sábado, 12 de junio de 2021

ENTRENANDO EL CEREBRO PARA LA POST PANDEMIA



 

Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nación de los sábados 8 y 15 de mayo de 2021. Todos los derechos reservados.

De que esta pesadilla va a acabar no tengo duda. Cada vez más cerca está el final, un día a la vez, con el advenimiento de las vacunas a todos, de la adopción de medidas permanentes de higiene y convivencia, y del cambio de mentalidad... aunque sea por la fuerza. La humanidad en su historia ha sobrevivido a peores épocas y ha salido triunfante y airosa. Y para ese entonces, nuestro órgano rey debe estar preparado, porque si bien estamos preparados para seguir peleando, también debemos prepararnos para la victoria, para ganar esta dura guerra. 

Desde que comenzó la pandemia, el confinamiento y el cercenamiento de nuestras libertades y comodidades del "mundo como lo conocíamos", han campeado sentimientos de incertidumbre, soledad, trauma, duelo, estrés, ansiedad y tantos otros que han socavado nuestra conducta, nuestro ánimo, nuestra emocionalidad. Nuestro cerebro nos acostumbró en mayor o menor medida a vivir con el miedo a contagiarnos o infectar a alguno de nuestros seres queridos más próximos, así como a sustituir por videollamadas las reuniones familiares o entre amigos. A los que manejan nuestra salud mental les gusta llamar a este acostumbramiento con un término que ha tomado cuerpo más que nunca y que, probablemente, ya se ha incorporado a nuestro vocabulario como tantos otros conceptos en estos últimos tiempo: la resiliencia. Esta no es otra cosa que la capacidad de adaptarse a los cambios bruscos o de recuperarse frente a un acontecimiento adverso, y de la cual ya les hable el año pasado en esta columna ni bien comenzábamos este derrotero juntos. Esta aptitud depende, es cierto, de la personalidad de cada uno pero también... ¡se puede entrenar!. Al ser un concepto un tanto abstracto, alude a una capacidad mental que surge cuando nuestro cerebro se ve sometido a situaciones de conflicto o estrés, de ahí que esté focalizada en el hipocampo y la corteza prefrontal, el centro de emociones como el miedo o la memoria. 


Sin embargo, es importante saber que padecer episodios de ansiedad crónica puede dañar la conexión entre la corteza prefrontal y la amígdala, haciéndonos menos resilientes Además, hay variantes genéticas que afectan a los niveles y actividad de las hormonas que inducen al estrés, así como aquellas que las contrarrestan. Algunas personas pueden nacer con más capacidad de resiliencia, pero también hay mucha influencia del entorno, desde su nivel socioeconómico, su acceso a la atención médica, nivel educativo o el hecho de sentirse apoyado por una comunidad de gente. Es por ello por lo que no podemos resignarnos y pensar que nuestra capacidad de resiliencia viene determinada solo por nuestra información genética, sino que gran parte del desarrollo de esta cualidad viene de saber cómo regular la respuesta al estrés, lo cual hace que sea un conjunto de habilidades que podemos aprender prácticamente cualquiera de nosotros. ¿Pero cómo? Fortaleciendo el centro de control ejecutivo del cerebro (la corteza prefrontal) y el centro de excitación (la amígdala) para que no se vea invadido por el miedo y despierte en nosotros emociones negativas, sino que logrando la activación de las emociones positivas, las cuales reducen los niveles de excitación, amplían nuestra capacidad de atención y aumentan el espíritu creativo, lo que ayuda finalmente a las personas a ser más flexibles en sus pensamientos y actitudes, de manera tal que miremos al estrés no como un problema insuperable, sino como una desafío que hay que resolver. 


Hay cosas que no podemos cambiar; de hecho, fuimos muy conscientes de esto mismo durante la pandemia, cuando tuvimos que guardar el confinamiento domiciliario durante meses. Muchos se llevarían las manos a la cabeza y vivirían bajo continuas situaciones de estrés, pero también otros tantos otros comprendieron que se trataba de una oportunidad para pasar tiempo en casa o desarrollar alguna habilidad que debían aprovechar (si, ya se, la famosa "masa madre" o el hacer cerveza en casa). Esto tiene un nombre en Psicología: lo llaman "optimismo realista" y consiste en tener una actitud orientada hacia el futuro y creer en que las cosas van a salir bien. No es una disociación de la realidad ni el "vivir en una nube de gases emanados por el aparato digestivo por via baja" (por decirlo de manera fina), tampoco es no saber ver los problemas o tener mucha capacidad para resolverlos, sino simplemente no vivir pegados a una connotación negativa de lo que le pasa, teniendo una gran capacidad para desconectarse de forma rápida, particularmente de todo lo negativo que no tiene solución. 

En el otro extremo de la escala resiliente, aparece lo que también la Psicología definió como antípodas del "optimismo realista", y es el llamado "realismo depresivo". Esta nueva corriente filósofica y psicológica es un tipo de flexibilidad cognitiva que se asocia con un control ejecutivo más fuerte de la corteza prefrontal que surge como respuesta de esa sensación de miedo o incertidumbre que despierta en la amígdala y provoca el estrés. De ahí que padecer episodios de ansiedad crónica pueda dañar la conexión entre la corteza prefrontal y la amígdala como dijimos, desregulando esta capacidad para hacer frente a los problemas y obviar aquello que no se puede remediar, produciendo trastornos que pueden ir hasta el estrés postraumático. 

Pero vamos a lo práctico: ¿cómo se puede ejercitar la resiliencia? Al ser una cualidad tan abstracta y con cierto componente genético, muchos se preguntarán cómo podemos aumentar nuestra capacidad de sobreponernos a lo malo. Una de las mejores maneras es mediante la meditación, la cual ejercita la corteza prefrontal, ya que ayudará a concentrarnos mejor y a autorregular nuestros propios pensamientos. Y eso sucede porque el cerebro es mucho más plástico de lo que pensamos, es como un músculo que se puede fortalecer o ejercitar. A esta capacidad la conocemos como "neuroplasticidad dependiente del uso", es decir, cuando más lo ejercito, más y mejor responderá mi cerebro y empleará menos esfuerzo en el futuro. En este tren de cosas, la respiración profunda que se da en la meditación ayuda a activar el sistema nervioso parasimpático, lo contrario a los sentimientos de lucha o huida, y comenzar a quitarse de encima las sensaciones de estrés. Y aunque parezca algo vano y superficial, está demostrado por estudios que, a corto plazo, respirar profundamente unas cuantas veces en un momento puntual de estrés puede activar este sistema, reduciendo los niveles de noradrenalina, la sustancia química del cerebro que aumenta la excitación. 


Finalmente, remarcar que quizás la forma más esencial de entrenar al cerebro para ser resiliente sea hacerle caso al proverbio japonés que dice "si quieres ganar, corre solo; pero si quieres llegar más lejos, corre acompañado". En nuestro camino hacia la recuperación de un suceso traumático o de un conflicto, sentirse acompañado en el camino es esencial para salir victoriosos. Eso si, elegir bien la compañía eliminando a los tóxicos y sumando a los positivos. Recordemos que no somos islas condenadas a soportar la embestida de las olas de forma estoica, sino que estamos rodeados de personas que seguramente estén pasando una situación parecida a la nuestra. Solo la solidaridad (lo vemos día a día) salva al mundo en el sentido literal de la palabra. Y, finalmente, si es demasiado difícil o no encontramos salida a los problemas que nos tienen DE LA CABEZA, siempre se debe pedir ayuda profesional. Porque esta guerra, te lo aseguro, la vamos a ganar como siempre lo hicimos a lo largo de la historia de la humanidad. Y debemos tener un buen y saludable cerebro para disfrutar de esa victoria. Nos vemos el sábado que viene, cada vez más cerca de ganar esta guerra.





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