los experimentos con electroencefalografía han arrojado datos muy interesantes sobre cómo, al escuchar determinado tipo de música, cada individuo activa regiones concretas del cerebro relacionadas, en muchos casos, con las mismas áreas que se activan cuando sentimos miedo o un placer muy intenso. También han permitido determinar que: el oído tiene una gran capacidad de memoria que funciona como un enorme vademécum al que recurrimos para que nos ayude a explorar nuevos sonidos o nuevas músicas y que con pocos estímulos es capaz de activar más regiones cerebrales que el resto de sentidos. Esta es la segunda razón por la que la música nos resulta tan próxima: al activarse en el cerebro regiones no relacionadas propiamente con el sistema auditivo, se nos permite acumular experiencias que vivimos a partir de otros sentidos, de otros estados emocionales. Además, al necesitar tan poco para activarse, con sentir dos o tres notas de una melodía se mueven nuestros recuerdos no solo musicales sino también las vivencias relacionadas con ellos.
Que la música nos mueve y nos conmueve no es nada nuevo. La diferencia entre los estudios actuales y los anteriores radica en que se da una explicación científica más profunda que pretende responder a cómo y por qué con la música se nos pone tantas veces la piel de gallina, se nos hace un nudo en la garganta, se nos llenan los ojos de lágrimas o nos entran ganas de saltar y gritar. La gran mayoría de los seres humanos no sienten tan a menudo estas sensaciones con otras manifestaciones artísticas como con la música.
Pero (y esto le interesará a los músicos que leen mi columna)... ¿Se puede mejorar la apreciación y la comprensión musical sin estudiar música? Apreciar y comprender poseen diferencias sustanciales que se notan cuando los alumnos estudian música a nivel de Conservatorio. En los alumnos que leían música, así como en los que no lo hacían pero esbozaban conceptos visuales para entenderla y realizar una especie de "desglose auditivo" de lo que oían, la comprensión de lo que escuchaban era sumamente aceptable. La conclusión a la que se llegó es que si entendemos la comprensión musical como la acción de penetrar en su conocimiento para poder entender e interpretar de una forma más precisa los parámetros y elementos musicales, es indispensable tener nociones avanzadas sobre lectura, entonación y ejecución instrumental. Sin embargo, si la apreciación musical es la acción de poder evaluar con un mínimo de rigor aquello que escuchamos, no hace falta tener nociones relacionadas con la lectura y la entonación musical, pero sí unas pocas ideas claras y concisas sobre análisis auditivo. Esto mejora en mucho la apreciación y la consideración de la música, especialmente la de aquella que no está dentro de nuestro gusto ni de lo que escuchamos habitualmente.
Esto es, precisamente, lo que hace que no podamos decir que la música es un lenguaje universal –no todo el mundo comprende toda la música– aunque sí podemos confirmar que la música es como una lengua pues, igual que éstas, utiliza esquemas. Unos esquemas que se pueden aprender de forma implícita a base de escuchar y comparar o de forma explícita aprendiendo qué parámetros y elementos son los que conforman esa música. Unos esquemas al fin y al cabo que nos proporcionan muy variados niveles de conocimiento sobre algo que a todos nos gusta: La música.
Durante décadas, los neurocientíficos se han preguntado si existe una explicación biológica para que unos acordes nos agraden más que otros o si, por el contrario, se trata de una cuestión cultural como defienden algunos compositores. Un estudio del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y de la Universidad de Brandeis -ambos en Estados Unidos- publicado en la revista Nature se inclina por esta segunda hipótesis: sugiere que nuestras preferencias acústicas dependen más de la exposición a un determinado estilo musical que de un rasgo inherente al sistema auditivo. Es posible que las clases de sonidos para las que podemos adquirir de forma sencilla respuestas estéticas están restringidas por lo que es fácilmente discriminable, y eso está determinado hasta cierto punto por la biología. Aunque hay razones para hablar de una habilidad innata para distinguir los acordes que nos parecen más agradables del resto porque hay entre ellos diferencias de armonía, los datos de este estudio sugieren que la respuesta estética que se asocia con una clase de sonidos se adquiere mediante la exposición a una cultura.
Ya los músicos de la Antigua Grecia observaron que las notas que componen los acordes consonantes -los que nos parecen agradables- guardan una relación de números enteros en lo que a la frecuencia de sus ondas sonoras se refiere; por ejemplo, entre do y sol -que juntas forman la llamada "quinta perfecta"- la relación es de 3:2. Es posible que los griegos comenzaran a hacer música usando combinaciones de notas que formaran cocientes de números enteros porque creían en teorías estéticas que echaban sus raíces en ese tipo de proporciones, y así seguimos hasta ahora. En efecto, la música occidental se basa en gran parte en armonías que se construyen siguiendo estos principios, que se han difundido a lo largo de todo el mundo. Mediante estudios en diferentes poblaciones culturales se encontraron que las preferencias sobre la consonancia o la disonancia dependen de la exposición a la cultura musical occidental y que esa preferencia no es innata. Esto en cuanto a la armonía, respecto a la melodía, les cuento en el siguiente párrafo.
Sí, pero ¿por qué estos sonidos nos producen emociones? ¿Por qué no otros? ¿Qué es lo que distingue la música de, por ejemplo, el ruido del tráfico, y qué efecto tiene en nuestro cerebro? La música es algo común a toda la humanidad y además nos define como especie. Es cierto que la música clásica reduce la ansiedad en los perros, mientras que el heavy metal les hace ladrar más. A los gatos les da igual la música que pongas. Pero esto tiene que ver más con el ritmo y el tono. En realidad nosotros tenemos una capacidad que los perros y gatos no tienen: la llamada tonalidad relativa. Los humanos no solo oímos los tonos separados, sino que también percibimos las diferencias entre las frecuencias de las notas de una canción. Son estas relaciones entre las notas las que nos permiten recordar e identificar una melodía, algo que ningún otro animal puede hacer. Los pájaros pueden reconocer una secuencia de tonos, pero si cambiamos la tonalidad de toda la canción para hacerla más aguda o más grave, ya no pueden. En otras palabras, algunos animales pueden distinguir melodías, pero solo nosotros, los humanos, podemos percibir la armonía, la estructura de la canción. Hemos evolucionado para aprender a distinguir patrones, series que se repiten, y hacer predicciones. Cuando acertamos con las predicciones nuestro cerebro recibe una placentera descarga de dopamina. Toda la música son series y patrones que aprendemos a reconocer. Tenemos las proporciones entre las notas tan metidas en el cerebro que somos capaces de adivinar cuál es la nota siguiente.
Pero esto no termina aquí: los humanos también somos curiosos y nos gustan las sorpresas. Por eso, cuando una melodía o una armonía se sale de lo que esperamos, nuestro cerebro también recibe una recompensa. Esto ha permitido a una inteligencia artificial desvelar cuál es el secreto de que una canción sea pegadiza. El programa es capaz de componer un éxito pop instantáneamente. Hay muchas hipótesis sobre el origen de la música en los humanos, entre ellas, que en un momento fue parte del lenguaje, y que nos permitió expresar emociones. Por eso tenemos gargantas que nos permiten cantar. Por eso nos gusta la música.Por eso nos tiene DE LA CABEZA. Hasta el sábado que viene.
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