Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nación del sábado 2 de octubre de 2021. Todos los derechos reservados.
Una de las cuestiones que desvelan a las Neurociencias desde hace tiempo es el real concepto de "libre albedrío". Pongamos un ejemplo: llega el sábado y debo elegir entre quedarme en casa a ver una serie en Netflix o salir con amigos a compartir. Si salgo, debo decidir con quien y dependiendo de eso, donde ir, que hacer. ¿Es esta una decisión libre o influenciada?
Parece que hay muchos condicionantes, a favor y en contra, del camino a seguir. En realidad, su decisión sería completamente libre si un día se inclinase por una actividad y otro por la opuesta. Pero, ¿cuándo se darán las mismas exactas circunstancias? En la práctica, nunca. Ese es uno de los problemas de lo que se entiende, en sentido estricto, por libre albedrío: la capacidad de tomar decisiones diferentes ante exactamente las mismas condiciones ambientales, sociales, individuales y emocionales.
A esto sumamos que cualquiera puede hacer lo que quiera, pero no elegir lo que quiere. ¿Estamos predeterminados a lo que decidimos? La batalla del determinismo tiene también un sustrato religioso. Por ejemplo, los jesuitas defendían en su momento que el libre albedrío era necesario para poder alcanzar la salvación. Los jansenistas y protestantes creían en la predestinación, por lo que uno poco podía hacer en ese caso. ¿Quién tiene razón?
Como muchas ocasiones, la Neurociencia viene a salvarnos de una encrucijada más. Incluso los expertos en derecho penal ven difícil aplicar los conceptos de responsabilidad y culpabilidad a decisiones tomadas por una estructura material como es nuestro cerebro.
En la actualidad, la inmensa mayoría de los neurocientíficos aceptamos que es nuestro cerebro el que ocasiona y regula lo que hacemos y lo que pensamos. Es decir, comportamientos, deseos, recuerdos, emociones y pensamientos dependen de la actividad de porciones específicas de nuestro cerebro. Si para ver hace falta la retina y partes definidas de la porción más posterior del cerebro, denominada corteza visual u occipital, para tocar el piano hace falta la actividad coordinada de porciones específicas de las cortezas parietal, prefrontal y motora y así para todas las demás actividades que hacemos, sentimos o pensamos.
¿Cómo ocurre la actividad consciente, es decir, aquella que nos permite percibir el mundo exterior, adquirir conocimientos y tomar decisiones? A fin de cuentas, todo esto subyace al proceso de decidir, de elegir lo que uno quiere hacer.
Esto se explica así: en primer lugar, gran parte de la actividad cerebral ocurre de forma inconsciente. Por ejemplo, cuando vemos una película, las imágenes se suceden de forma pausada con cortes espaciados varios segundos, lo que nos permite seguir las escenas percibiendo todo lo que ocurre, mientras que con los videoclips musicales el tiempo entre corte y corte es muy breve y, aunque creemos que vemos todo lo que nos enseñan, la realidad es que no es así. Ocurre que, para que la información visual se haga consciente, la actividad cerebral debe alcanzar la porción más rostral del cerebro, el lóbulo prefrontal.
Cuando las imágenes se sustituyen rápidamente la activación cerebral no llega al lóbulo prefrontal y no somos completamente conscientes de lo que se muestra. Aun así, tenemos la sensación subjetiva de que estamos viendo el contenido global del filme, pero es gracias a una percepción subconsciente. Ese procesamiento subconsciente también ocurre, en parte, cuando tratamos de decidir qué hacer, ya que la actividad cerebral precede a la actividad mental consciente, por lo que el momento en que decimos "Eureka!" es solo el corolario final de un proceso mental que transcurrió cuando hemos estado buscando la solución a un problema matemático, o a un dilema de otra índole y, de repente, parece que se nos ilumina la mente y encontramos la solución. Ocurre que, en el caso de que sea una cuestión lingüística, más de un segundo antes de que digamos '¡ajá!' se activan porciones específicas de la zona parietooccipital y de la corteza temporal anterosuperior. Por supuesto, nuestro estado consciente varía a lo largo del día mientras estamos activos, descansando, pensando en las musarañas o durmiendo. A cada una de esas situaciones corresponde una actividad cerebral determinada.
Por las limitaciones conceptuales indicadas hace una semana sobre el libre albedrío, los neurocientíficos preferimos manejarnos con el más flexible concepto de toma de decisiones, no de una cuestiòn "metafìsica· de conceptos de libertades. Y esas decisiones se toman independientemente de que sean libres o determinadas, lo que interesa saber es qué ocurre en el cerebro cuando tomamos una decisión determinada.
En 1983, Benjamin Libet desató una controversia con su demostración de que nuestra sensación de libre albedrío podría ser una ilusión, al demostrar con un experimento ya clasico, que la decision de efectuar algo como un movimiento, era ya tomada fracciones de segundo antes de que se produjera aparentemente de manera libre y no condicionada. Parte de la atracción del experimento de Libet se debe a dos intuiciones dominantes que tenemos acerca de la mente: la primera es la sensación de que nuestra mente es una cosa separada de nuestro ser físico, un dualismo natural que nos empuja a creer que la mente es un lugar puro, abstracto, libre de limitaciones biológicas; la segunda es la creencia de que conocemos nuestra propia mente, que nuestra experiencia subjetiva de tomar decisiones es un reporte exacto de cómo se tomó esa decisión.
La mente es como una máquina. Siempre que funcione bien, nos sentimos alegremente ignorantes de cómo lo hace. Es solo cuando surgen errores y contradicciones que nos llama la atención ver que pasa. Quizás la verdadera decisión está hecha de alguna forma "por nuestro cerebro" o tal vez simplemente sea que la sensación de decidir está atrasada con respecto a nuestra decisión real.
Solo porque reportamos erróneamente el momento de la decisión no quiere decir que no estuvimos íntimamente involucrados en tomarla, en el sentido significativo que eso pudiese tener. Llevados al campo de las neuroimagenes donde se examinò con un resonador magnetico funcional el cerebro de personas mientras tomaban decisiones aparentemente libres de cualquier tipo de presion, se ha comprobado por los registros de zonas "despiertas" en ese momento en el cerebro que.todas las decisiones las toma nuestro cerebro inconsciente de forma determinista, en función del estado en que se encuentra en el momento de recibir los estímulos que lo mueven a escoger entre varias opciones.
Ahora, con estos descubrimientos, nos toca asumir un conocimiento nuevo sobre nuestra manera de ser: la conciencia llega cuando ya hemos tomado la decisión. Nuestras decisiones están predeterminadas inconscientemente un poco antes de que nuestra conciencia las perciba como si las hubiera desencadenado de manera premeditada. Y esta es la palabra clave: no ha habido “premeditación” consciente. La respuesta biológica ha sido automática y anterior a la toma de conciencia “meditada” de que estamos conformes con la acción ya ejecutada.Según esto, la impresión del sujeto de haber decidido racional y libremente no es más que una simple ilusión de control, una justificación a posteriori del cerebro para sentir que teníamos razones para hacer lo que, en realidad, hemos hecho motivados por nuestras sensaciones y emociones. Definitivamente, esto nos ayuda a confrontar nuestras intuiciones sobre el funcionamiento de la mente y a ver que las cosas son más complicadas de lo que instintivamente imaginamos.
Pero no se preocupe: no somos máquinas. Somos seres vivos con motivos internos que nos llevan a explorar y entender el mundo que nos rodea y a nosotros mismos. Esperemos que para bien. ¿Díganme si no es para estar DE LA CABEZA?. Nos leemos el sábado siguiente.
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