jueves, 20 de enero de 2022

¿QUE ES LA CORONAFOBIA?


Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nación del sábado 22 de enero de 2022. Todos los derechos reservados. 

Hoy sabemos que el miedo es un factor que ha colaborado en la evolución de la humanidad, ya que es un mecanismo cerebral que involucra porciones cerebrales como la amígdala, la corteza prefrontal y el hipocampo para inducirnos esa sensación que nos aleja de lo que puede ser potencialmente peligroso. Esto, entonces, nos protegió durante la historia de factores que podían habernos dañado. Entonces, podemos decir que el miedo como tal es una conducta adaptativa. Sin embargo, existen en Neurociencias aquellas conductas que conocemos como "miedo desadaptativo", es decir, el miedo que no conduce a ninguna conducta de proteccion o útil para la supervivencia. 

Dentro de esos miedos desadaptativos se anota ahora la llamada "Coronafobia" que se define por la OMS como el miedo irracional a padecer Covid o su síntomas. Este nuevo padecimiento se califica en el Manual de Enfermedades Mentales encuadrado dentro de lo que se conoce como fobia: el miedo, la ansiedad o la evitación causa malestar clínicamente significativo o deterioro en lo social, laboral u otras áreas importantes del funcionamiento. Y esta es precisamente la característica fundamental que convierte a la fobia en un problema de salud mental. La pandemia de covid-19 ha erosionado la salud mental de una gran parte de la sociedad. Del mismo modo, en personas vulnerables o con predisposición ha supuesto un aumento alarmante de los trastornos mentales. Los más prevalentes son la depresión y la ansiedad. De forma más concreta, cualquier situación alarmante o catastrófica (como una pandemia) supone el caldo de cultivo perfecto para la aparición de trastornos relacionados con el miedo excesivo. niños en la escuela. Son destacables aspectos como el riesgo de infección a través del contacto físico o los espacios cerrados, la muerte o infección de seres queridos, las medidas de contención, el aislamiento social y la soledad, la pérdida masiva de empleo o la inestabilidad financiera, entre otros. En este contexto, sabemos que no todo el mundo tiene la misma posibilidad de desarrollar una fobia ante un determinado evento desencadenante. Dependerá de la presencia de factores genéticos y ambientales, además de otros factores específicos de cada tipo de fobia. Por ejemplo, en el caso de las fobias asociadas a las pandemias (como la de covid-19), se ha visto que las variables de diferencia individual como la falta de tolerancia a la incertidumbre, la vulnerabilidad percibida a la enfermedad o la propensión a la ansiedad parecen desempeñar un papel fundamental. Los individuos con este miedo extremo tienden a experimentar un conjunto de síntomas fisiológicos desagradables desencadenados por pensamientos o información relacionada con esta enfermedad. Es realmente incapacitante en la medida en que está fuertemente relacionada con el deterioro funcional y la angustia psicológica y, por tanto, tiene importantes implicaciones para el bienestar mental. Se la relaciona con trastorno obsesivo compulsivo (TOC), otra alteración relacionada con la ansiedad cuyos síntomas pueden verse exacerbados en el contexto del covid-19: las obsesiones son pensamientos, impulsos o imágenes recurrentes y persistentes no deseadas (la idea de contagiarse o de contagiar a los seres queridos) y las compulsiones que aparecen para hacer frente al malestar generado por las obsesiones en forma de comportamientos repetitivos que la persona aplica de manera rígida (lavarse las manos con frecuencia excesiva). 

Es sumamente importante desarrollar mecanismos diagnósticos (test psicométricos, evaluaciones psicológicas) y el abordaje inicial no medicamentoso y medicamentoso si fuese necesario. Recordemos que según la OMS, en el año 2030 la salud mental será la principal causa de discapacidad en el mundo. Y contra eso debemos combatir para evitar estar DE LA CABEZA. Nos vemos en diete días.

EL ARTE CEREBRAL DE VER CON LOS OJOS CERRADOS

Artículo correspondiente a la columna semanal  DE LA CABEZA del Diario La Nación del sábado 1 de enero de 2021. Todos los derechos reservados.

El arte de imaginar es un fruto de la evolución de la mente humana por encima de los seres inferiores en la escala. Hace que la persona pueda recrear, a ojos cerrados, realidades y mundos que construye en el gran escenario de su mente. En ella, puede realizar viajes exóticos, volar, hablar con personas de otras épocas e incluso atrevernos a hacer lo que más nos asusta, y todo ello sin ver nada ni movernos de nuestro lugar. Incluso, de esto se vale la gran tecnología del Metaverso, ese universo ficticio materialmente, pero presente en el teatro mental con la ayuda de los dispositivos de conexión, la velocidad de la navegación entre procesadores informáticos, y la inestimable porción de creatividad del cerebro.

Sin embargo, a lo largo de la historia se ha penalizado la imaginación abocándola únicamente al mundo de la creatividad o del arte. Hasta se ha ridiculizado como una habilidad exclusivamente infantil, y que no tiene ningún valor si no genera o provoca una acción real y visible. Pero esta es una idea equivocada, la imaginación incita a actuar y puede ayudarnos a ser más productivos. De hecho, el aprendizaje se puede enriquecer con la visualización, incluso en personas cuya memoria está deteriorada. Cuando imaginamos un objeto se activan dos terceras partes de las mismas áreas cerebrales que se activan cuando lo vemos realmente. Las imágenes visuales afectan al cuerpo y esta información se utiliza en publicidad y marketing para impactarnos con los acontecimientos. Esto sucede con imágenes de contenido negativo, por también con contenidos positivos. Utilizar nuestra imaginación nos ayuda a regular el estrés, a relajarnos e incluso a que nuestro cuerpo tenga un mayor rendimiento. Podemos entrenar desde el gimnasio de nuestra imaginación, haciendo deporte mental para aprender nuevas destrezas o mejorarlas. Imaginar que hacemos movimientos sin movernos tiene consecuencias perceptibles. En concreto, puede mejorar la fuerza muscular y la velocidad del movimiento. Sabemos que la ejecución prolongada de tareas en la imaginación puede dar lugar a importantes cambios fisiológicos. 

Ahora ya lo sabes: soñar despierto puede ser un buen entrenamiento para optimizar tu aprendizaje, mejorar tu memoria e incluso tu forma física. Las imágenes que pasan por tu cabeza, aquellas que tú generas con tus propios pensamientos, van a impactar en tu estado emocional. Trabajar con tu imaginación te ayudará a optimizar tus resultados e incluso a ser un poquito más feliz. Y estar DE LA CABEZA. Nos leemos el año que viene. Feliz 2022...!!!

 

"MI MARIDO NO ME ESCUCHA"

 


Artìculo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Naciòn del sàbado 25 de diciembre de 2021. Todos los derechos reservados.


Uno de los momentos más agradables en mis charlas sobre neurosexualidad es cuando pregunto al auditorio cuál es la queja más común que tienen acerca del sexo opuesto. Y siempre, invariablemente, las mujeres se quejan amargamente de que sus parejas no las escuchan, no las entienden, no las comprenden. Y es cierto: el cerebro masculino no escucha a las mujeres. Pero por qué sucede esto?. No se enojen conmigo, bellas damas que comparten esta columna semanal: simplemente porque la mujer tiene una entonación más larga y un tono más alto de voz, que literalmente “cansa” más al cerebro del hombre. 

Gracias al trabajo del Profesor Michael Hunter en el resonador magnético funcional de la Universidad de Sheffield, Inglaterra, podemos saber realmente que sucede. Voluntarios estudiados mientras oían diferentes estímulos auditivos, revelaron que sus cerebros reaccionaban a la voz femenina activando absolutamente toda el área auditiva cerebral, mientras que al escuchar una voz masculina solo se activaba la zona del área subtalámica. Esto sirvió de base para explicar que, neurológicamente hablando, el sonido de la voz femenina es mucho más complejo que la masculina, ya que debido a la diferencia de forma y medida de las cuerdas vocales y la laringe, provoca la emisión de una voz más melódica con unos sonidos más complejos. 

Otro estudio realizado esta vez en los Estados Unidos, en la Universidad de Indiana a cargo del Profesor Joseph Lurito, demostró que, al momento de escuchar, las mujeres activan ambas partes del cerebro para hacerlo, mientras que los hombres solo usan el sector izquierdo del mismo para ello. Esto explicaría el por qué las mujeres pueden mantener más de una conversación al mismo tiempo, mientras que el hombre solo puede concentrarse en una sola. Estudios realizados en el Hospital Clínico de la Universidad de Chile a cargo del prestigioso neurólogo Carlos Silva, no solo confirmaron los hallazgos antes citados, sino que concluyeron que la voz femenina, al presentar una serie de inflexiones, representa un mayor trabajo de descifrado por parte del cerebro masculino, lo que se traduce en una mayor activación de más zonas cerebrales, y por ende, producción de mayor actividad que causa finalmente, más cansancio. 

Es decir, queridas mujeres que leen estas líneas, y sin que se enojen por lo que voy a decir, los estudios demuestran que el problema no es que no las escuchemos. Simplemente es que… nos cansan. Pero eso no impide que nos tengan sujetos del corazòn con sus encantos... aunque nos tengan DE LA CABEZA con sus charlas. Nos leemos en 7 dìas.


ENVEJECIMIENTO CEREBRAL: ¿QUÉ HACEMOS?

 

Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del diario La Nación del sábado 11 de diciembre de 2021. Todos los derechos reservados.

No es que nos sintamos con el síndrome de Peter Pan, ese adulto que quiere seguir siendo un niño eterno, pero si alguno de los lectores de esta columna me jura que no tiene dramas con envejecer, cuanto menos dudaría de ello. Y el cerebro es un órgano que, al igual que el resto de nuestro cuerpo, envejece con el paso de los años. Si todos deseamos mantenernos más jóvenes no es solo porque nos disgusten las arrugas, sino también para evitar las múltiples enfermedades relacionadas con el envejecimiento. Pero, ¿existe una fuente de la juventud para nuestro cerebro? Aunque posiblemente nada nos haga retroceder en el tiempo, podemos intentar envejecer de manera saludable y reducir el efecto que tiene el paso de los años. 

¿Qué es el envejecimiento? El envejecimiento podría definirse como el conjunto de cambios que ocurren con la edad y provocan una disminución de nuestras capacidades fisiológicas, motoras y cognitivas. El primario es gradual e inevitable y se produce a lo largo de nuestra vida. El secundario o prematuro, viene desencadenado por el padecimiento de ciertas enfermedades o el abuso de sustancias, y se puede prevenir. La edad cronológica (la que figura en la cédula de identidad) indica el tiempo que ha transcurrido desde nuestro nacimiento. Sin embargo, existe también la edad fisiológica, que depende de la condición de nuestro organismo y puede ser menor a la cronológica (si nos cuidamos) o mayor (si tenemos malos hábitos). En ese contexto, debemos saber que con la edad, el tamaño del cerebro disminuye, perdemos neuronas y se altera la producción de hormonas y neurotransmisores. Sin embargo, el cambio más importante que se produce es la pérdida de muchas de las conexiones entre las neuronas, unas células de larga vida que no se dividen y, por lo tanto, difícilmente se regeneran. Otra consecuencia del envejecimiento cerebral es la acumulación de proteínas en forma de agregados que tienden a depositarse tanto dentro como fuera de las neuronas. Esto puede desencadenar el desarrollo de enfermedades neurodegenerativas relacionadas con la edad, como la enfermedad de Alzheimer o el Párkinson. Conviene aclarar que lo que comúnmente se denomina como demencia senil es un término obsoleto, ya no lo usamos más, incluso es hasta insultante, ya que el envejecimiento no implica necesariamente la aparición de una demencia o pérdida importante de memoria, y si existe una pérdida significativa de la capacidad de memoria y aprendizaje, estaría relacionada con una enfermedad específica y no con el envejecimiento normal del cerebro. 

El envejecimiento cerebral es inevitable, pero se puede retrasar. Estos son algunos consejos para retrasar el envejecimiento cerebral:

- La dieta es esencial para envejecer de forma saludable. La más recomendada es la mediterránea, que brevemente implica un bajo consumo de carnes y aves de corral, un consumo de bajo a moderado de lácteos, una cantidad moderada de alcohol (vino) y grasas (aceite de oliva), y una alta ingesta de verduras, legumbres, frutas, cereales y pescado. Se ha comprobado que la dieta mediterránea reduce el riesgo de padecer fallos cognitivos y enfermedades como el alzhéimer. Además, la restricción calórica o limitación de las calorías que ingerimos puede ayudar a retrasar el envejecimiento. 

-  Además de cuidar lo que comemos, es recomendable dormir ocho horas al día, ya que el mantenimiento de un buen ciclo vigilia-sueño es esencial para muchas funciones cerebrales, por ejemplo para la eliminación de las toxinas del cerebro que se han acumulado durante el día. Mientras dormimos, el espacio que existe entre las neuronas aumenta, facilitando su limpieza y buen funcionamiento. Por lo tanto, mantener un sueño reparador favorece un envejecimiento más saludable. 

- El ejercicio regular y la actividad física son clave para disminuir los efectos del envejecimiento. Estudios clínicos indican que el entrenamiento físico con intensidad moderada juega un papel neuroprotector, ralentizando la disminución del volumen del cerebro y mejorando su funcionamiento. Concretamente, el ejercicio aeróbico mejora la función cognitiva, no solo durante el envejecimiento sino también en personas que sufren enfermedades neurodegenerativas. 

-Se ha comprobado que aquellas personas que poseen un nivel educativo más alto o que mantienen una cierta actividad intelectual –leer, estudiar o adquirir nuevas habilidades– tienen una menor predisposición a desarrollar demencia. La base de esta neuroprotección está asociada a la formación de nuevas conexiones entre las neuronas. 

- Mientras que una ingesta abundante de alcohol corre el riesgo de inducir fallos cognitivos, otras bebidas alcohólicas pueden ser beneficiosas para mantener una buena salud mental. El vino, por ejemplo, tiene un alto contenido en polifenoles, que tienen acción antiinflamatoria y antioxidante. 

-  Definitivamente, el tabaco es un hábito que se debe evitar, ya que se ha relacionado con la aceleración del envejecimiento y la aparición de problemas cognitivos y demencia. 

- Tampoco hay que perder de vista los factores de riesgos relacionados con enfermedades crónicas altamente prevalentes en personas de avanzada edad. El mantenimiento de la actividad e integridad del cerebro dependen, en buena parte, de los vasos sanguíneos que mantienen una buena irrigación. La hipertensión, la aterosclerosis y los niveles elevados de colesterol incrementan las posibilidades de desarrollar fallos cognitivos, ictus y demencia. A esto se suma que la diabetes y la obesidad afectan al metabolismo de la glucosa y generan resistencia a la insulina. Ambas alteraciones podrían provocar daños crónicos a las neuronas y acelerar el envejecimiento cerebral. Los trastornos del estado de ánimo tampoco ayudan. 

- La depresión es un desorden emocional muy común en personas mayores y es producida por un desequilibrio en los neurotransmisores, que son las moléculas que usan las neuronas para comunicarse. Este desajuste podría traducirse en un mal funcionamiento del cerebro a largo plazo, lo que aceleraría el envejecimiento cerebral. 

En síntesis, la clave para mantener un cerebro sano y joven es la misma que para el resto del organismo. Es decir, hay que mantener una dieta sana, dormir las horas suficientes, evitar el consumo en exceso de alcohol, huir del tabaco y el estrés, realizar ejercicio moderado, y evitar el desarrollo de otras enfermedades o, al menos, mantenerlas bajo control. Visto todo lo anterior, hay que dejar de relacionar el envejecimiento exclusivamente con la enfermedad o la falta de productividad. Lo podemos ver desde una perspectiva más optimista y natural. Recordemos al gran Gabriel García Márquez cuando decía que “…uno envejece más rápido en los retratos que en la vida real”. Sigamos cuidando el envejecimiento DE LA CABEZA. Nos leemos el sábado que viene.


LA LECTURA Y EL CEREBRO... ¿SEGUIMOS CON EL TEMA?

 

Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nación del sábado 4 de diciembre de 2021. Todos los derechos reservados.


Hace unas semanas escribía en esta columna acerca de la importancia cerebral de leer un buen libro. Muchas personas me dijeron que ignoraban que tanto bien podía hacerles la lectura, de hecho, consideraban el hecho, si, como un pasatiempo que servía como educación, distracción, cultura, pero realmente todos me dijeron que en verdad desconocían lo que íntimamente hacía la lectura sobre el cerebro y su funcionamiento.

De hecho, no exagero para nada cuendo les cuento que el leer cambia la química, física, anatomía y fisiología del cerebro, y lo transforma en la medida de cuanto logre el texto despertar tu curiosidad y, sobre todo, tus emociones. Si lo pensamos bien, la lectura en la historia de la humanidad es el verdadero salto evolutivo de la mente. Leer es un proceso artificial y reciente. La capacidad de hablar la hemos adquirido por procesos de mutaciones genéticas con el Homo habilis hace unos 2 a 3 millones de años, y desde aquel entonces, los humanos nacemos con los circuitos neuronales del lenguaje, aunque vale la pena aclarar que la acción de hablar solo se aprende en contacto con otros. 

Cuando nacemos, nuestro "disco duro mental" está vacío y debemos llenarlo con material de información. A diferencia del lenguaje, la lectura nació hace apenas unos 6.000 años por la necesidad de comunicarnos más allá de la tribu propia, del corto alcance del boca a boca. Además, su base no es genética sino artificial o, mejor dicho, cultural. Leer es un proceso que al no estar genéticamente codificado (y, por tanto, no es transmitido por la herencia) se repite costosamente en cada ser humano y necesita cada vez del trabajo duro del aprendizaje y la memoria. Leer, y desde luego leer bien o muy bien, requiere un laborioso proceso de aprendizaje, atención, memoria y entrenamiento explícito que dura años e, incluso, gran parte de toda la vida si se aspira a leer de un modo altamente eficiente, aunque no debe necesariamente representar sufrimiento como lo hacen los pobres niños a quienes se obliga a leer en los ambientes educativos que desconocen por completo el funcionamiento del cerebro humano. Y hoy ya sabemos que, como decía Leslie Hart, "querer enseñar sin saber como funciona el cerebro es como querer construir un guante sin nunca haber visto una mano".

La neurociencia ha demostrado que para aprender a leer, hay ciertas partes del cerebro que tienen que haber madurado previamente, algo que puede llegar a suceder a los 3 años, pero que por lo general culmina cuando tienen 6 o 7 años. Por eso, lo aconsejable es que la lectura se empiece a enseñar formalmente a los 7 años, edad en la que, casi seguro, las áreas cerebrales base de la lectura están en todos los niños lo suficientemente desarrolladas y maduras para captar en todo su sentido y emoción la tarea de comenzar a leer. Precisamente esa es la edad en la que se empieza a aprender a leer en ese país tan avanzado en la enseñanza que es Finlandia. Hay que tener en cuenta que, además de que forzar a un niño a aprender a leer prematuramente y que puede provocarle un sufrimiento y frustración innecesarios, el hecho que lo logre a los 3 o 4 años no tiene trascendencia alguna a futuro. En otras palabras, no le da una ventaja académica ni lo hace más inteligente. Hoy sabemos que la maduración cerebral tiene un componente genético, pero también uno cultural, vinculado sobre todo, al hogar: crecer con padres que leen o te leen, tiene una dimensión emocional que facilita enormemente el aprendizaje de la lectura. 

Si bien el cerebro no está genéticamente diseñado para leer, este órgano posee una propiedad clave para lograrlo: la plasticidad. La palabra proviene del griego "plastikós", que significa "cambio" o "modelado". Quizás el máximo ejemplo sea que aprender a leer modifica la función de un área del cerebro principalmente programada para identificar formas y detectar caras, la cual también pasa a procesar y construir palabras. Lo que enseña el maestro tiene la capacidad de cambiar los cerebros de los niños en su física y su química, su anatomía y su fi­siología, haciendo crecer unas sinapsis o eliminando otras y conformando circuitos neuronales cuya función se expresa en la conducta. Cada persona cambia no solo en función de lo vivido, sino también de lo leído. Y es que, finalmente, leer no es un acto pasivo de absorción de lo que hay escrito en un determinado documento o libro, sino un proceso activo, o recreativo ('volver a crear') si se quiere, de lo que allí se describe. Implica activar un amplio arco cognitivo que involucra la curiosidad, la atención, el aprendizaje y la memoria, la emoción, la consciencia y el conocimiento. Y, como escribió alguien que estaba, como nosotros, DE LA CABEZA,el filósofo italiano Umberto Eco, "El que no lee, a los 70 años habrá vivido solo una vida. Quien lee, habrá vivido 5.000 años. La lectura es una inmortalidad hacia atrás". Nos LEEMOS en siete dias.


RIE CEREBRO, RIE...!!!

 

Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nación del sábado 27 de noviembre de 2021. Todos los derechos reservados.

Hoy se celebra en la Plazoleta Bicentenario de la Costanera de Asunción, el Sonrisa Fest organizado por la Fundación Payasonrisa, esos ángeles disfrazados de doctores con narices rojas que recorren los lugares de mayor sufrimiento cambiando gustosos tristezas por carcajadas. Y qué mejor momento que este para contarte, querida lectora, querido lector, de la importancia de la risa para la salud cerebral.

De entrada, es importante saber que al reírnos, el córtex del cerebro se activa y libera impulsos eléctricos tan solo un segundo después de empezar a reír, expulsando así toda la energía negativa de nuestro cuerpo, liberando endorfinas (los analgésicos naturales del cerebro) y el neurotransmisor dopamina, absolutamente relacionado con los estados del bienestar psicológico. Al mismo tiempo, se ha demostrado que los niveles de cortisol (la hormona del estrés) disminuyen notablemente. Por otro lado, comenzamos a desarrollar esta habilidad a los pocos meses de nacer y, conforme vamos creciendo, perdemos esa facilidad para dejarnos llevar por la risa ante algo gracioso, pudiendo decirse que nuestro sentido de lo cómico se va modulando y haciéndose un poco más selecto para aparecer. De hecho, los adultos suelen reír entre 15 y 100 veces al día, frente a una media de 300 veces diarias de los niños. 

El efecto de la risa ha sido estudiado de forma terapéutica desde los años 70. Con ello, se ha desarrollado una técnica destinada a mejorar el estado físico y psicológico de las personas: la risoterapia, en donde mis hermanos Payasonrisas son expertos. El secreto de su éxito es que, engañando a nuestro cerebro, pues no es capaz de distinguir la risa verdadera a la provocada, podemos conseguir los mismos beneficios. Así, la risa empieza como simulada mediante ejercicios de cuerpo en un grupo, con el contacto visual y el juego infantil, y se convierte finalmente en una risa real y contagiosa. En la cultura china, donde investigan la risa desde el S. VI a.C., se ha estudiado incluso, cómo afecta la risa a nuestro organismo dependiendo de la vocal predominante. Esto se debe a que la diferente pronunciación de una vocal u otra provoca diversas vibraciones internas. No es algo aleatorio, sino que es el propio cuerpo quien decide cómo nos vamos a reír según la zona dónde necesite que se produzcan esas ondas. Y es que cada vocal tiene un valor símbolo; movilizan emociones determinadas y potencian deferentes aspectos. 

Los que se ríen mucho, además, pueden llegar a perder peso, según lo demostró un equipo de científicos de la Universidad Vanderbilt en Nashville, Tennessee (EE.UU): la risa hace que el corazón lata más rápido, trabajando a la vez una serie de músculos, lo que redunda en un aumento del gasto de energía. Además, la vibración del diafragma provoca un masaje interno tanto en el estómago como en el hígado, generando jugos gástricos que reducen los ácidos grasos y nos ayudan a eliminar toxinas del organismo. Incluso dicen que podemos llegar a perder 2 kgs al año con nuestro aporte de risa diario...!!! Por otro lado, al reir somos felices, y eso es porque cuando lo hacemos, nuestro córtex cerebral libera impulsos eléctricos que obstruyen el paso de pensamientos negativos justo un segundo después de que empecemos a reír. Con una carcajada se activan los casi 400 músculos que hay en el rostro, algo que sucede si tenemos un semblante serio. También podemos dormir mejor, ya que la risa nos hace estar relajados, tranquilos y, nos alivia los dolores al ayudarnos a segregar catecolaminas y dopaminas. Además, a nivel psicosomático, una gran cantidad de dolencias cardíacas tienen su centro neurálgico en la tristeza, que provoca que el corazón se contraiga. Si sonreímos y nos reímos, el corazón se relaja y se ensancha. 

Mientras la tristeza hace que las defensas del cuerpo bajen y seamos más propensos a enfermar, la risa hace que nuestro cuerpo se enfrente mejor al entorno, esté más protegido, y nuestra piel se vea con mejor color y más sana. Además, si nos reímos a carcajadas nuestro corazón bombeará sangre a mayor velocidad con lo que es probable que también sudemos o incluso lloremos. Todo ello nos ayuda a mejorar el aspecto de nuestra piel gracias a las toxinas que eliminamos de esta manera. De hecho, hoy sabemos que la risa tiene un efecto en el cuerpo a un nivel químico, que provoca en quien sonríe un bienestar físico de 24 horas de duración. También previene las contracturas al relajar prácticamente toda la musculatura de nuestro cuerpo, las vibraciones de la risa provocan que, si estas congestionado y tienes dificultades para respirar, se libere la mucosa que se encuentra en la nariz y oídos y limpia los ojos cuando, literalmente, lloramos de la risa. 

Podría extenderme mucho más sobre los efectos beneficiosos de la risa. Pero eso se los dejo a mis hermanos Payasonrisas que los esperan hoy desde el mediodía en la Costanera de Asunción para traernos DE LA CABEZA con su alegría a la que tenemos que ayudar...!!!



EL CEREBRO LECTOR


 Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nación del sábado 20 de noviembre de 2021. Todos los derechos reservados.

"Si no leo me aburro" decía un adagio con la ilustración de un burrito que hacía honor a la cualidad de romper la ignorancia que tiene la lectura, y que nos servía de señalador en los libros de la época de la Facultad. La lectura es un hábito que enriquece, y, sin ir más lejos, hace que usted y yo, querida lectora, querido lector, podamos conocernos, letras mediante, y convivir unos minutos cada semana en el interior de su cerebro. Y justamente ese es el hincapié que deseo hacer en la columna de esta semana: la importancia cerebral de la lectura.

Además de generadores de empatía, bienestar y compañía, los libros también son perfectos “simuladores de realidad” en la medida en que nos permiten testear situaciones y aprender sin necesidad de la experiencia directa. La cantidad de notas y estudios dedicados a indagar en los efectos de las historias en los últimos años es abrumadora. Desde la psicología de la narrativa se plantea que nuestras historias de vida son más que páginas imaginarias de Wikipedia que citan datos específicos en un orden cronológico, sino series de vivencias que vamos hilvanando, integrando, separando y volviendo a unir en la búsqueda de sentido. El modo en que lo hacemos, las cosas omitimos y que incluimos, moldean nuestra persona; querer contarla es una pulsión natural en tanto se considera somos “animales narrativos”, acostumbrados a comunicarnos a través de relatos. 

Ahora, ¿qué sucede en el cerebro cuando leemos? Resulta que no sólo podemos suponer el impacto profundo de una historia, sino que también podemos “verlo”. Mediante imágenes por resonancia magnética funcional, científicos de las universidades de Princeton y California observaron cómo reaccionaba el cerebro de voluntarios mientras escuchaban un cuento. En el emisor y el receptor se activaban áreas que regulaban la decodificación de los sentimientos ajenos y la sensibilidad moral. Desde el descubrimiento de las neuronas espejo (aquellas que se activan cuando ejecutamos una acción y cuando observamos esa misma acción realizada por otro), la llamada “neurociencia de la empatía” se ha vuelto un campo de estudio en alza. Un trabajo publicado ya en 2011 en el Annual Review of Psychology mostraba de qué manera la gente que leía acerca de una experiencia exhibía actividad neuronal similar a la generada al experimentar en carne propia estas vivencias. Es así que, cuando nos topamos en la lectura con un pasaje de acción se activan áreas encargadas del procesamiento del lenguaje a la vez que se activa la corteza motora, la misma área que se activaría si estuviéramos viviendo la escena. Si la lectura nos atrapa hay cambios reales en la estructura cerebral que pueden medirse, y esa modificación se mantiene por cinco días, aún cuando hemos terminado el libro en cuestión. Por eso la lectura promueve la empatía. 


Si bien para algunos estas hipótesis son demasiado complejas para ser corroboradas por resonancias magnéticas o discursos bienintencionados respecto de que la lectura se traduzca en un comportamiento más altruista, existen beneficios directos que se desprenden del hábito. Hay evidencia que señala que desde un punto de vista neurobiológico, leer tiene similitudes con el acto de meditar, con los mismos beneficios para la salud que los de la relajación profunda. Asimismo, los lectores regulares duermen mejor, tienen niveles de estrés menores, mejor autoestima y menos depresión que aquellos que no leen. Cuando adquirimos nuevos conocimientos a través de la lectura el cerebro cambia su estructura. Se fortalecen las conexiones neuronales (la famosa neuroplasticidad). Al entrenar el cerebro a través de la lectura ponemos en acción a una velocidad tremenda, complejos procesos semánticos, ortográficos y fonológicos. Hay muchas diferencias entre los cerebros de las personas alfabetizadas de aquellas que no lo están. Y también tiene que ver cuál género leemos: diversos trabajos postulan que leer novelas supone una ventaja por sobre otros géneros. Según un paper de 2013 publicado en Science, aquellos que leen ficción literaria en vez de ficción popular o no ficción obtienen mejores resultados en tests de percepción social y en el llamado espectro de la llamada "teoría de la mente" (la habilidad para anticipar lo que otros pueden estar pensando/sintiendo). 

La lectura y escritura producen efectos benéficos. Esto se apoya en el hecho de que son procesos cognitivos que a través de los personajes y las narrativas ayudan a la comprensión del acontecer de la vida, de las emociones y angustias. Resta ver hasta dónde influyen los libros en nosotros –o nosotros en el proceso de la lectura. Mientras tanto, para los amantes de la lectura, sus beneficios no necesitan mayores pruebas científicas: solo nos volcamos a este hermoso placer que nos tiene DE LA CABEZA. Nos seguimos leyendo siempre.



LAS NEUROCIENCIAS EN EL DEPORTE


Artículo correspondiente a la columna DE LA CABEZA del Diario La Nación del sábado 13 de noviembre de 2021. Todos los derechos reservados.  


Desde hace un tiempo asistimos sorprendidos a un ritual captado por las cámaras de la televisión deportiva argentina a la salida de la cancha del club Atlético River Plate: el saludo a una mujer rubia a la que todos, inclusive el DT en primer lugar, saludan efusivamente con un beso. Ella es Sandra Rossi. ¿Qué hace una mujer en un ambiente tan machista como el del futbol? Desde el 2014 es, nada más y nada menos, que la encargada del Departamento de Neurociencia del club millonario. Y probablemente, la artífice en parte de todas las conquistas a las que llegó el club en todo este tiempo. Rossi fue directora del 1st Place Institute de Miami, trabajó con varios atletas olímpicos y selecciones nacionales de diferentes disciplinas, así como también en el Laboratorio de Entrenamiento Visual y Control Motor del CeNARD.. 

Pero ¿qué pueden hacer las Neurociencias aplicadas al deporte? Comprender cómo reacciona el cerebro de un deportista durante las competencias y cómo se puede potenciar el aprendizaje de una disciplina deportiva, considerando los procesos y funciones neurológicas del individuo, es fundamental no solo para quienes dirigen a los atletas, los cuidan o los medican y alimentan, sino hasta para el atleta mismo. Y es que, además de atender los recursos físicos como velocidad, resistencia, fuerza y coordinación al momento de enseñar un gesto deportivo, así como los recursos técnicos y tácticos, es fundamental considerar los recursos psicológicos, que implican la toma de decisiones, la atención, la visión periférica y la anticipación. Todo está atado al cerebro y sus funciones. El uso repetido de impulsos nerviosos similares refuerza la intensidad de las conexiones y permiten que lo practicado con cierta frecuencia e intensidad se incorpore al repertorio motor. Por eso que cualquier aprendizaje que se tenga modifica las estructuras y conexiones de las neuronas, lo que se entiende como neuroplasticidad, que es finalmente la que posibilita que nos adaptemos al cambio para sobrevivir y ganar al rival, o para ensamblarnos a un equipo

La neurociencia trabaja también la reacción en la cancha, lo que permite entender y potenciar la capacidad de los deportistas de actuar al momento de enfrentarse a un estímulo. Atacar el tiempo de reacción, esto es el tiempo que demora el individuo en poner en movimiento el cuerpo como respuesta a la aparición de un estímulo, puede ser mucho más efectivo que el tiempo de traslación, relacionado con la velocidad. Esta velocidad de reacción es necesaria entrenarla para poder tomar decisiones en un tiempo mínimo, considerando el espacio que se tiene para actuar, empleando la creatividad y el razonamiento. La neurociencia permite conocer qué sucede en el interior del cerebro, por ejemplo de un futbolista, cuando se encuentra frente a un partido decisivo, cuando tiene pánico escénico, cuando siente la presión del rival, o cuando recibe las pifias o aplausos del público. De igual forma, permite determinar cómo afectan los estados emocionales, como la alegría o la depresión, en la toma de decisiones lo que redundará finalmente en su desempeño final. En síntesis, la neurociencia refuerza la preparación física de un deportista, ayudándolo a estar mejor capacitado para enfrentar las situaciones decisivas de una competencia. Además, permite comprender las relaciones entre el cerebro humano y las posibilidades motrices del cuerpo de un atleta. 

Ojalá pronto nuestro deporte se vuelva completamente DE LA CABEZA, e involucre a las Neurociencias en su repertorio necesario para poder conseguir sus metas. Nos leemos el otro sábado.




20 LIBROS SOBRE CEREBRO Y UNA CANCION (?) DESESPERADA

 



Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del diario La Nacion de los sábados 28 de agosto y 4 de setiembre de 2021. Todos los derechos reservados. 

Hace bastante tiempo les debía esta columna dedicada a los libros que toda persona amante de las Neurociencias debe tener. Siempre me preguntan qué libros pueden leerse tanto para empezar como para profundizar en esta apasionante disciplina de las Neurociencias. Hoy les cumplo. Les traigo una reseña de los que son (a mi criterio) los libros más "masticables" sobre Neurociencias. Los que explican todo de manera amigable y que no deben faltar en las bibliotecas de todo cultor de este apasionante mundo. Los tengo, los he leído, y los recomiendo con fervor. El orden no es necesariamente un ranking, sino que es absolutamente aleatorio. Así que aquí van. Estos son mis mejores libros de Neurociencias.

- El cerebro ético, de Michael Gazzaniga: Este es uno de los libros de neurociencias más famosos de los que ha escrito Michael Gazzaniga, porque explica magistralmente como funciona el cerebro respecto a la etica y la moral, quizás casi como no lo hace ningún texto. 
 
- El error de Descartes, de António Damásio: Un clásico entre los clásicos, que no puede faltar en la biblioteca de los amantes de esta disciplina. Toca magistralmente la relación cuerpo y mente de manera clara y muy grafica. 

- La vida secreta de la mente, de Mariano Sigman: Muchos datos de psicología y cotidianeidad, información abundante de como el cerebro se comporta en el día a día expresado con mucha data.

- El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, de Oliver Sacks: Una obra maestra de las Neurociencias y quizás una de las más destacadas de este prestigioso neurólogo. Aborda a las Neurociencias desde la perspectiva de pacientes a los que algún trastorno mental les cambió la vida. De muy facil y amena lectura.

- Fantasmas en el cerebro, de V. S. Ramachandran y S. Blakeslee Vilayanur: es un libro ideal para los que desean dar sus primeros pasos en las Neurociencias. No es facil encontrarlo en librerías, pero si hacen el intento con compra internacional y lo consiguen, habrán ganado una joya para su biblioteca neurocientífica.

- En busca de la memoria, de Eric Kandel: Esta obra del "papá" de las Neurociencias (premio Nóbel año 2000) es indispensable para conocer como funciona la memoria y sus alteraciones. No les recomiendo para empezar el tratado de Neurociencias de Kandell, obra de mas de 1500 páginas, pero si este libro muy claro y con abundancia de datos. 


- Cerebro y libertad, de Joaquín M. Fuster: con este texto nos adentramos en la disciplina emergente de la Neurofilosofía, al discutir sobre la naturaleza de la libertad, uno de los principales temas de disquisición en Filosofía. Un libro que te hace cuestionar hasta donde el cerebro nos hace (o no) libres. 

- El nuevo mapa del cerebro, de Rita Carter si te gusta aprender utilizando el aprendizaje visual, este es tu libro. Habla de diferencias de cerebros en personas sanas y no, entre mujeres y hombres, e incluso de nuevos descubrimientos y su correlato anatómico.

- El cerebro ejecutivo, de Elkhonon Goldberg: este es el libro del lóbulo frontal por excelencia. En él se abordan las funciones ejecutivas centradas en esta zona del cerebro y permite comprender muchas de las patologías dadas por la disfunción de este lóbulo.

- El universo de la conciencia, de G. Edelman y G. Tononi: no es un libro para principiantes pero no le saca que pueda ser leído por quien ama a las Neurociencias con toques de Neurofilosofía igualmente. Ya tiene sus añitos como el de Oliver Sacks pero no pierde vigencia ni actualidad.

- Psicológicamente Hablando de Adrián Triglia, Bertrand Regader y Jonathan García-Allen: un libro que no es sobre Neurociencias específicamente, pero si aborda la conducta y sus trastornos para todo público interesado en desentrañar el funcionamiento de la mente humana.

- La vida secreta del cerebro: cómo se construyen las emociones de Lisa Feldman Barrett: si te interesan las teorías nuevas sobre temas cerebrales, aquí tenés una obra así sobre las emociones y su origen, contado de manera sumamente fácil y amena. A mi me dio vuelta la cabeza. 

- El libro que tu cerebro no quiere leer de David del Rosario: un cuento de divulgación científica y Neurociencia, mezcla de todo y maravilloso resultado. Atrapa desde las primeras paginas. 

- Neurociencia: estructura y funciones del cerebro de Daniel Gómez Domínguez: desde 2019, año en que se publicara, es casi la nueva biblia. Vale la pena tenerlo.

- Agil Mente de Estanislao Bachrach: una obra imprescindible para iniciarse en las Neurociencias o para quien no tiene ni idea pero desea amarla, con esta obra lo hará. Igualmente con las demás obras de Bachrach. Arrolladoramente didáctico.

- Usar el cerebro de Facundo Manes: libro igualmente imprescindible para iniciarse en esta disciplina. Igualmente, todas las obras de Manes son didácticas y sumamente instructivas. Facundo cumple a cabalidad lo de ser claro para todos los cerebros.

- Neurociencia para educadores de David Bueno i Torrens: indispensable para hacer llegar al aula la magia de la Neuroeducación. Ameno y de fácil lectura. Para enseñar cerebralmente. 

- El cerebro ilusionista: la neurociencia detrás de la magia de Jordi Camí y Luis Martínez: si hay magia que no se note. La ciencia detrás de los trucos o como engañar al cerebro. Imperdible libro para conocer el mundo de las ilusiones en el cerebro. 

- ¿Puede la neurociencia cambiar nuestra mente? de Hilary Rose y Steven Rose: cuestiona que todo sea explicado desde la perspectiva neurocientífica, olvidando lo social. Si uno se fanatiza con las Neurociencias, este libro lo vuelve a la realidad de un plumazo. 

- El cerebro del artista: la creatividad desde la neurociencia de Mara Dierssen: si sos artista de cualquier disciplina, y querés entender como funciona el cerebro, definitivamente este es tu libro.

Estos son los veinte libros que te recomiendo para ir haciendo tu biblioteca de Neurociencias. Ah, y la "canción desesperada" es mi modesto librito "CEREBRA LA VIDA" que lo podés conseguir en librerias del país y que también intenta hacerte amar las Neurociencias dejándote DE LA CABEZA. Nos leemos el siguiente sábado.





NEUROMITOS

 

Artìculo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nación de los sábados 13, 20 y 27 de octubre de 2021. Todos los derechos reservados.


Probablemente usted, amable lectora o lector, sea de los que creen algunas cosas que se dicen del cerebro en forma de corrillos y conversaciones "de sobremesa". Y es que las Neurociencias ya ocupan un lugar en nuestras charlas cotidianas, por suerte y gracias a la difusión de medios como este, que se preocupan por hacer llegar el conocimiento neurocientífico a todos los públicos, Una vez más, gracias La Nación...!!! Sin embargo, no todo lo que uno dice o escucha tiene asidero científico, y sobre todo, está demostrado o comprobado. Aquí les tiro unos cuantos "neuromitos" que, a la luz de los casi dos años que llevamos compartiendo juntos esta columna semanal, debemos saber con total justicia. En estas semanas destruiremos algunos de las informaciones erradas que manejamos como verdaderas dentro del apasionante mundo de nuestro mejor órgano: el cerebro. 

- SOLO USAMOS EL 10% DE NUESTRO CEREBRO: es de mis neuromitos preferidos. Si lo pensamos bien, es sumamente motivador pensar que si usáramos el 90% restante seríamos poco más que Einsteins, entonces ya ha sido base de numerosos pseudo cursos de aprovechamiento cerebral donde se han enriquecido muchos falsos gurúes del cerebro.  Solamente pestañeando, el cerebro usa más del 10% de su superficie cortical motora. ¿Entonces? Agrego más: incluso cuando se supone que no se está haciendo nada, el cerebro está haciendo mucho, ya sea controlando funciones como respirar y el palpitar del corazón, o recordando cosas por hacer. El origen de esta mentira descontrolada está en una conferencia del psicólogo William James, quien dijo que las personas normales, en sus quehaceres cotidianos, no llegan a usar más del 10% de su potencial intelectual. Con esto quería decir que esas personas no usan sus recursos mentales, por falta de entrenamiento o desarrollo, pero no que solo usasen una pequeña parte de su cerebro. No hay zonas en las que el cerebro ponga el cartel de «cerrado por vacaciones». De hecho, se puede decir que usamos el 100% de nuestro cerebro las 24 horas del día  para ejercer las funciones cambiantes que tiene asignadas en aras de la supervivencia del individuo.Obvio, falso.

- EINSTEIN TENÍA EL CEREBRO MÁS GRANDE POR ESO ERA MÁS INTELIGENTE: alguna vez escribí en esta columna la historia del cerebro de Einstein. Les conté que había sido "secuestrado" post mortem, y estudiado en pedacitos. Y que era un cerebro absolutamente normal en conformación celular, en peso, tamaño y desarrollo de sus partes a simple vista, incluso en su número de neuronas que no sobrepasaban la media por unidad de tejido respecto a cualquier mortal simple cuyo cerebro haya sido estudiado. La diferencia estaba absolutamente dada por la cantidad, no de células, sino de conexiones entre ellas: el cerebro de Einstein tenía un 30% más de sinapsis entre sus neuronas que un cerebro promedio. Entonces, el tamaño no importa... si hablamos de cerebro.

- EL CEREBRO ES TAN PEQUEÑO COMPARADO CON OTROS ÓRGANOS QUE CASI NO CONSUME RECURSOS: Nada sobra en el cerebro, según lo averiguado por los científicos. El cerebro es un órgano extremadamente caro, en términos energéticos. Su peso asciende al 2% del total cuerpo, pero consume la energía obtenida con el 20% de todo el oxígeno que respiramos. De hecho, lo hace en gran parte para mantenerse funcionando mediante el mantenimiento de la funcionalidad de su membrana neuronal. Y agrego más: estudiando intensamente, exigiendo de más al cerebro, hasta podemos quemar calorías que nos permitan no subir de peso, aún con nulo ejercicio físico. ¿O nunca pensaron por qué muchos "científicos locos" son extremadamente delgados, aún sin hacer actividad física? No solo es contextura, a veces el cerebro "quema calorías" por demás.

- EL CEREBRO DERECHO ES CREATIVO, EL CEREBRO IZQUIERDO ES ANALÍTICO: Según el neuromito, la mitad del cerebro es mucho más aburrida que la otra Según el mito, la mitad del cerebro es mucho más aburrida que la otra. Estamos cansados de leer que las personas más creativas, intuitivas e imaginativas tienen un hemisferio cerebral derecho más fuerte, mientras que la gente analítica y racional tiene un hemisferio izquierdo dominante. Es tal nuestro afán de clasificar y poner etiquetas para todo, de dividir a las personas en categorías, que se da por sentado que quien es analítico no es creativo, y viceversa, o que no existen grises y puntos medios. Pero, el verdadero secreto del , el cuerpo calloso, que permite una constante transferencia de información y que hace que el cerebro prácticamente funcione como un todo. Así que, la próxima vez que le digan que usted es de tal o cual cerebro, recuerde que depende más de la conectividad entre ambas mitades que de lo que puedan hacer una u otra.

 LOS TRES PRIMEROS AÑOS SON DECISIVOS: dice la leyenda urbana que conviene exponer a los bebés a conceptos, palabras, historias y percepciones complejas en esa etapa... como si alguna mamá ha expuesto a su hijo a interminables sesiones de Mozart o a contemplar pinturas de Dalí buscando que sea artista como ellos.  Si viste algunos padres así, probablemente esos pobres niños sean víctimas del mito de que los primeros tres años de vida son absolutamente críticos para el desarrollo del cerebro, y que, por ello, hay que atiborrarles de estímulos. Se considera que así se puede lograr que sean personas brillantes, inteligentes, exitosas y competitivas más adelante. Estimadas y estimados: no hay ninguna evidencia científica que avale estas presunciones. Es cierto que a esas edades se aprende. El cerebro sufre entonces profundos cambios en las conexiones y la forma de sus neuronas y otras células. La información contenida en los genes y todo lo que el niño toca, ve y oye, produce estas transformaciones. Los bebés aprenden desde que nacen, pero van a su ritmo. En ese tiempo, el cerebro pasa de llegar a unos 400 ó 500 gramos, en el nacimiento, a alcanzar los 1.000 gramos a los tres años. A esa edad, el número de sinapsis en el cerebro crece a una tasa de entre 30.000 y 50.000 por segundo en cada centímetro cuadrado de la corteza cerebral. Pero, a estas edades, los niños se relacionan con el ambiente a través de las emociones y mecanismos básicos de refuerzo (placer y evitación del dolor), el afecto y el juego, no hay códigos o mecanismos cerebrales, para captar lo abstracto, las ideas, los conceptos. Por ello, en los primeros años, el niño debiera aprender especialmente de modo directo, de la propia naturaleza, usando sus sentidos. No será hasta los seis o siete años, cuando podrá comenzar a comprender conceptos e ideas complejas. 

ESCUCHAR A MOZART HACE DE LOS BEBÉS MÁS INTELIGENTES: No hay evidencias científicas que sugieran que escuchar a Mozart en bucle aumentará su coeficiente intelectual. Parte de culpa de este mito la tiene un estudio publicado hace más de dos décadas en la prestigiosa revista Nature, en el que se concluyó que los universitarios que escucharon una sonata para piano del compositor vienés aumentaron temporalmente su capacidad intelectiva. Desde entonces, surgió el mito del «efecto Mozart», según el cual la música de este prodigioso compositor puede potenciar la inteligencia. Estudios posteriores han mostrado que, paradójicamente, el efecto Mozart no es exclusivo de la música de Mozart. Otros tipos de música agradables y placenteros –algunos excluirían a Maluma, yo absolutamente excluiría a Arjona de forma categórica–, la lectura de pasajes de alto contenido emocional y una taza de café también pueden provocar esa activación. En general, hoy se acepta que, de tener el «efecto Mozart» pequeñas consecuencias sobre el razonamiento abstracto o el procesamiento espacio-temporal, estas pueden ser activadas por cualesquiera estímulos que resulten «ligeramente excitantes». Bastarán para activar el sistema nervioso autónomo y producir una respuesta de «despertar» o excitación agradable. Otra cosa que se ha averiguado es que tocar un instrumento musical, es una actividad muy beneficiosa. Esta práctica requiere de la participación simultánea de áreas de la corteza relacionadas con la visión, la audición y el tacto, junto a áreas motoras. Por ello, más que oír a Mozart, ejecutar un instrumento repercute de modo positivo en las habilidades cognitivas de los niños, en particular en el lenguaje y los procesos atencionales. Pero también en la propia percepción y discriminación de estímulos además de en la memoria de trabajo y el control motor

EL CEREBRO ES UNA COMPUTADORA: Decir que el cerebro es como una computadora es como comparar la huerta de mi abuela con el planeta Tierra. Sabemos que el cerebro recibe información, que la procesa y que produce una respuesta. La computadora es una máquina cuya estructura y funcionamiento se conocen totalmente, mientras que el cerebro humano es un órgano cuyo funcionamiento "íntimo" no se conoce aún. Es el resultado biológico (no final) del proceso evolutivo, consecuencia de millones de años de azar y reajustes en ese duro banco "real" del prueba-error que es la naturaleza. No puede compararse a un ingenio informático, cuyo origen se remonta, como mucho, a unos cien años, mientras que el cerebro es un órgano elaborado por la naturaleza durante millones de años. A pesar de todo lo que se sabe sobre neuronas y regiones cerebrales, el funcionamiento efectivo y como un todo del cerebro es desconocido. Se sabe que su complejidad es tal, que es capaz de ser «flexible y abierto» y de elaborar procesos mentales conscientes. El resultado es que es extremadamente versátil, y que no se comporta de la forma rígida y limitada de una máquina. Por ejemplo, cada una de las 80.000 millones de neuronas que existen –unas pocas menos que estrellas hay en la Vía Láctea–, por término medio, en un cerebro, están decidiendo, computando y dialogando de forma dinámica con las otras neuronas en todo momento. De hecho, cada conexión entre neuronas cambia constantemente su microestructura física y química, su funcionamiento y su anatomía, en períodos de 24 horas en el maravilloso proceso que conocemos como neuroplasticidad. Al final, el trabajo de este complejísimo órgano logra –en la mayoría de los casos– que su poseedor permanezca vivo y consiga sus objetivos en un mundo complejo, peligroso y cambiante. ¿Qué computadora tendríamos que construir para lograr lo mismo? ¿Cuál sería capaz de sentir emociones, evitar un accidente, analizar información y sacar conclusiones, tener nuevas ideas o amar? 

EL PODER MAGICO DEL PENSAMIENTO: Algunos creen que la telepatía es una especie de Zoom de emergencia para el cerebro. No existe ningún estudio bien documentado y fundamentado en investigaciones sólidas, utilizando el método científico, que avale la existencia de poderes mentales, como la telepatía, la clarividencia, la precognición o la telequinesia. Es decir, todo lo que se dice en torno a estas es, de nuevo, una "farreada". Al menos hasta que se demuestre lo contrario. Las investigaciones sí han mostrado, sin embargo, que las sociedades que ven amenazada su seguridad y que sienten miedo y desánimo –¿le parece conocido?– tienen niveles más altos de pensamiento mágico, en el que se da por real lo sobrenatural. Curiosamente, o quizás no tanto, los niveles de aceptación de este pensamiento son menores si hay sensación de seguridad, una buena educación y formación intelectual y un alto nivel de desarrollo económico. Sin embargo, los poderes mentales son una mentira muy aceptada en occidente. En 2005, un estudio mostró que el 41% de la población adulta de Estados Unidos cree en ellos. El 31% cree en la telepatía y el 26% en la clarividencia. Actualmente se piensa que la fe en lo paranormal se sustenta sobre la fuerte necesidad de creer en algo superior y en el hecho de que, frecuentemtente, todos tenemos experiencias ocasionales que nos parecen extraordinarias y que desafían las explicaciones "normales". Una de ellas, es la clásica coincidencia de pensar en alguien y que esa persona llame al teléfono. ¿Será un caso de telepatía? ¿Entonces por qué no funciona si intentamos repetir la operación? 

COMUNICACION MENTAL ENTRE MADRES E HIJOS: La telepatía nunca ha funcionado hasta el momento en experimentos hechos por científicos. Circula por doquier la idea, bastante reconfortante, de que existe una comunicación telepática entre hijos y madres. Por desgracia, ninguna investigación ha podido demostrarlo. Y se ha intentado. Estudios hechos con personas muy afines emocionalmente, algunas de las que eran gemelos univitelinos, han comprobado si realmente existe una comunicación mental a distancia. En estas pruebas, un supuesto emisor se sentó en una mesa, en el interior de una habitación aislada. Otro receptor de «ondas telepáticas» se sentó en otro lugar distante. Los científicos midieron la actividad cerebral de ambos y se les hizo ver una sucesión de fotografías. Se le pidió al emisor que enviara a través de su poder telepático lo que estaba viendo en las imágenes. En la otra habitación, el receptor tenía que sentir si la imagen que estaba viendo era la que había visto su allegado emisor. La estadística no mintió. De las 3.687 respuestas emitidas por los receptores, aproximadamente el 50% eran acertadas. Esta precisión es justo la que se esperaría si las respuestas, que fueron «sí» o «no», hubieran sido dichas por azar. Al menos sabemos que Whatsapp es más eficaz que la telepatía para compartir imágenes. 

LA LEVITACION Y LOS "VIAJES ASTRALES": Todos hemos tenido en algún momento esa molesta sensación de no querer estar donde estamos –especialmente los lunes por la mañana–. Algunas personas, propensas al pensamiento mágico, aseguran que su poder mental puede lograr lo imposible, y hacerles salir de su cuerpo, o elevarse del suelo. Muchas tienen en común haber pasado por duros trances: fuertes impresiones, mucho estrés, la cercanía de la muerte o los perniciosos efectos de las drogas. Algunos enfermos han dicho haber sentido la sensación de dejar atrás su cuerpo y hay pacientes recuperados de la anestesia y de duras operaciones que llegaron a ver su propio cuerpo sobre la mesa de operaciones. Los epilépticos a veces tienen sensaciones que describen como «elevación del suelo», «alejamiento de uno mismo» o «salir fuera del cuerpo». Por suerte, los neurólogos han vinculado estas inquietantes vivencias con una actividad anómala del lóbulo temporal del hemisferio derecho. Una actividad que, por cierto, aparece justo antes de los ataques epilépticos. En el imaginario colectivo, todo esto ha encajado muy bien con la noción religiosa y filosófica de que existe un alma separada del cuerpo. Además, siempre se ha dicho que San Pablo, Santa Teresa de Jesús o San Juan de la Cruz levitaron. Por el momento, no hay ninguna evidencia científica, ninguna observación o experimento, bajo método científico, que avale su existencia. Es un fenómeno solo subjetivo, una sensación nunca confirmada por observaciones hechas por otros y referidas con datos y pruebas contrastadas. Por tanto, la levitación es otro mito, hasta que se demuestre lo contrario. Si todavía así le queda un resquicio de duda, el neurocirujano canadiense Wilder Penfield dio con una forma de inducir la sensación de levitación. En operaciones quirúrjicas para tratar ciertos tipos de epilepsia, comprobó que estimulando con electricidad un área concreta, los pacientes decían verse flotando en el aire y contemplando su propio cuerpo en la mesa de operaciones. Aparte de lo logrado por Penfield, la literatura médica está llena de testimonios similares recogidos entre los pacientes. 

Existen muchos más Neuromitos que los abordados en estas semanas, pero creo que es tiempo de dar paso a otros temas DE LA CABEZA. ¿Seguimos?

 

EL LIBRE ALBEDRIO... ¿REALMENTE EXISTE?

 

Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nación del sábado 2 de octubre de 2021. Todos los derechos reservados.


Una de las cuestiones que desvelan a las Neurociencias desde hace tiempo es el real concepto de "libre albedrío". Pongamos un ejemplo: llega el sábado y debo elegir entre quedarme en casa a ver una serie en Netflix o salir con amigos a compartir. Si salgo, debo decidir con quien y dependiendo de eso, donde ir, que hacer.  ¿Es esta una decisión libre o influenciada? Parece que hay muchos condicionantes, a favor y en contra, del camino a seguir. En realidad, su decisión sería completamente libre si un día se inclinase por una actividad y otro por la opuesta. Pero, ¿cuándo se darán las mismas exactas circunstancias? En la práctica, nunca. Ese es uno de los problemas de lo que se entiende, en sentido estricto, por libre albedrío: la capacidad de tomar decisiones diferentes ante exactamente las mismas condiciones ambientales, sociales, individuales y emocionales. A esto sumamos que cualquiera puede hacer lo que quiera, pero no elegir lo que quiere. ¿Estamos predeterminados a lo que decidimos? La batalla del determinismo tiene también un sustrato religioso. Por ejemplo, los jesuitas defendían en su momento que el libre albedrío era necesario para poder alcanzar la salvación. Los jansenistas y protestantes creían en la predestinación, por lo que uno poco podía hacer en ese caso. ¿Quién tiene razón?

Como muchas ocasiones, la Neurociencia viene a salvarnos de una encrucijada más. Incluso los expertos en derecho penal ven difícil aplicar los conceptos de responsabilidad y culpabilidad a decisiones tomadas por una estructura material como es nuestro cerebro. En la actualidad, la inmensa mayoría de los neurocientíficos aceptamos que es nuestro cerebro el que ocasiona y regula lo que hacemos y lo que pensamos. Es decir, comportamientos, deseos, recuerdos, emociones y pensamientos dependen de la actividad de porciones específicas de nuestro cerebro. Si para ver hace falta la retina y partes definidas de la porción más posterior del cerebro, denominada corteza visual u occipital, para tocar el piano hace falta la actividad coordinada de porciones específicas de las cortezas parietal, prefrontal y motora y así para todas las demás actividades que hacemos, sentimos o pensamos. ¿Cómo ocurre la actividad consciente, es decir, aquella que nos permite percibir el mundo exterior, adquirir conocimientos y tomar decisiones? A fin de cuentas, todo esto subyace al proceso de decidir, de elegir lo que uno quiere hacer. 

Esto se explica así: en primer lugar, gran parte de la actividad cerebral ocurre de forma inconsciente. Por ejemplo, cuando vemos una película, las imágenes se suceden de forma pausada con cortes espaciados varios segundos, lo que nos permite seguir las escenas percibiendo todo lo que ocurre, mientras que con los videoclips musicales el tiempo entre corte y corte es muy breve y, aunque creemos que vemos todo lo que nos enseñan, la realidad es que no es así. Ocurre que, para que la información visual se haga consciente, la actividad cerebral debe alcanzar la porción más rostral del cerebro, el lóbulo prefrontal. Cuando las imágenes se sustituyen rápidamente la activación cerebral no llega al lóbulo prefrontal y no somos completamente conscientes de lo que se muestra. Aun así, tenemos la sensación subjetiva de que estamos viendo el contenido global del filme, pero es gracias a una percepción subconsciente. Ese procesamiento subconsciente también ocurre, en parte, cuando tratamos de decidir qué hacer, ya que la actividad cerebral precede a la actividad mental consciente, por lo que el momento en que decimos "Eureka!" es solo el corolario final de un proceso mental que transcurrió cuando hemos estado buscando la solución a un problema matemático, o a un dilema de otra índole y, de repente, parece que se nos ilumina la mente y encontramos la solución. Ocurre que, en el caso de que sea una cuestión lingüística, más de un segundo antes de que digamos '¡ajá!' se activan porciones específicas de la zona parietooccipital y de la corteza temporal anterosuperior. Por supuesto, nuestro estado consciente varía a lo largo del día mientras estamos activos, descansando, pensando en las musarañas o durmiendo. A cada una de esas situaciones corresponde una actividad cerebral determinada. 

Por las limitaciones conceptuales indicadas hace una semana sobre el libre albedrío, los neurocientíficos preferimos manejarnos con el más flexible concepto de toma de decisiones, no de una cuestiòn "metafìsica· de conceptos de libertades. Y esas decisiones se toman independientemente de que sean libres o determinadas, lo que interesa saber es qué ocurre en el cerebro cuando tomamos una decisión determinada. 


En 1983, Benjamin Libet desató una controversia con su demostración de que nuestra sensación de libre albedrío podría ser una ilusión, al demostrar con un experimento ya clasico, que la decision de efectuar algo como un movimiento, era ya tomada fracciones de segundo antes de que se produjera aparentemente de manera libre y no condicionada. Parte de la atracción del experimento de Libet se debe a dos intuiciones dominantes que tenemos acerca de la mente: la primera es la sensación de que nuestra mente es una cosa separada de nuestro ser físico, un dualismo natural que nos empuja a creer que la mente es un lugar puro, abstracto, libre de limitaciones biológicas; la segunda es la creencia de que conocemos nuestra propia mente, que nuestra experiencia subjetiva de tomar decisiones es un reporte exacto de cómo se tomó esa decisión. 

La mente es como una máquina. Siempre que funcione bien, nos sentimos alegremente ignorantes de cómo lo hace. Es solo cuando surgen errores y contradicciones que nos llama la atención ver que pasa. Quizás la verdadera decisión está hecha de alguna forma "por nuestro cerebro" o tal vez simplemente sea que la sensación de decidir está atrasada con respecto a nuestra decisión real. Solo porque reportamos erróneamente el momento de la decisión no quiere decir que no estuvimos íntimamente involucrados en tomarla, en el sentido significativo que eso pudiese tener.  Llevados al campo de las neuroimagenes donde se examinò con un resonador magnetico funcional el cerebro de personas mientras tomaban decisiones aparentemente libres de cualquier tipo de presion, se ha comprobado por los registros de zonas "despiertas" en ese momento en el cerebro que.todas las decisiones las toma nuestro cerebro inconsciente de forma determinista, en función del estado en que se encuentra en el momento de recibir los estímulos que lo mueven a escoger entre varias opciones. 

Ahora, con estos descubrimientos, nos toca asumir un conocimiento nuevo sobre nuestra manera de ser: la conciencia llega cuando ya hemos tomado la decisión. Nuestras decisiones están predeterminadas inconscientemente un poco antes de que nuestra conciencia las perciba como si las hubiera desencadenado de manera premeditada. Y esta es la palabra clave: no ha habido “premeditación” consciente. La respuesta biológica ha sido automática y anterior a la toma de conciencia “meditada” de que estamos conformes con la acción ya ejecutada.Según esto, la impresión del sujeto de haber decidido racional y libremente no es más que una simple ilusión de control, una justificación a posteriori del cerebro para sentir que teníamos razones para hacer lo que, en realidad, hemos hecho motivados por nuestras sensaciones y emociones. Definitivamente, esto nos ayuda a confrontar nuestras intuiciones sobre el funcionamiento de la mente y a ver que las cosas son más complicadas de lo que instintivamente imaginamos. 

Pero no se preocupe: no somos máquinas. Somos seres vivos con motivos internos que nos llevan a explorar y entender el mundo que nos rodea y a nosotros mismos. Esperemos que para bien.  ¿Díganme si no es para estar DE LA CABEZA?. Nos leemos el sábado siguiente.


BILINGUISMO EN EL AUTISMO: UNA NUEVA LUZ

 

Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nación del sábado 25 de setiembre de 2021. Todos los derechos reservados.

El Paraguay tiene por característica la mediterraneidad y el bilingüismo. Somos mediterráneos, una isla rodeada de tierra como decía Roa Bastos, y al respecto de ello no podemos hacer nada. Pero somos bilingües, y esta condición que no la ostentan muchos países en el mundo, podría pensarse que es un gran problema, sin embargo, para aquellos que tienen serios problemas de comunicación como las personas con trastorno del espectro autista (TEA). Y, en verdad, esto parece no ser así. 

Los niños con Trastorno del Espectro Autista (TEA) suelen presentar, como aspectos más frecuentes, alteraciones en la comunicación y el lenguaje. La ausencia del inicio del lenguaje, cuando por edad ya debería haber iniciado esta etapa, crea inquietud entre los padres. Este trastorno del neurodesarrollo acrecienta la preocupación entre los progenitores cuando el entorno del niño o niña con un diagnóstico TEA es bilingüe y les surgen las dudas de si es conveniente aprender dos idiomas de manera simultánea. Un estudio español realizó una revisión sistemática en el que recogía que el bilingüismo no supone ninguna dificultad adicional para el desarrollo de niños con este trastorno a partir de los tres años. Al contrario, el niño se beneficiará del aprendizaje y desarrollo que conllevan dos idiomas. 

Un entorno bilingüe/multilingüe puede tener un efecto positivo en habilidades cognitivas, metalingüísticas (para entender las reglas de cada lengua) y para aprender cómo comunicarse adecuadamente en cada situación. Además, aprender más de una lengua aporta flexibilidad; es decir, entender que las cosas no tienen una única forma de ser. Por ello, el bilingüismo puede favorecer la producción de respuestas más apropiadas con los distintos sentimientos y pensamientos de los demás. Además, contribuye a una percepción más adaptada en situaciones de rechazo social. Restringirse a utilizar un solo idioma no maximiza necesariamente el potencial de aprendizaje lingüístico o comunicativo cuando el niño o la niña se desarrolla en un entorno bilingüe. Es más, existen incluso estudios que han encontrado que los niños y niñas con TEA bilingües tienen el doble de probabilidades que los niños monolingües con TEA de usar gestos cuando se comunican, como, por ejemplo, señalar. Las personas con TEA pueden ser capaces de manejar y beneficiarse de escuchar más de un idioma en el mismo sentido que sus iguales: desarrollando mayor flexibilidad cognitiva y pensamiento crítico, mayores destrezas para la interacción social y mejores capacidades mentalistas. Incluso puede ofrecer ventajas para la lectura y la escritura. De hecho, los adultos con TEA bilingües manifiestan haber tenido una vida social más satisfactoria que los monolingües. 

Aprender lenguas a cualquier edad requiere poner en práctica recursos que aportan beneficios a nivel social y de calidad de vida. Y para quienes presentan TEA, puede ser una verdadera ayuda DE LA CABEZA. Nos leemos en una semana.


LA MEMORIA NOS ENGAÑA


 

EL CEREBRO DE LA MADRE ANTE LA MIRADA DEL NIÑO

 


sábado, 8 de enero de 2022

LA MÚSICA QUE NOS GUSTA

 

Artículo correspondiente a la columna semanal del Diario La Nación de los sábados 7, 14 y 21 de agosto de 2021. Todos los derechos reservados. 

Si hay algo que nos gusta a todos los seres humanos (incluso a los animales muchas veces) es la música. En esta misma columna me he referido a su efecto sobre el cerebro y sobre las emociones en más de un sábado de conversación con ustedes, queridos lectores neurofanáticos. Pero... ¿pensamos alguna vez por qué nos gustan algunas músicas, mientras que otras no? Y es que los gustos musicales son tan variopintos como cantidad de personas existen sobre la faz de la tierra.

En la cultura occidental, la atracción del ser humano hacia la música ha generado innumerables opiniones y estudios, desde aquellos que la han enfocado desde la Filosofía hasta los que la abordaron desde la luz potente de las Neurociencias: todas arrojaron valiosos conocimientos sobre la relación de los hombres con el sonido y nos llevan a concluir que, de todas las manifestaciones artísticas, la música es la que consigue que afloren nuestras emociones de una forma más inmediata e incontrolable El gusto por la música parece ser algo innato, a diferencia del conocimiento musical que es algo que se aprende. 

Pero... ¿qué hace de la música algo tan próximo a nosotros? Independientemente al hecho de que la música es omnipresente gracias a la tecnología (auto, casa, trabajo, en auriculares cuando hacemos deportes, cuando nos juntamos con amigos) y en todo momento es la más accesible de las artes, debe haber algo más. Por eso, todos debemos saber que la ventaja de la música con respecto al resto de artes es que su procesamiento se produce a través del oído y este sentido es el que mayor desarrollo intrauterino alcanza. Su formación comienza en las primeras semanas de gestación y antes de la mitad del embarazo, aproximadamente en la semana dieciséis, el feto puede percibir sonidos procedentes de la madre (los latidos del corazón, los ruidos intestinales, el flujo sanguíneo…) o del exterior (las voces, los ruidos de la calle, la música…) y reacciona a lo que escucha a través del movimiento corporal y del aumento de ritmo cardíaco. Lo curioso es que el oído comienza a funcionar unas nueve semanas antes de que la oreja esté en su sitio y completamente formada (esto ocurre en la semana veinticinco) y nos da una pista de por qué la percepción auditiva resulta más evocadora que el resto de percepciones: el enorme nivel de sofisticación del sistema auditivo nos permite atender no solo a estímulos sonoros externos sino que tenemos la capacidad de reproducir sonidos internamente con bastante más precisión que las sensaciones y experiencias que podemos recrear con el resto de sentidos. Por ejemplo, si queremos dejar de ver algo de inmediato podemos cerrar los ojos, si queremos dejar de oler basta con taparnos la nariz, si queremos dejar de tocar lo solucionamos retirando nuestra mano de allí, si queremos cambiar nuestro mal sabor de boca podemos beber o comer algo nuevo pero… ¿qué podemos hacer cuando una canción se nos ha metido en la cabeza y no hay manera de olvidarla instantáneamente? Tenemos pocas alternativas: no podemos cerrar las orejas, no solucionamos mucho tapándolas, no podemos retirarlas del objeto sonoro ¡porque está dentro de nuestra cabeza! Solo podemos esperar a que el sistema auditivo se centre en otra actividad o la memoria musical desista. He aquí una de las razones por las que la música, como sonido que es, nos resulta tan próxima: el sistema auditivo nos permite recibir estímulos externos a los que reaccionamos antes de nacer y reconocemos inmediatamente después del nacimiento.

Igualmente, la capacidad de reacción del oído humano es altísima. Prueba de eso es cuando se oye la bocina de un vehículo, sin esperar a razonar la respuesta, "pegamos el salto" para salvarnos de lo que sea... aunque más no sea una broma de mal gusto del que tocó el claxon. Y es que los mecanismos de alerta se relacionan con el sistema auditivo porque este era uno de los que alertaba a nuestros antepasados que iban de cacería de que eran ellos los acechados y no los animales que deseaban cazar para así salvarles la vida. Es justamente por eso que el oído es uno de los sentidos que más rápidamente reacciona incluso cuando estamos dormidos ya que junto con el olfato tiene un mecanismo de alerta que no se desactiva. 

Si bien hablamos más de los sonidos, ahora hablaremos ya de la integración de los mismos dentro de lo que es la música. La música es más compleja que un sonido aislado y por ello los estudios neurológicos la han utilizado para investigar en profundidad cómo funciona la percepción auditiva. Los experimentos con electroencefalografía han arrojado datos muy interesantes sobre cómo, al escuchar determinado tipo de música, cada individuo activa regiones concretas del cerebro relacionadas, en muchos casos, con las mismas áreas que se activan cuando sentimos miedo o un placer muy intenso. También han permitido determinar que: el oído tiene una gran capacidad de memoria que funciona como un enorme vademécum al que recurrimos para que nos ayude a explorar nuevos sonidos o nuevas músicas y que con pocos estímulos es capaz de activar más regiones cerebrales que el resto de sentidos. Esta es la segunda razón por la que la música nos resulta tan próxima: al activarse en el cerebro regiones no relacionadas propiamente con el sistema auditivo, se nos permite acumular experiencias que vivimos a partir de otros sentidos, de otros estados emocionales. Además, al necesitar tan poco para activarse, con sentir dos o tres notas de una melodía se mueven nuestros recuerdos no solo musicales sino también las vivencias relacionadas con ellos. 

Que la música nos mueve y nos conmueve no es nada nuevo. La diferencia entre los estudios actuales y los anteriores radica en que se da una explicación científica más profunda que pretende responder a cómo y por qué con la música se nos pone tantas veces la piel de gallina, se nos hace un nudo en la garganta, se nos llenan los ojos de lágrimas o nos entran ganas de saltar y gritar. La gran mayoría de los seres humanos no sienten tan a menudo estas sensaciones con otras manifestaciones artísticas como con la música. 

Pero (y esto le interesará a los músicos que leen mi columna)... ¿Se puede mejorar la apreciación y la comprensión musical sin estudiar música? Apreciar y comprender poseen diferencias sustanciales que se notan cuando los alumnos estudian música a nivel de Conservatorio. En los alumnos que leían música, así como en los que no lo hacían pero esbozaban conceptos visuales para entenderla y realizar una especie de "desglose auditivo" de lo que oían, la comprensión de lo que escuchaban era sumamente aceptable. La conclusión a la que se llegó es que si entendemos la comprensión musical como la acción de penetrar en su conocimiento para poder entender e interpretar de una forma más precisa los parámetros y elementos musicales, es indispensable tener nociones avanzadas sobre lectura, entonación y ejecución instrumental. Sin embargo, si la apreciación musical es la acción de poder evaluar con un mínimo de rigor aquello que escuchamos, no hace falta tener nociones relacionadas con la lectura y la entonación musical, pero sí unas pocas ideas claras y concisas sobre análisis auditivo. Esto mejora en mucho la apreciación y la consideración de la música, especialmente la de aquella que no está dentro de nuestro gusto ni de lo que escuchamos habitualmente. 

Esto es, precisamente, lo que hace que no podamos decir que la música es un lenguaje universal –no todo el mundo comprende toda la música– aunque sí podemos confirmar que la música es como una lengua pues, igual que éstas, utiliza esquemas. Unos esquemas que se pueden aprender de forma implícita a base de escuchar y comparar o de forma explícita aprendiendo qué parámetros y elementos son los que conforman esa música. Unos esquemas al fin y al cabo que nos proporcionan muy variados niveles de conocimiento sobre algo que a todos nos gusta: La música. 

Durante décadas, los neurocientíficos se han preguntado si existe una explicación biológica para que unos acordes nos agraden más que otros o si, por el contrario, se trata de una cuestión cultural como defienden algunos compositores. Un estudio del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y de la Universidad de Brandeis -ambos en Estados Unidos- publicado en la revista Nature se inclina por esta segunda hipótesis: sugiere que nuestras preferencias acústicas dependen más de la exposición a un determinado estilo musical que de un rasgo inherente al sistema auditivo. Es posible que las clases de sonidos para las que podemos adquirir de forma sencilla respuestas estéticas están restringidas por lo que es fácilmente discriminable, y eso está determinado hasta cierto punto por la biología. Aunque hay razones para hablar de una habilidad innata para distinguir los acordes que nos parecen más agradables del resto porque hay entre ellos diferencias de armonía, los datos de este estudio sugieren que la respuesta estética que se asocia con una clase de sonidos se adquiere mediante la exposición a una cultura.

Ya los músicos de la Antigua Grecia observaron que las notas que componen los acordes consonantes -los que nos parecen agradables- guardan una relación de números enteros en lo que a la frecuencia de sus ondas sonoras se refiere; por ejemplo, entre do y sol -que juntas forman la llamada "quinta perfecta"- la relación es de 3:2. Es posible que los griegos comenzaran a hacer música usando combinaciones de notas que formaran cocientes de números enteros porque creían en teorías estéticas que echaban sus raíces en ese tipo de proporciones, y así seguimos hasta ahora. En efecto, la música occidental se basa en gran parte en armonías que se construyen siguiendo estos principios, que se han difundido a lo largo de todo el mundo. Mediante estudios en diferentes poblaciones culturales se encontraron que las preferencias sobre la consonancia o la disonancia dependen de la exposición a la cultura musical occidental y que esa preferencia no es innata. Esto en cuanto a la armonía, respecto a la melodía, les cuento en el siguiente párrafo.

 Sí, pero ¿por qué estos sonidos nos producen emociones? ¿Por qué no otros? ¿Qué es lo que distingue la música de, por ejemplo, el ruido del tráfico, y qué efecto tiene en nuestro cerebro? La música es algo común a toda la humanidad y además nos define como especie. Es cierto que la música clásica reduce la ansiedad en los perros, mientras que el heavy metal les hace ladrar más. A los gatos les da igual la música que pongas. Pero esto tiene que ver más con el ritmo y el tono. En realidad nosotros tenemos una capacidad que los perros y gatos no tienen: la llamada tonalidad relativa. Los humanos no solo oímos los tonos separados, sino que también percibimos las diferencias entre las frecuencias de las notas de una canción. Son estas relaciones entre las notas las que nos permiten recordar e identificar una melodía, algo que ningún otro animal puede hacer. Los pájaros pueden reconocer una secuencia de tonos, pero si cambiamos la tonalidad de toda la canción para hacerla más aguda o más grave, ya no pueden. En otras palabras, algunos animales pueden distinguir melodías, pero solo nosotros, los humanos, podemos percibir la armonía, la estructura de la canción. Hemos evolucionado para aprender a distinguir patrones, series que se repiten, y hacer predicciones. Cuando acertamos con las predicciones nuestro cerebro recibe una placentera descarga de dopamina. Toda la música son series y patrones que aprendemos a reconocer. Tenemos las proporciones entre las notas tan metidas en el cerebro que somos capaces de adivinar cuál es la nota siguiente. 

Pero esto no termina aquí: los humanos también somos curiosos y nos gustan las sorpresas. Por eso, cuando una melodía o una armonía se sale de lo que esperamos, nuestro cerebro también recibe una recompensa. Esto ha permitido a una inteligencia artificial desvelar cuál es el secreto de que una canción sea pegadiza. El programa es capaz de componer un éxito pop instantáneamente. Hay muchas hipótesis sobre el origen de la música en los humanos, entre ellas, que en un momento fue parte del lenguaje, y que nos permitió expresar emociones. Por eso tenemos gargantas que nos permiten cantar. Por eso nos gusta la música.Por eso nos tiene DE LA CABEZA. Hasta el sábado que viene.



EL MISTERIOSO MUNDO DE LAS EMOCIONES

 

Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nación de los sábados 13, 20  y 27 de julio de 2021. Todos los derechos reservados.


Si me dijeran que definiera a la especie humana, no parafrasearía a René Descartes con su "cogito, ergo sum", "pienso, luego existo", porque como bien lo definiera Antonio Damasio en su obra "El error de Descartes" (Editorial Planeta,1994) el ser humano antepone siempre la emoción a la razón, y eso se ve cuando le toca elegir, por ejemplo, entre dos hamburguesas: siempre termina eligiendo la de "marca" contra la "casera", aunque esta última sea más jugosa, grande y deliciosa: gana siempre el truco emocional implícito en el perverso marketing incesante de la marca multinacional (que en los niños alcanza el nivel de mayor maldad al querer introducir la felicidad en una cajita: la "cajita feliz"). De eso hablé mucho y varias veces en esta columna: del marketing emocional con el que nos venden gato por liebre o grasa por carne. 

De entrada no es fácil siquiera determinar el significado del término emoción. Para unos, las emociones implican experiencias conscientes que solo pueden investigarse en humanos, mientras que para otros el movimiento de la cola entusiasta de nuestro perrito al llegar a casa es prueba de que "está emocionado de vernos". Algunos sitúan las emociones en zonas cerebrales delimitadas y otros las ubican absolutamente repartida en diferentes centros encefálicos. Y en la historia, por ejemplo, William James dijo que las emociones son la consecuencia de la conducta, no su causa. 

Hoy en día no podemos decir que las emociones son consecuencia solamente de lo que reaccionamos respecto a lo que nos rodea o de nuestro carácter, el que traemos "de fábrica". El desarrollo de las emociones implica una interacción sutil entre genes y entorno, entre mecanismos programados de forma innata y asociaciones aprendidas. Conductas innatas como la sonrisa se dan incluso en recién nacidos o se expresan en sueños. Con tiempo y aprendizaje, pasan a ser incorporadas en expresiones plenamente manifestadas. Nada tiene, pues, de extraño que uno de los aspectos de la emoción que se ha estudiado con mayor intensidad sea su expresión facial. Los estudios pioneros de Paul Ekman y sus colaboradores en los años sesenta y setenta sugerían que algunas expresiones faciales se compartían en todas las culturas. Ekman viajó a Nueva Guinea para investigar sobre las emociones de los naturales, en particular sus expresiones faciales. De su observación dedujo que había expresiones de un conjunto de emociones, las emociones básicas, de alcance universal en el género humano, cuyo fundamento radicaba en módulos cerebrales innatos. Conformaban ese elenco básico la alegría, la sorpresa, el miedo, la angustia, la repugnancia y la tristeza; podría sumarse alguna otra, como el desprecio. 


La investigación reciente ha revelado que las expresiones faciales encierran otros aspectos que, por su finura, escapan a la observación común. Además, la antropología comparada ha demostrado que cada cultura categoriza las expresiones en distintos conceptos. El rostro humano expresa su emoción a través de 17 pares de músculos faciales, que compartimos en buena medida con los grandes primates. 

Una ciencia de las emociones requiere hablar claro y tener bien definidos los conceptos, establecer con precisión los medios sensibles, las posibles herramientas de análisis estadísticamente poderosas y ordenar todas las hipótesis creativas. Aunque las emociones sean estados cerebrales y los mecanismos que las generan deban investigarse en neurobiología, sería una falacia deducir de ello que las emociones se hallan literalmente en el cerebro y pudiéramos descubrirlas con solo afinar las herramientas de observación y medición. Muy importante es saber que no es lo mismo producir emociones que tener emociones. Muchas partes del cerebro participan del mecanismo de la emoción, una sola de ellas aislada no lo produce ni li general. La emoción es una propiedad de todo el sistema nervioso, no en balde cuando algo nos emociona "nos da pirí" o "sentimos mariposas en el estómago": todas las partes operan conjuntamente para generar la propiedad. Hay sistemas cerebrales que determinan que el sujeto experimente las emociones. La experiencia consciente de las emociones es propiedad global de la persona (o de un animal), pero los mecanismos en cuya virtud se produce no poseen en sí mismos esa propiedad. 

Si hablamos de las características que describen a las emociones, podemos decir que son varias. Destacan su gradualidad, lo que significa que no todos los estados poseen la misma intensidad: hay emociones "fuertes" e intensas y emociones pasajeras y "light". Propio de ellas es lo que se denomina en psicología su valencia, es decir, su dimensión dual (placer y desagrado, estímulo y respuesta) como antónimos sensitivos de la psiquis. También se toma en cuenta su persistencia, el estado emocional perdura más que el estímulo desencadenante, lo que implica que, aunque haya concluido el factor que emocionó, la sensación persiste e incluso se reaviva con el estímulo del recuerdo. Los autores analizan de forma exhaustiva otras propiedades como la generalización, el automatismo o la comunicación social, es decir, sentirse "totalmente bien" o "totalmente mal" con una emoción, sentirse automáticamente bien o mal cuando se genera un mismo estímulo emocional positivo o negativo, o sentirse apesadumbrado cuando "el ambiente" en general se siente "pesado", todos están mal o todos están bien (las emociones "se contagian"!!!)

Hoy en día sabemos que la reactividad emocional, la fuerza con que se expresan las emociones en cada persona, es una cualidad biológica, variable y con un gran componente congénito, es decir, la heredamos en buena medida de nuestros progenitores y va a determinar muchos aspectos y circunstancias de nuestra vida. Incluso en los niños muy pequeños se observa que, ante una misma frustración, cuando, por ejemplo, se les quita un juguete de las manos, su respuesta emocional puede ser muy diferente. Los hay que se enojan mucho y "se pichan", mostrando un gran berrinche, mientras que otros expresan su sentimiento de manera más suave y pacífica. Quienes tengan más de un hijo posiblemente han tenido ocasión de comprobarlo en su propia familia (los que tienen la suerte de tener mellizos como yo saben cuan diferentes pueden ser dos seres que están juntos desde su misma concepción). A los adultos nos ocurre lo mismo, pues somos muy diferentes en el modo y la fuerza con que se expresan nuestras emociones y sentimientos incluso en idénticas circunstancias. 


Para concluir lo que hablamos sobre el misterioso mundo de las emociones, les prometí el sábado pasado contarles si las emociones pueden o no heredarse. Desde ya les cuento que la reactividad emocional, esa fuerza de expresión de los sentimientos, podría estar condicionada por causas o factores epigenéticos (es decir, que puedan estar en la información genética del individuo y solamente manifestarse mediante estímulos del ambiente).  Ahora también sabemos que la reactividad emocional, la fuerza de expresión de los sentimientos, podría estar condicionada por causas o factores epigenéticos, es decir, por experiencias personales de los progenitores, como las situaciones de estrés que han vivido y que han podido marcar sus genes condicionando su expresión. Aunque no sabemos cómo, las marcas epigenéticas pueden transferirse al ADN de los gametos (espermatozoides y óvulos) que, a su vez, se transfieren a los descendientes en la fecundación. Así ha sido comprobado en experimentos con ratas donde las que fueron entrenadas a asociar un determinado olor a una descarga eléctrica en sus patas tuvieron descendientes con más sensibilidad a ese olor que las que no habían sufrido la misma experiencia. El aprendizaje de los progenitores causó cambios epigenéticos que facilitaron la expresión del gen que lleva la información para sintetizar la molécula sensible a ese olor. Ese cambio se transmite por los gametos y aumenta la sensibilidad del descendiente para ese mismo olor. De modo similar, las vivencias estresantes de los padres podrían condicionar epigenéticamente la sensibilidad emocional de los hijos, e incluso de los nietos, en determinadas situaciones, pues las marcas epigenéticas pueden heredarse con los propios genes, aunque no tienen la misma estabilidad que ellos y pueden añadirse o perderse en los cambios generacionales.  

Entonces, la reactividad emocional es en buena medida, heredada. Ahora, lo que va a emocionarnos y a hacernos expresar los sentimientos con esa fuerza de la que venimos dotados depende de factores que ahora son ambientales y educativos. Heredamos la reactividad emocional, pero aprendemos a utilizarla según lo que hemos vivido cada uno y cómo nos enseñan y educan. Los estímulos, es decir, las palabras, hechos, ideas, pensamientos, personas, lugares y circunstancias que nos emocionan lo hacen porque en algún momento anterior de nuestra vida se asociaron a circunstancias que nos provocaron sentimientos como el miedo, la alegría, la vergüenza, el odio o el amor, entre otros muchos posibles. Muchas emociones son respuestas condicionadas, es decir, aprendidas, y esa asociación pudo producirse de forma automática y espontánea, como cuando al pararse inesperadamente el ascensor sentimos miedo, o de forma instructiva, como cuando se nos educa para ser solidarios y generosos o, para odiar a personas, colectivos o ideas. Nadie nace siendo Anabelle la muñeca maldita o Bambi, pero las experiencias vitales y la educación pueden orientar una alta reactividad emocional hacia el altruismo y la bondad o hacia la maldad y el horror. 


Otros factores biológicos pueden además sumarse, como en el caso de los hombres, donde la presencia en su sangre y su cerebro de la hormona testosterona puede actuar sinérgicamente con la reactividad emocional heredada Si la persona nace con una reactividad emocional determinada, solo faltan las situaciones personales o colectivas capaces de activar la expresión de los sentimientos incubados con la fuerza que cada uno lo hace. Desgraciadamente, no dejamos de comprobarlo con los casos de feminicidios y violencia familiar que coinciden con el género masculino con el triste protagonista violento. 

En definitiva, las emociones mismas, como el miedo, el odio o el amor, no se heredan, pero sí heredamos una predisposición biológica para adquirirlas con mayor o menor facilidad y, sobre todo, para expresarlas con fuerza diferente en cada persona. Lo que de ningún modo heredamos son los estímulos y las causas que provocan las emociones y los sentimientos que tenemos, pues eso depende exclusivamente de nuestras vivencias personales y, sobre todo, de la educación que desde niños recibimos, algo que no deja de ser una buena noticia porque nos permite cultivar una sociedad en la que educativamente se promuevan los sentimientos positivos alejándonos de los negativos y corrosivos. La experiencia y la plasticidad cerebral también nos enseñan que la educación emocional puede ayudarnos, si no a evitar las emociones negativas, sí a modular e incluso evitar las expresiones indeseables que provocan. Y sobre todo, a manejar las emociones para no estar DE LA CABEZA. Nos leemos con otro tema en siete días...!!!



LO QUE SUCEDE EN EL CEREBRO CUANDO DAMOS UNA BUENA CLASE

  Artículo correspondiente a la columna dominical DE LA CABEZA del Diario La Nación correspondiente al domingo 10 de setiembre de 2023. Todo...