jueves, 28 de enero de 2021

HABLEMOS DE NEURODERECHOS



Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nación del sábado 10 de octubre de 2020. Todos los derechos reservados.

Conforme avanzan la Ciencia en general y las Neurociencias en particular, las fronteras se van expandiendo, y el anticiparnos al alcance del conocimiento no es limitarlo sino ponerle reglas al uso que el conocimiento pueda tener. La humanidad ya tiene ejemplos bastos de mal uso del fruto del cerebro humano, o sino, hubiera sido un genial ejercicio el poder preguntarle hoy a Einstein si imaginó que sus descubrimientos podrían llevar a cruzar la frontera de la ciencia para crear armas de destrucción y dominación masiva que tienen al mundo en un jaque de que algún demente pueda apretar mal (o muy bien) un botón.

En ese campo de cosas, nos encontramos con que el Parlamento chileno, motivado por neurocientíficos, la academia y el sector privado igualmente, comenzó a estudiar un Proyecto de Ley que modifica la Constitución de aquel país para garantizar la protección de los llamados Neuroderechos de las personas. Qué es esto y qué implicancias tiene? Muy por el contrario a lo que pueda sonar, como un limitador del pensamiento o un intento de ejercer un control sobre lo que se piensa o deja de pensar, es todo lo contrario: es la suma de nuevos derechos que deben ser precautelados para tener garantizada la libertad más individual de una persona: la de sus pensamientos. Y es que en los últimos años las neurotecnologías han avanzado vertiginosamente y la medicina ha entregado una mejor calidad de vida a miles de pacientes alrededor del mundo. Sin embargo, diferentes investigadores advierten del poder de este nuevo tipo de avances de controlar y monitorear nuestros aspectos más privados: pensamientos y comportamientos que podrían ser alterados o espiados. Es por eso que, para poder protegernos de estas posibles consecuencias necesariamente surgen los llamados “neuroderechos”, los cuales velarán por nuestra intimidad y libertad frente al constante avance de las compañías tecnológicas. 



Con gran alegría de mi parte, leí esta semana que Chile se transformará en el primer país en presentar una iniciativa de este tipo, que busca reformar su constitución, proponiendo que la integridad física y psíquica que permite a las personas gozar plenamente de su identidad individual, y de su libertad no sea socavada por ninguna autoridad o individuo por medio de cualquier mecanismo tecnológico que aumente, disminuya o perturbe dicha integridad individual sin el debido consentimiento, estableciendo que sólo la ley podrá establecer los requisitos para limitar este derecho, y los requisitos que debe cumplir el consentimiento en estos casos. Igualmente, y sumado a la reforma constitucional chilena, se suma también el ingreso de un proyecto de ley que establece la neuroprotección y que busca resguardar la integridad física y psíquica de las personas, a través de la protección de la privacidad, de los datos neuronales, del derecho a la autonomía o libertad de decisión individual, y del acceso sin discriminaciones arbitrarias a aquellas neurotecnologías que conlleven aumento de la capacidades psíquicas. En otras palabras, no detener la neuroinvestigación, pero establecer los límites éticos de estos descubrimientos. Los neuroderechos nos protegerían de dispositivos invasivos que pueden afectar nuestro cerebro, manteniendo el imprescindible derecho a la protección de nuestra privacidad mental

Hoy en día sabemos que el mundo digital se está rigiendo por una batalla para ganar el control del humano, caso contrario vean el documental de Netflix sobre las redes sociales, o sigan las noticias sobre influencias en campañas políticas para ganar votos mediante estrategias de neurocontrol inconsciente como sucedio en el Brexit de Inglaterra o en las elecciones en Estados Unido. O, incluso, para hacernos comprar cosas que no necesitamos, manipulando nuestra libertad de pensamiento de manera para nada ética. Es el momento en que nos sumemos como país a esta iniciativa chilena, y demos un paso adelante del resto de manera al menos a legislar para que las neurotecnologías hagan a las personas felices. No en balde, 25 de los más prestigiosos neurocientíficos del mundo se suman a esta iniciativa que, a mí personalmente, me dejó DE LA CABEZA. Dejo abierto el debate y nos leemos el próximo sábado.      




EL CEREBRO NAVIDEÑO

 


Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nación del sábado 26 de diciembre de 2020. Todos los derechos reservados.

Es Navidad de un año atípico, pero Navidad al fin. Y todos nos sentimos "especiales" en estas fechas: evaluaciones, nostalgias, necesidad de reencontrarnos (más que nunca este año), compartir, incluso permitirnos excesos alimentarios y de erogaciones en gastos para "regalarnos" en estos días. Y, como todo en la vida, es nada mas y nada menos que una construcción cerebral, no del corazón como siempre aclaro, aunque, claro, se diga que es así. 

Poseer o no espíritu navideño tiene su explicación científica. Estudios realizados por la Universidad de Copenhague en Dinamarca, y que involucraron el escaneado cerebral por medio de resonancia magnética funcional y PET-Scan, en el que se midieron los cambios producidos en la oxigenación y el flujo de la sangre en el cerebro en respuesta a la actividad de las neuronas, fijaron qué partes del cerebro estaban involucradas en lo que conocemos como espíritu de la Navidad. Así, los mapas resultantes revelaron que cinco áreas del cerebro eran las protagonistas de este sentimiento: la corteza motora primaria y la corteza premotora, el lóbulo parietal superior, el lóbulo parietal inferior y la corteza somatosensorial primaria, todas ellas localizaciones cerebrales relacionadas con los sentidos somáticos y la espiritualidad. Este hallazgo, más que anecdótico, puede contribuir a comprender la función del cerebro en las tradiciones y festividades culturales. Aunque en realidad algo tan mágico y complejo como el espíritu navideño no puede ser completamente explicado por la actividad cerebral detectada por si sola probablemente. 

Estas activaciones tienen su explicación. En estudios pasados, la activación de los lóbulos parietales se había vinculado con la autotrascendencia, que es una cualidad compleja que hace que nos sintamos parte de algo más grande y está relacionada con la espiritualidad. Sin embargo, por más avances que tengamos en las neuroimágenes, las emociones complejas todavía no son comprendidas del todo”

Aún es muy difícil determinar si esta red neuronal navideña es exclusiva de la Navidad o si es indicativa de las emociones que también experimentan las personas que celebran otras festividades, como Janucá, la Pascua o el Diwali. Sin embargo, aunque el estudio de Copenhague tuvo una muestra pequeña de participantes, es uno de los primeros que deliberadamente buscan una "impronta" navideña en el cerebro. Todavía falta mucha investigación para saber qué ocurre en muestras mentes durante las tradiciones navideñas, pero por ahora podemos saber que una amalgama de emociones, expectativas y áreas cerebrales están trabajando juntas para que la Navidad sea la época que más nos pone DE LA CABEZA y una de las más placenteras del año. Nos leemos el siguiente sábado. Feliz Navidad.


LA MAGIA CEREBRAL DE LOS REYES MAGOS

 

Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nación del sábado 2 de enero de 2021. Todos los derechos reservados.

Mis mejores recuerdos infantiles están ligados a la mágica cartita que escribía con afán a Melchor, Gaspar y Baltazar pidiéndole el mejor de los juguetes y la cantidad inconmensurable de cosas que quería, mientras sin que me diese cuenta, mi mamá me dirigía imperceptiblemente hacia un destino fijado de antemano en mi juguetera y mi papá asentía apoyando la orientación, elogiando las cualidades del juguete que mágicamente aparecía junto a los zapatos en la mañana del 6 de enero, y que muchas veces no era el que yo quería, era el que amaba más que a nada por la magia y porque en casa nunca falto el 6 de enero por más difíciles que estuvieran los tiempos. 

Los niños viven la magia desde sus cerebros en constante evolución. Desde que empieza a adquirir el habla, hasta que llega a la edad del «uso de la razón», el niño vive una etapa del neurodesarrollo en la que sus procesos mentales están dominados por lo que los adultos fríamente llamamos fantasía (y que muchas veces nos emperramos en destruir porque la consideramos perjudicial). Es la etapa del pensamiento mágico que, aunque muy variable para cada niño, sucede entre los 2 y los 7 años de edad, y donde progresivamente se va dominando. el lenguaje, lo cual le permite nombrar las cosas para ir descubriendo y conociendo el mundo. Así, aunque el niño ya comprendía su entorno, se lo representaba en su mente únicamente a través de sus sensaciones que ahora ya tienen nombre propio, incorporando conceptos no tangibles que enriquecen y hacen más compleja su imagen mental del mundo. Es el lenguaje la herramienta que posibilita la memoria y la imaginación –recordar el pasado y anticipar el futuro–, ordenar las ideas para transmitirlas y dejar que las ideas de los demás maticen las nuestras. Con el lenguaje el niño puede empezar a intercambiar sus ideas con las de otros, empieza la socialización y con ella la adquisición de la cultura. En esta edad «mágica» irá adquiriendo las habilidades necesarias para conseguirlo, pero aún le queda mucho para pensar como un adulto. 

Sin embargo, aunque comience a darle identificación verbal a las cosas, todo sigue guiándose por lo que percibe a través de los sentidos. De hecho, su cerebro está acostumbrado a pensar en concreto y aún no sabe –ni puede– pensar en abstracto, lo cual gestiona y dirige sus procesos mentales. Por ejemplo, es egocéntrico, todo lo que piensa, hace y dice está impregnado de subjetividad, es por ello que el mundo es lo que el niño idea en su cabeza y no concibe el punto de vista de los otros, se desconecta de la conversación, monologa más que dialoga, parece más espontáneo, habla de sí mismo y de sus ocupaciones» mentales, solo de cosas de su interés, acompañando sus palabras de gestos y acción, y es por ello que en esta situación de palabras y acción cree que las palabras pueden transformar su entorno mediante magia, ya que piensa que la simple expresión de sus deseos hará que se cumplan. En definitiva, en esta etapa el niño usa el lenguaje sobre todo para integrarse en su entorno, todavía no tiene conciencia de que también sirve para recibir y transmitir información. Poco a poco su lenguaje irá adquiriendo un rol más social, comprenderá que el otro tiene otros puntos de vista que pueden modificarse e influenciarse con la conversación. 


Animismo, para él los objetos tienen capacidad y motivos para actuar como si se tratara de una animación de Disney. Como consecuencia de ese proceso mental subjetivo, el niño cree que las cosas, los juguetes, los seres inanimados tienen las mismas motivaciones que él, por eso los hace hablar y asumir roles. Igualmente, el niño remplaza la causalidad por la casualidad ya que la percepción sigue dominando su proceso mental, y es que el momento madurativo de su cerebro y las capacidades adquiridas hasta ahora son aún insuficientes para desarrollar un pensamiento lógico y abstracto, por lo que siguen dominados por lo concreto. Los sentidos los engañan y las cantidades son concretas, por lo que elegirán tener más juguetes repetidos que uno nuevo en la serie de colecciones, simplemente "por tener más". También para ellos el tamaño importa y elegirán para tomarse el jugo los vasos más altos aunque tengan menor capacidad que otro mas bajo pero de mayor volumen. Aunque le hagamos ver que la lógica no es esa, su cerebro aún no ha madurado lo suficiente para comprenderlo y en futuras ocasiones cometerá siempre el mismo error. 

Es fácil, entonces, comprender que los Reyes Magos funcionan porque tienen todos los ingredientes para encajar en estos mecanismos del pensamiento mágico: satisfacen los deseos expresados en una carta, en una noche pueden recorrer el mundo, el valor de los regalos es el que tienen sus deseos… La ilusión, la inocencia, los recuerdos y el futuro… y eso es muy positivo, hace a su desarrollo cerebral y no debemos coartarle esa inocencia, mientras al menos el entorno (los amiguitos o compañeritos) no lo hagan. Al fin y al cabo... ¿Quién no quisiera volver a ser niño y estar DE LA CABEZA cada 6 de enero?. Les dejo, me voy a poner los zapatitos y el pastito para los camellos. Nos leemos el sábado que viene. 



EL CEREBRO MALO

 


Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nación del sábado 9 de enero de 2021. Todos los derechos reservados.

Cuando estaba pensando en que escribir esta semana, una querida amiga me pregunta si el mal tiene una raíz cerebral... y surgió este tema cerebral sabatino. 

Pensadores y filósofos contemporáneos manifiestan que lo preocupante de la existencia del mal es que cualquier ser humano, en determinadas circunstancias, puede realizar actos tremendamente malvados e inhumanos. La Neurociencia explica esto de una manera práctica, aunque como la maldad es un acto complejo desde el punto de vista cerebral, no es una respuesta absoluta... como todo en Neurociencias. El IMT de Massachusetts en Estados Unidos analizó la actividad neuronal de un conjunto de individuos llegando a la conclusión de que, cuando las personas están en grupo, son más propensas a realizar acciones que individualmente les parecerían mal, e incluso a hacer daño a otras personas, como expliqué en uno de los apartados de mi libro CEREBRA LA VIDA. Las causas de la pérdida de moral cuando estamos en grupo pueden ser varias. Por ejemplo, podría deberse a que dentro de un grupo, la gente se siente más en el anonimato, más arropada por la masa que le hace creer que es más difícil de ser atrapada, a la par que siente una disminución del sentido de responsabilidad personal por las acciones colectivas, culpándole a la masa por esa simple cuan primitiva (y errada) ecuación tan humana de que "si todos hacen por qué yo no". Por otra parte, los individuos agrupados "pierden el contacto" con sus propias costumbres y creencias y, por tanto, se pueden volver más propensos a hacer cosas que normalmente considerarían como “malas”. O dicho de otra manera: en la "manada" nos olvidamos de nuestra propia moral y de nuestra propia formación personal humana, y adoptamos la costumbre del grupo, por más extraordinariamente contraria sea  a la que nosotros creamos. 

 Los científicos del IMT midieron en concreto la actividad neuronal en una parte del cerebro involucrada en la reflexión sobre uno mismo: la corteza prefrontal medial, mediante imágenes de resonancia magnética funcional (fMRI), una técnica que permite mostrar en imágenes las regiones cerebrales que ejecutan una tarea determinada, encontrando que, en algunos de estos voluntarios, dicha actividad se redujo cuando participaron en un juego como parte de un grupo, en comparación con cuando compitieron como individuos, presentando además más probabilidades de dañar a sus competidores que las que no presentaban esa disminución de la actividad cerebral (siempre en el contexto del juego). Pero no todo fue malo en estos individuos: en algunos de ellos la reducción de la actividad neuronal en la corteza prefrontal medial no se produjo, a pesar del grupo. Según los científicos, eso supone que las normas morales personales pueden mantenerse, e incluso ayudar a atenuar la influencia de la mentalidad de manada. El objetivo ahora es terminar de comprender por qué hay personas que “se pierden” más a sí mismas dentro de un grupo que otras. 


En 2011, neurólogos de la Duke University y de la Princeton University, de Estados Unidos, encontraron que la clave de la crueldad humana podía hallarse en el fallo de una red neuronal implicada en la interacción social y en el reconocimiento de otras personas como “humanos”, la cual puede desconectarse ante los individuos que causan disgusto o rechazo. Como consecuencia, la gente deshumaniza a otros individuos y olvida que éstos tienen pensamientos y sentimientos. De ahí a dañarlos sin prejuicios hay solo un paso. Es más, en una situación extrema, esta desconexión cerebral podría explicar cómo la propaganda contra los judíos en la Alemania nazi contribuyó a la tortura y el genocidio de millones de personas, o como el enardecer a las masas de un club de futbol haga que los fanáticos puedan incluso matar a otros simplemente por tener la casaca del "tradicional adversario". 

Si vamos a los casos puntuales de personas "malas" (que todos conocemos en nuestras vidas), en ellos quizá se combinan la desconexión con uno mismo (por presión del grupo, la “obligación” de ser malos, antecedentes personales o de personalidad, etc.) y la desconexión con los otros que los hace insensibles al sufrimiento ajeno, probablemente sin posibilidad de activar la empatía en sus zonas cerebrales correspondientes. Incluso, en casos emblemáticos como la de los nazis genocidas de judíos o de los exterminios de Saddam Hussein o de los grandes dictadores africanos tal vez ni la neurociencia ni la filosofía logren explicar lo que hicieron nunca. De cualquier modo, los científicos de la Duke University y de la Princeton University aseguran que al menos la “desconexión de otros” puede evitarse "pensando en la experiencia de otras personas”. Así se eludirían “una disfuncionalidad neuronal” y una “percepción deshumanizada”, en ocasiones de nefastas consecuencias. Y nos evitarían estar DE LA CABEZA con la maldad, una (dis)función del cerebro humano. Nos leemos la semana que viene.



LAS COSAS QUE DEBEMOS SABER ACERCA DEL SUEÑO

 


Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nación del sábado 16 de enero de 2021. Todos los derechos reservados.


Esta semana en mis redes sociales lancé algunos tips acerca del buen sueño, su importancia y las formas que debemos encarar dichos problemas. Y la avalancha de preguntas no se hizo esperar, denotando que el trastorno del sueño es algo que es muy común en muchísima gente. Es por ello, y aunque haya escrito ya en esta columna acerca de la importancia del sueño, que me atrevo a compartir las preguntas más frecuentemente hechas por quienes compartieron la información. Espero les sirva. Aquí van:

¿Por qué duermo mal y entrecortado?

Porque probablemente falta higiene del sueño, mal ambiente, exceso de estrés, factores alimentarios, sedentarismo, etc. Estos son factores a corregir para poder tener buena calidad de sueño.

Duermo pocas horas, ¿está mal eso?

En el sueño no importa la cantidad sino la calidad. Si dormís 10 horas al día pero el despertar es cansino, agotado, "como si te hubiera pasado un camión por encima", el problema no está en la cantidad de horas sino en la calidad de sueño. Los tratamientos siempre deben ir destinados a mejorar la calidad y no cantidad de sueño.


¿Conciliar el sueño con fármacos tiene el mismo efecto que hacerlo sin ellos?

Absolutamente no. Con los fármacos hipnóticos, por ejemplo, corremos el riesgo de "saltarnos" fases del sueño que justamente son las "reparadoras". Siempre es mejor buscar otras opciones y, como último recurso, acudir a los fármacos para dormir. Igualmente, dejan "sueño residual", es decir, la persona queda "embotada" al día siguiente. La indicación de inductores al sueño o de hipnóticos debe hacerla un profesional médico, no se debe tomar por "indicación de la vecina o el farmacéutico".

¿Se pueden tomar benzodiacepinas como alprazolam, clonazepam, bromazepam o diazepam para dormir?

La respuesta es no. Estos fármacos solo son coadyuvantes como ansiolíticos, es decir, contra la ansiedad, siendo la somnolencia uno de sus efectos secundarios y la relajación física uno de los primarios. Realmente, el consumo crónico de cualquier benzodiacepina disminuye de manera importante la capacidad de formación de memoria a largo plazo, por lo que su consumo en el tiempo definitivamente va a trastornar la memoria de quienes lo consumen. Después de un mes de consumo, aumentan la fase de "sueño superficial" provocando que la persona se despierte constantemente y no pueda profundizar en las otras fases del sueño, siendo un sueño "incidentado" y nada reparador.

¿Por qué me cuesta concentrarme si duermo mal?

Sencillo: porque en el sueño se construye la memoria y el aprendizaje. En el sueño, el hipocampo, ese caballito de mar que tenemos en la región temporal profunda del cerebro, actúa como un "croupier" que reparte las cartas del conocimiento por toda la corteza cerebral. Es decir, el conocimiento se almacena y se consolida en el sueño profundo y reparador, y los sueños, esas experiencias que todos tenemos a miles cada noche y de las cuales (como también vimos en esta columna alguna vez), son la forma en la que "grabamos" lo que aprendimos en los circuitos neurales. En resumen: a buen sueño, buen aprendizaje. Sépanlo señores padres de alumnos chateadores hasta el amanecer.

¿Qué es la higiene del sueño?

Son los hábitos que debemos cultivar para tener un sueño de mejor calidad: acostarnos (y levantarnos) cada día a la misma hora, apagar las luces, evitar artefactos que produzcan luminiscencia como televisores y celulares, evitar la música estridente y si es posible cualquier fuente de sonido, no consumir cafeína, glucosa ni ningún estimulante después de las 18 hs, tener una buena rutina de ejercicios físicos diariamente, no abusar de la siesta, no consumir alcohol a la noche. Pero principalmente, despejar la mente de preocupaciones que no vas a resolver a la hora de dormir.



¿Qué fármacos puedo consumir para dormir?

Existen fármacos que pueden consumirse de manera relativamente inocua en sus efectos secundarios. Entre los de libre venta, la valeriana y la pasiflora (en tés o pastillas) son excelentes opciones. La melatonina, el neurotransmisor del sueño, puede consumirse e inmediatamente apagar la luz porque solo funciona como "gatillador" del sueño con la luz apagada. Entre los controlados, el cannabidiol (cannabinoide aislado del Cannabis sativa) demostró gran eficiencia a la hora de relajar el cuerpo y desconectar la mente sin efectos residuales ni secundarios. 

Con estas preguntas, espero haber ayudado a no quitarles el sueño dejandolos DE LA CABEZA. Nos leemos el otro sábado.


EL OLFATO Y EL COVID: LO QUE HAY QUE SABER

 


Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nación del sábado 23 de enero de 2021. Todos los derechos reservados.


Era el día del cumpleaños de mi esposa. Un hermoso domingo de setiembre amanecía y una deliciosa bandeja de desayuno la esperaba para celebrar su día... hasta que al probar el primer bocado saltó el temible "no siento el olor ni el gusto". Tenía al SARS-Cov-2 en mi casa. Hisopado al día siguiente que lo confirmó. Es la historia de muchas personas que estarán leyendo esta columna semanal. ¿Cómo se da esta situación? ¿Por qué se pierde el olfato y el gusto con este virus? Sencillo: hoy ya sabemos que el SARS-CoV-2 es capaz de usar la mucosa olfativa como puerta de entrada al cerebro, es por eso que la anosmia (nombre difícil que le damos los médicos a todas las cosas y que no es nada más que la pérdida de la capacidad de oler) es el síntoma de inicio más común dentro del COVID. Y es que, debido a la cercanía física en esta zona de las células de la mucosa con los vasos sanguíneos y las células nerviosas, se refuerza esta vía. Y lo que más preocupa: que una vez en la mucosa olfativa, el virus parece usar las conexiones neuroanatómicas, como el nervio olfativo, para llegar hasta el cerebro,

No es casualidad que el hisopado para buscar reacción en cadena de la polimerasa (o PCR) del virus se busque a nivel de mucosa olfativa, ya que esta aparece aquí con la mayor carga viral. Un axioma que hoy manejan los investigadores del virus es que la probabilidad de hallarlo en la mucosa olfativa es inversa a la duración de la enfermedad (hay más probabilidad cuanto menor sea la duración), lo cual implica que el impacto del coronavirus sobre el sistema nervioso se produce ya desde el inicio. Por eso, las cefaleas y la anosmia aparecen en los dos o tres primeros días, si bien aún no se ha podido demostrar su presencia física en el cerebro. Pese a eso, hoy ya redefinimos al SARS-Cov-2 no como solo un virus respiratorio, sino también potencialmente neurológico.


Se estima que el 80 por ciento de las personas con COVID-19 presentan alteraciones del olfato, y que muchas también tienen disgeusia o ageusia (alteración o pérdida del gusto, respectivamente), o cambios en la quimioestesia (la capacidad para percibir las sustancias irritantes, como los perfumes). La pérdida del olfato es tan frecuente en las personas con COVID-19 que algunos investigadores han recomendado utilizarla como prueba diagnóstica, ya que podría ser un marcador más fiable que la fiebre u otros síntomas. Parece que el virus prefiere atacar las células de sostén y las células madre, pero no a las neuronas directamente, pero no significa que no las afecten. De hecho, las células de sostén mantienen el delicado equilibrio de iones salinos en el moco del que dependen las neuronas para enviar las señales al cerebro, y cualquier alteración de este equilibrio apagaría la señalización neuronal y con ella el olfato. Igualmente, estas células de sostén también proporcionan el soporte metabólico y físico necesario para sostener los cilios (pequeños "pelitos" que captan las partículas de olor) que emiten las neuronas olfativas, donde se concentran los receptores que detectan los olores. Y es la alteración física de estos cilios hace perder el olfato. Pero algo es peor: esta afectación hace que el epitelio olfatorio, la capa que contiene esos "pelitos" y que es el inicio de las neuronas olfatorias, la que realmente es la parte de la nariz que "huele", se desprende completamente como la piel quemada se va "descascarando". Eso explica el por qué se tarda tiempo variable en recuperar el olfato: depende del daño epitelial. 


Por su parte, si bien lo descrito podría explicar la pérdida del olfato, el mecanismo por el que el virus provoca la pérdida del gusto aún es incierto. Aunque parezca que el gusto desaparece con la anosmia debido a que los olores son un componente clave del sabor, muchas personas con COVID-19 desarrollan una ageusia verdadera y no saborean ni siquiera lo dulce ni lo salado. Tampoco tenemos explicación para la pérdida de la percepción de las sustancias químicas, como el picor del picante o la sensación refrescante de la menta. Estas sensaciones no son sabores, sino que su detección la transmiten por el cuerpo (incluida la boca) los nervios que detectan el dolor. 

Lo cierto es que la mayoría de los pacientes pierden el olfato como si se apagara un interruptor, y lo recuperan igualmente rápido, y cuando la anosmia es mucho más persistente, la recuperación tarda másEn realidad, la anosmia supone un riesgo real para la salud al incrementar la mortalidad porque si no hueles ni saboreas la comida, quedas expuesto a que te perjudiquen, por ejemplo, los alimentos podridos o un olor a quemado que no puedas percatarte. Y eso sin contar que puede aparecer la parosmia (el oler diferente a cosas con olores conocidos pero que ya no huelen igual) cuando las células madre recién generadas que se diferencian en neuronas en la nariz intentan extender sus largas fibras, denominadas axones, por los agujeros diminutos de la base del cráneo para conectarse con la estructura encefálica denominada bulbo olfativo, y se conectan al lugar equivocado provocando un olor errático. Por suerte, esas conexiones erróneas se suelen autocorregir al cabo de un tiempo suficiente. ¿Cómo se trata cuando es rebelde? Con la «irrigación» de los senos nasales con budesonida, un corticoesteroide por vía tópica o con plasma rico en plaquetas, un preparado antiinflamatorio aislado de la sangre que se ha utilizado para tratar algunos tipos de lesiones nerviosas. Lamentablemente, ninguno da resultados espectaculares.

Mi esposa recuperó el olfato a los dos meses. Pero todos aprendimos que contra el COVID-19 lo mejor sigue siendo no contagiarse, al menos hasta tener la inmunidad por vacuna. Sigamos cuidándonos con este virus que nos tiene DE LA CABEZA. Nos leemos el otro sábado. 


jueves, 14 de enero de 2021

EL CEREBRO Y EL LUTO

 

Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nación del sábado 19 de diciembre de 2020. Todos los derechos reservados.


Vivimos un año de despedidas. Algunos despedimos muchos afectos, cercanos o no, pero que por la contingencia mundial que vivimos hace que nuestros adioses sean mayores que nuestros holas. Pero ¿Cómo responde el cerebro ante el dolor de la pérdida física de un afecto? ¿Cómo reacciona ante el rompimiento del vínculo que nos une, material o emocionalmente, a otra persona?

El duelo se define como todo periodo necesario para dejar de tener aquello que se tiene. Nuestro corazón no es el órgano que sufre, ya que esa es una construcción romántica pero absolutamente desacertada, ya quien sufre es el cerebro, y lo hace mediante nuestra manera de procesar toda la información de la novedad. El sufrimiento abarca todo el proceso de recuperación de todo nuestro aprendizaje previo respecto a la persona que nos falta, todo ello almacenado en áreas de hipocampo, conectadas con la amígdala, bajo el control del poderoso córtex prefrontal, porque todo recuerdo está asociada a una emoción pero bajo la orden consciente o inconsciente de un complejo circuito de áreas interconectadas entre sí. 


Podríamos suponer que el cerebro, ese órgano del cuerpo, único y personal, sobrevive a episodios de alto riesgo mortal, pero sale adelante, se reorganiza, recupera e incluso progresa a un cerebro en versión mejorada, más rápido, más eficaz, selecciona la información relevante, dejando de atender a la no importante, la que no se necesita para vivir, la que permite adaptarse al medio. Un cerebro capaz de hacer esto, permite sobrellevar pérdidas, pérdida de la salud, de un ser que amamos, de una ocupación, de una vida, de un hábito…y en todo proceso de duelo, entra en juego de alguna manera esta forma de “reorganización neuronal”. El dolor también tiene su localización en áreas de una porción cerebral conocida como corteza cingular, situada en la profundidad del órgano, y que es parte fundamental del sistema límbico donde se procesan la mayor parte de las emociones, sentimientos y experiencias, las cuales nos hacen reaccionar y actuar, a través de las funciones ejecutivas. En todo suceso traumático, es el hipocampo capaz de bloquear acontecimientos de este tipo que garanticen la supervivencia. 

El ser humano tiene la necesidad de dar nombre a cada acontecimiento que sucede, busca explicaciones y es capaz incluso de construir teorías falsas, como buen cerebro creativo que poseemos. Por eso es tan dificil superar el duelo de algo que ha permanecido tanto tiempo en nuestros recuerdos, sin estar preparados. Aunque la realidad es que no nos educan ni nos entrenan para afrontar estas situaciones, tan difíciles de gestionar emocionalmente. Focalizar, seleccionar, mantener e incluso dividir nuestra capacidad de atención es una de las capacidades cognitivas que nos hacen más o menos felices. Sólo las mentes capaces de tener más flexibilidad cognitiva sobrevive a contratiempos, daños cerebrales, y deterioro cognitivo. La mente humana, buscador de soluciones, el autocontrol de conductas y pensamientos que nos permiten adaptarnos al medio y sobrevivir, y esto es nada más y nada menos que selección natural pura y dura, desde un punto de vista cognitivo. Como dice mi amigo Pablo Herken, "duele decirlo pero hay que decirlo".


El duelo es pues todo proceso necesario que nos obliga a dirigir nuestro foco de atención, hacia los estímulos “distractores”, a la vez que se mantienen los hábitos que permiten avanzar y vivir, “aparentemente” mientras se supera el maravilloso arte de transformar la ausencia que duele en nostalgia. Y es que, aunque parezca un contrasentido, la tristeza en estos casos puede ser beneficiosa, porque es una reacción que está programada en el cerebro y en realidad puede ser muy útil. Cuando perdemos algo, cuando una relación termina o cuando no alcanzamos una meta, el organismo responde con la tristeza: una indicación de que debemos renunciar a una meta que podría carecer de sentido. La depresión que sobreviene, entonces, es un programa orgánico para ahorrar energía. Cuando nos sentimos sin energía, nos detenemos y reflexionamos, y al final a menudo encontramos nuevas fuerzas y claridad. Esto funciona así, por ende el "duelo" debe "doler", de ahí su nombre. La mente humana es capaz de olvidar las emociones negativas asociadas a un evento traumático. Y únicamente, en esa nueva necesidad de avanzar, se suman personas, nuevos hábitos, nueva información, nuevas conductas, que hacen que se vaya construyendo toda esa trayectoria de vida, desde el principio hasta el final, absolutamente de nuevo, con la ausencia como protagonista. 

Para procesar el duelo no hay metas a largo plazo, el día a día es la parte fundamental para dirigir a la persona cuyo vacío existencial debe cubrir con paciencia y con el apoyo de los que le rodean. Nuestro cerebro y nuestro cuerpo debe seguir un tiempo de recuperación, hasta un año, para acomodar al paciente a la nueva situación. “DARSE TIEMPO, DARSE PERMISO”. Y seguir adelante. A fin y al cabo, todo es una cuestión DE LA CABEZA. Nos leemos el siguiente sábado.


LA RAZON DE LOS EUREKAS Y EL ICEBERG CREATIVO

 

Artículo semanal de la columna DE LA CABEZA del Diario La Nación correspondiente al sábado 12 de diciembre de 2020.  Todos los derechos reservados.

Pocas veces nos enseñaron a ser creativos. El ingenio o la creatividad no se enseña en las escuelas ni en los programas educativos. La solución a los problemas que la vida nos presenta en forma de ejercicios mentales, de dilemas de la vida diaria, o en cualquiera de sus maneras, requiere, es cierto, de conocimiento, pero también de otros factores como la experiencia. Y ese trabajo que trae a la luz de la mente la solución aparentemente no visible cuando nos plantean el problema, es lo que conocemos como inspiración. La epifanía, El chispazo. La lamparita que se enciende. La iluminación divina. 

En mis conferencias sobre Neuroeducación siempre trato de transmitir que cuando la solución no llega al exprimir el cerebro como a una naranja para el jugo, simplemente es porque el cerebro no funciona creativamente bajo presión, sino que lo hace para sobrevivir. Y para mantenerse vivo no se necesita más que un buen par de piernas, no tanto tiempo para inspirarse o crear. Las soluciones a grandes hallazgos que dieron importantes respuestas científicas en la historia de la humanidad se produjeron en una bañera en el caso de Arquímedes y su famoso principio del empuje hidrostático al igual que August Kekulé quien descubrió la molécula del benceno mientras se enjuagaba sus partes en una tina, o en autobús en el caso del matemático Henri Poincaré y sus claves para comprender las funciones fuchsianas. A estas situaciones, los psicólogos las bautizaron como "las tres B" por sus siglas en inglés (baño o bath, cama o bed, bus) porque son situaciones intelectualmente poco demandantes, incluso relajantes, en las que uno suele dejar la mente divagar., y en las que sobreviene el chispazo creativo.

Por más intento de explicación esotérica que quisiéramos darle a esto, nos pasa en todo momento de nuestra cotidianeidad, por ejemplo cuando entendemos un chiste o un meme, donde el golpe de gracia lo da la presencia de algo que en la "normalidad" de lo diario no hubiésemos relacionado con la situación, por lo que nos causa gracia. Sin embargo, tanto los eurekas históricos como los domésticos son el resultado de procesos mentales ordinarios. Lo que pasa es que el cerebro siente una irrefrenable atracción hacia los problemas irresueltos, de manera que cuando uno deja de pensar en ellos conscientemente la mente sigue trabajando en un nivel inconsciente, o lo que llamo en mis clases "el iceberg creativo de Mime": 1/9 de nuestros procesos son conscientes mientras que 8/9 de los mismos se producen a nivel subconsciente, como si fueran las partes visible y la sumergida de un iceberg.  Algunos psicólogos han llamado incubación a este discreto trabajo donde el cerebro efectúa la maravilla: cuanta mayor sea la red neuronal activada, o sea, cuantas más ideas se hayan considerado en la reflexión consciente anterior al descanso, más elementos entrarán en juego en la solución. Y esto tiene un mecanismo sencillo de explicar: una vez que al cerebro se le deja en un proceso automático, libre de la reflexión consciente, puede comenzar a ver viejos problemas desde un ángulo nuevo como se refería el gran Einstein al hablar de creatividad. Con la libertad mental necesaria, se asocia al problema con realidades que en teoría no tienen que ver y dan lugar a hermosas metáforas, a analogías donde repentinamente aparece la idea. 

Estos dilemas a resolver son lo que los psicólogos cognitivos llaman un problema de insight, que es la palabra que más se acerca al célebre eureka en su jerga. Se trata de una realidad escurridiza, un rompecabezas molesto a resolver. Nadie ha estudiado a nivel neurocientífico qué sucede en el cerebro durante un insight, pero a nivel psicológico se admite que la gran idea que surge en la bañera o en el autobús solo es la culminación de un proceso progresivo. El desenlace nunca se ve venir porque este tipo de problemas solo tienen una solución cuando se han colocado todas las piezas del rompecabezas, requieren trazar una nueva perspectiva con todo detalle. Emerge entonces clara y súbitamente, y con el tiempo es lo único que la persona recuerda. A veces solo es un chispazo fugaz que se olvida inmediatamente, algo que sucede con frecuencia por las mañanas, en el momento de despertar del sueño, lo cual hace que se vuelva útil lo que siempre recomiendo: tener a mano una libreta o anotarla en el bloc de notas del celular. Otras veces la idea es duradera. 

Sin embargo, debemos admitir que la inspiración verdaderamente genial no está al alcance de todos. No es por una cuestión genética. Para empezar, no todo sucede en el mundo interior. Muchas veces hay elementos del exterior que la mente incorpora al planteamiento del problema sin pedirnos permiso. La inspiración nunca llega de la nada. No debemos intentar ser Einstein, genios desde la cuna, sino más que nada trabajar, sudar, perseverar (no en balde ese refrán de que el éxito es 99% de transpiración y 1% de inspiración) y sobre todo, tener las antenas bien paradas. Para que el insight final alcance un nivel de creatividad genial hacen falta cuanto menos dos características: apertura a la experiencia (o curiosidad) y perseverancia que permita especializarse en un campo particular. Sin la primera no hay nada nuevo que descubrir. La segunda se obtiene en promedio según los estudios, en aproximadamente 10 años, que es lo que se tarda en dominar un campo lo suficiente como para que la creatividad resuelva problemas de insight verdaderamente significativos. 

De la cabeza, verdad? Nos vemos el sábado que viene.





LO QUE SUCEDE EN EL CEREBRO CUANDO DAMOS UNA BUENA CLASE

  Artículo correspondiente a la columna dominical DE LA CABEZA del Diario La Nación correspondiente al domingo 10 de setiembre de 2023. Todo...