Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nación del sábado 10 de octubre de 2020. Todos los derechos reservados.
Conforme avanzan la Ciencia en general y las Neurociencias en particular, las fronteras se van expandiendo, y el anticiparnos al alcance del conocimiento no es limitarlo sino ponerle reglas al uso que el conocimiento pueda tener. La humanidad ya tiene ejemplos bastos de mal uso del fruto del cerebro humano, o sino, hubiera sido un genial ejercicio el poder preguntarle hoy a Einstein si imaginó que sus descubrimientos podrían llevar a cruzar la frontera de la ciencia para crear armas de destrucción y dominación masiva que tienen al mundo en un jaque de que algún demente pueda apretar mal (o muy bien) un botón.
En ese campo de cosas, nos encontramos con que el Parlamento chileno, motivado por neurocientíficos, la academia y el sector privado igualmente, comenzó a estudiar un Proyecto de Ley que modifica la Constitución de aquel país para garantizar la protección de los llamados Neuroderechos de las personas. Qué es esto y qué implicancias tiene? Muy por el contrario a lo que pueda sonar, como un limitador del pensamiento o un intento de ejercer un control sobre lo que se piensa o deja de pensar, es todo lo contrario: es la suma de nuevos derechos que deben ser precautelados para tener garantizada la libertad más individual de una persona: la de sus pensamientos. Y es que en los últimos años las neurotecnologías han avanzado vertiginosamente y la medicina ha entregado una mejor calidad de vida a miles de pacientes alrededor del mundo. Sin embargo, diferentes investigadores advierten del poder de este nuevo tipo de avances de controlar y monitorear nuestros aspectos más privados: pensamientos y comportamientos que podrían ser alterados o espiados. Es por eso que, para poder protegernos de estas posibles consecuencias necesariamente surgen los llamados “neuroderechos”, los cuales velarán por nuestra intimidad y libertad frente al constante avance de las compañías tecnológicas.
Con gran alegría de mi parte, leí esta semana que Chile se transformará en el primer país en presentar una iniciativa de este tipo, que busca reformar su constitución, proponiendo que la integridad física y psíquica que permite a las personas gozar plenamente de su identidad individual, y de su libertad no sea socavada por ninguna autoridad o individuo por medio de cualquier mecanismo tecnológico que aumente, disminuya o perturbe dicha integridad individual sin el debido consentimiento, estableciendo que sólo la ley podrá establecer los requisitos para limitar este derecho, y los requisitos que debe cumplir el consentimiento en estos casos. Igualmente, y sumado a la reforma constitucional chilena, se suma también el ingreso de un proyecto de ley que establece la neuroprotección y que busca resguardar la integridad física y psíquica de las personas, a través de la protección de la privacidad, de los datos neuronales, del derecho a la autonomía o libertad de decisión individual, y del acceso sin discriminaciones arbitrarias a aquellas neurotecnologías que conlleven aumento de la capacidades psíquicas. En otras palabras, no detener la neuroinvestigación, pero establecer los límites éticos de estos descubrimientos. Los neuroderechos nos protegerían de dispositivos invasivos que pueden afectar nuestro cerebro, manteniendo el imprescindible derecho a la protección de nuestra privacidad mental
Hoy en día sabemos que el mundo digital se está rigiendo por una batalla para ganar el control del humano, caso contrario vean el documental de Netflix sobre las redes sociales, o sigan las noticias sobre influencias en campañas políticas para ganar votos mediante estrategias de neurocontrol inconsciente como sucedio en el Brexit de Inglaterra o en las elecciones en Estados Unido. O, incluso, para hacernos comprar cosas que no necesitamos, manipulando nuestra libertad de pensamiento de manera para nada ética. Es el momento en que nos sumemos como país a esta iniciativa chilena, y demos un paso adelante del resto de manera al menos a legislar para que las neurotecnologías hagan a las personas felices. No en balde, 25 de los más prestigiosos neurocientíficos del mundo se suman a esta iniciativa que, a mí personalmente, me dejó DE LA CABEZA. Dejo abierto el debate y nos leemos el próximo sábado.
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