sábado, 12 de junio de 2021

EL CEREBRO Y LAS FAKE NEWS

 


Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nación del sábado 27 de marzo de 2021. Todos los derechos reservados.

Uno de los peores males (a mi criterio personal) poco discutidos y que están creando mucho daño en esta pandemia es la infodemia, esa maldita costumbre de crear, recrear y repetir "pseudonoticias" de incomprobable fuente y muchísimo más que dudosa procedencia y seriedad en contenido y fundamentos. Si bien esto ha existido siempre con el fin de confundir o dañar a alguien aún antes de que existiesen las redes sociales o las mensajerías instantáneas. es en estas donde encontraron el ambiente más propicio para nacer, crecer y multiplicarse. Y en la pandemia​, con más gente asomada a esas redes y durante más tiempo, ha potenciado muchísimo estas fake news, acelerando y ampliando su difusión. en situaciones de tensión y preocupación como las actuales las personas somos más susceptibles, hay más cosas que nos resultan amenazantes, estamos a la expectativa y nos volvemos más reactivos y más hiper vigilantes, lo que hace que no diferenciemos la realidad de lo fantasioso, causando una falla en nuestra capacidad de procesar tanta noticia. Este sesgo de informacion no responde a una función cerebral sino más bien cultural: damos por sentado algo que no es correcto solamente porque se encuadra en nuestra forma de pensar o en lo que consideramos (o queremos) que sea real sea o no cierto. 


Esto sucede porque el cerebro es un gran ahorrador de energía (léase: es un enorme haragán) que hará todo lo posible por no gastar. Y como ya invirtió recursos en aprender algo y debe invertir más en desaprender y reaprender, entonces "acomoda" la información a los patrones que posee grabados, siéndole más "cómodo" adaptar lo que recibe a lo que aprendió. Y esto, como podemos apreciar, no es la verdad de las cosas, ya que el cerebro absorbe como una esponja informaciones que coinciden con la ideología e ignora la información contraria porque genera disonancia cognitiva y eso provoca malestar. O sea, es decirle al cerebro que está equivocado, y eso cuesta mucho. Es por esto que la única manera de luchar contra el sesgo de confirmación (y el resto de sesgos cognitivos) es ser consciente de su existencia y reflexionar de forma muy consciente y racional cuánto de verdad hay o puede haber en lo que nos dicen. Y así como hay personas hipercríticas o extremadamente desconfiadas que tienden a ponerlo todo en tela de juicio y no se fían de nada ni de nadie aunque se sientan identificadas con ciertas ideas, hay otras que porque son muy abiertas, muy flexibles o quizá muy incultas, pecan de ingenuidad y es más fácil que sean víctimas de las fake news. 


Otro sesgo que debemos considerar a la hora de la verdad (nunca mejor dicha esta expresión) es lo que en neurociencia denominan la ilusión de conocimiento y control, el hecho de que uno necesita tener la sensación de que su vida está controlada y siempre buscar estrategias para sentir que se tiene el control. A esto se suma que todo el mundo piensa que sabe más de lo que realmente sabe, de modo que cuando en medio de la incertidumbre del coronavirus, por ejemplo, recibimos una información que pensamos que es privilegiada, somos proclives a creerla porque eso refuerza nuestra ilusión de conocimiento y nos hace pensar que tenemos el control sobre lo que está pasando. Esta es la explicación de la presencia de lo que yo llamo "todólogos de la pandemia" o "neoespecialistas en Covid".

Un sesgo más es el del refuerzo social, ese que logra que cuando compartimos algo y nuestros amigos o familiares se muestran de acuerdo, nos hace sentir valorados y nos proporciona un refuerzo brutal a manera de una dosis de dopamina, activando el mismo circuito cerebral que detallara tantas veces en esta columna y que es el mismo que si practicáramos sexo o consumiéramos una droga, proporcionándonos placer, lo cual nos predispone a compartir informaciones y expandir inventos, los creamos o no. Y al final, si algo se repite y comparte mucho, más personas acabarán dándolo por cierto. 

A este otro sesgo se suma el llamado efecto halo, otra tendencia derivada de la forma en que funciona el cerebro que nos impulsa a hacer extensiva la buena impresión que tenemos de una persona en un aspecto concreto a otros ámbitos de su vida, aunque no tengan nada que ver. Esto se da así: si el dato falso lo difunde una persona que es influyente, un deportista, un actor, un político, (por algo los llaman "influencers" o influenciadores) la tendencia del cerebro es pensar que, por el hecho de que ese individuo destaca en un ámbito, su opinión tiene un valor superior al que realmente tiene, lo cual confiere mayor credibilidad a las mentiras. Esto también se da en sentido contrario: por fruto del sesgo de refuerzo social, si uno se aferra a hipótesis o tesis con las que el resto no está de acuerdo, se produce una sensación desagradable, de carencia y rechazo, y se activan los circuitos cerebrales de la ansiedad​. 


Respecto a lo que hablábamos, debemos considerar que hay otros factores que también influyen. Por ejemplo, el nivel cultural, ya que si uno sabe mucho de un tema es más difícil que le cuelen información falsa. También condicionan ciertos rasgos de personalidad, como un narcisismo mal llevado, donde el no tener bien afinado el nivel de conocimiento que uno tiene y pensar que su criterio siempre es el bueno; consigue que hayan personas convencidas de que tienen más información de la que en realidad manejan, sumándose al sesgo de ilusión de conocimiento y control, lo que finalmente les lleva a confundirse a la hora de filtrar la información, de modo que o no se creen nada o dan por buenas noticias que no lo son

Y más allá de cómo funcione nuestro cerebro, cuál sea nuestra personalidad o nuestro nivel cultural, hay un ingrediente fundamental para que nos creamos los inventos: su verosimilitud. Si es muy absurdo, por más sesgos cognitivos a que estemos sometidos, su recorrido será muy corto y pocas personas “picarán”. Si resulta muy real o tiene poca relevancia, tampoco tendrá mucha potencia. En cambio, si por forma y contenido resulta impactante y verosímil, aunque parezca contradictorio con la realidad que conocemos, es más fácil que le demos espacio. En especial, si además conferimos credibilidad a la fuente o persona que nos lo transmite 

Así que antes de preguntarse '¿por qué la gente no cree en la ciencia?', hay que cuestionarse por qué no quiere creer en la ciencia”, Los ideólogos de la conspiración no aplican parámetros serios a la hora de escoger si sus fuentes son expertas, o se limitan a cualquier video que alguien publicó en YouTube. Y esto es algo que no se enseña lo suficiente, ni siquiera a los niños en la escuela, y que se llama criterio. Además, quienes han sufrido una grave crisis en sus vidas y han perdido hasta el control sobre ella suelen ser vulnerables a las noticias falsas porque para ellos creer en algo, aunque sea falso, le devuelve cierta seguridad al aceptar una explicación fácil para las cosas difíciles ya que les vuelve el mundo aparentemente más comprensible. De hecho, cuando quienes creen en las leyendas de conspiración se sienten inseguros, se esfuerzan aún más por convencer a otras personas. Porque si alguien más cree lo mismo, se sienten confirmados en su creencia. Y a esto se suma el aburrimiento durante la pandemia, el tiempo en que el cerebro está "al santo cohete" y tiene tiempo de divagar no siempre en las direcciones correctas: el aburrimiento contribuye a que la gente quede atrapada en leyendas de la conspiración porque de repente, uno tiene mucho tiempo para buscar datos y opiniones en muchos sitios de Internet que corroboran la tendencia propia a creer en leyendas, luego se une a una comunidad donde ya no está solo y aburrido y se termina identificando plenamente con el grupo. 


Pero hay una última cosa: los nuevos medios de difusión en la red parecen estar embaucando especialmente a la gente mayor, ya que según estudios, los mayores de 60 tienen más problemas para identificar las noticias falsas y, sobre todo, mucho más propensos a difundirlas en redes. Por un lado, sugieren que pueda ser un problema asociado al deterioro cognitivo, que hayan perdido facultades para hacer frente a los bulos en plena forma. Pero también proponen que pueda deberse a que no están correctamente "alfabetizados" en información digital y por eso no reconocen correctamente las señales que podrían alertarles, como una dirección web con una URL sospechosa. Podría incluso agravarse este problema a medida que la generación de los baby boomers (nacidos entre 1946 y 1964). Y estos problemas podrían recrudecer a medida que se vuelvan más comunes los vídeos deepfake (vídeos manipulados) que hoy comienzan a pulular y que requieren de cierta "picardía informática" para detectarse.

El cerebro, aparentemente, puede ser fácilmente engañado aunque sea el órgano más avanzado de la creación. Cosas DE LA CABEZA que intrigan y apasionan. Nos leemos el siguiente sábado.



¿POR QUÉ MIENTEN LOS NIÑOS?

 


Artículo correspondiente a la columna semenal DE LA CABEZA del Diario La Nacion del sábado 10 de abril de 2021. Todos los derechos reservados. 

No somos pocos los padres que reprimimos con regaños a nuestros hijos cuando los sorprendemos mintiéndonos, pero si vamos a ser sinceros... ¿quién de nosotros no ha mentido cuando niño? (de adulto mejor no hablo, es tema de otro sábado). El tema de los niños mentirosos es un tema que preocupa (y mucho) a los padres, pero hoy les cuento acerca de la función que cumplen las mentiras en nuestros hijos y alumnos.... ¿no lo sabían? Bueno, si. Como todo en Neurociencias, las mentiras infantiles tienen explicaciones. 

¿Por qué nuestros hijos esconden algo cuando lo rompen? ¿Por qué hay determinadas cosas que solo se las piden a los abuelos o a uno de los padres (el más "flojo") y encima lo hacen a escondidas? Bueno, las Neurociencias lo explican: los estudios llegan a la conclusión de que mentir es sinónimo de ser inteligente, así que, lo dicho, felicidades. A madres, padres y maestros nos preocupa mucho que nuestros hijos nos mientan sobre cosas que han hecho (o no han hecho). Solemos atribuir la mentira a algo intrínseco del niño (“es un niño mentiroso” o “es una niña mala”) o, por el contrario, a que no les estamos educando por el buen camino (“algo estamos haciendo mal para que actúe de esta manera”). Lo cierto es que la mentira es un aspecto evolutivo, normal y adaptativo. Necesitamos saber mentir y hacerlo suficientemente bien para estar adaptados a nuestro entorno y sociedad. Y es que los niños pueden mentir por tres motivos diferentes. En primer lugar porque necesitan que sus padres aprueben lo que hacen, dicen y quiénes son. En segundo lugar porque les cuesta reconocer sus errores y meteduras de pata y en tercer lugar porque quieren evitar a toda costa las consecuencias negativas de sus actos, dicho de otra forma, los castigos (debemos recordar que el daño no educa, no siempre el peor castigo es el mejor ejemplo). En definitiva, los niños mienten por aprobación, porque cuesta reconocer el error y para evitar los castigos... exactamente los mismos motivos por los que los adultos también mentimos: para ser aceptados en la familia y en nuestro grupo de amigos, porque nos cuesta mostrarnos imperfectos y porque no queremos ser sancionados ni señalados por nadie. No nos gusta que nuestros hijos mientan, pero somos los primeros que lo hacemos, entre otros motivos, porque la mentira es un aspecto fundamental de la socialización del ser humano. 


¿En qué consiste mentir? Una persona miente cuando dice algo contrario a lo que sabe, siente o piensa. En ocasiones más que mentir, lo que hacemos es ocultar algo. Por lo tanto, para poder mentir es necesario que la persona sea consciente de algo. Es fundamental que la persona que miente sea consciente que los demás piensan o saben cosas diferentes de las que sabemos nosotros. Los niños muy pequeños, al pensar que los demás tienen las mismas sensaciones, emociones y pensamientos que ellos, no tienen la capacidad de mentir. Esta posibilidad solo entra en escena cuando aparece esta diferenciación entre nosotros y los demás. Solo puedo mentir si soy capaz de entender y ser consciente de que tú no sabes o no has visto lo mismo que yo sé o he visto. Ahí es donde cabe la mentira, de lo contrario no existe esa posibilidad. ¿De dan cuenta por qué las personas del espectro autista son terrible y hasta dolorosamente sinceras? Porque no empatizan, no se colocan en el lugar de otro, no pueden pensar como piensa el otro, y esto les crea un enorme problema en lo que conocemos como conciencia social. Llamamos teoría de la mente a la capacidad que desarrollamos sobre los cuatro y cinco años mediante la cual diferenciamos nuestras emociones, intenciones y creencias de las de los demás. Sería algo así como otorgar una mente a los demás diferente de la nuestra.  


Además de que los niños tengan adquirida la teoría de la mente, algo que les permitirá mentir, hay que tener en cuenta que las mentiras en los niños son más frecuentes si existe un clima de desconfianza en casa, si el niño tiene un apego inseguro y si los padres utilizan frecuentemente el castigo. Si, por el contrario, somos capaces de desarrollar una buena relación con nuestros hijos, donde reina la confianza, la empatía y la comunicación, entonces la mentira será menos probable, aunque como sostengo a lo largo del artículo, la mentira es necesaria para una buena y saludable adaptación social. Entonces, de ahora en más, si no queremos niños mentirosos constantemente, construyamos un ambiente de confianza, comunicación y comprensión. ¿Ven que la crianza de los hijos nos tiene DE LA CABEZA? Nos leemos el sábado que viene.


PAREIDOLIAS O EL VER COSAS DONDE NO LAS HAY

 


Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del diario La Nación del sábado 15 de abril de 2021. Todos los derechos reservados.

¿Cuántas veces nos hemos entretenido viendo animales gigantescos en las nubes del cielo? ¿O nos ha parecido que una mancha de humedad adopta ciertas formas incluso hasta místicas o terroríficas? No es magia ni brujería. Esta capacidad del ser humano de reconocer figuras animadas en objetos inanimados se llama pareidolia. Desde hace años, los investigadores analizan este fenómeno, que va más allá en el caso de la identificación de caras: una cerradura o una voluta de humo de una quemazón o un incendio. 

Pero, ¿qué mecanismos se activan para que no solo «leamos» caras, sino también supuestos sentimientos? Un nuevo estudio, publicado por la Universidad de Nueva Gales del Sur (UNSW) en la revista « Psychological Science», ha demostrado que procesamos estas caras «falsas» de la misma manera que lo hacemos con los rostros reales, y no solo parecen caras, sino que incluso pueden transmitir un sentido de personalidad o significado social: pueden mirarte o incluso sonreír. Pero, ¿por qué se produce la pareidolia facial? Sencillo: si bien todos los rostros humanos tienen diferencias, también comparten características comunes, como la disposición espacial de los ojos y la boca. Este patrón básico de características que define el rostro humano es algo con lo que nuestro cerebro está particularmente familiarizado, y es probable lo que atraiga nuestra atención sobre los objetos de pareidolia. 


Pero esta percepción no se limita solo a percibir una cara; también necesitamos reconocer quién es esa persona y leer la información de su rostro, como por ejemplo si nos presta atención, está feliz o molesto. En el proceso intervienen partes de nuestro cerebro que están especializadas en extraer este tipo de información. Existe evidencia de que esto refleja una especie de proceso de habituación en el cerebro, donde las células involucradas en la detección de la dirección de la mirada cambian su sensibilidad cuando estamos expuestos repetidamente a rostros con una dirección particular de hacia donde se mire. Por ende, la pareidolia facial es una especie de ilusión visual. Sabemos que el objeto en realidad no tiene mente, pero no podemos evitar verlo con características mentales como una 'dirección de la mirada' debido a mecanismos en nuestro sistema visual que se activan cuando detectan un objeto con características básicas similares a caras. 

Pero, ¿para qué sirve este fenómeno? La pareidolia facial es producto de nuestra evolución. De hecho, los estudios han observado el fenómeno entre los monos, lo que sugiere que la función cerebral se ha heredado de los primates. Nuestro cerebro ha evolucionado para facilitar la interacción social, y esto influye en la forma en que vemos el mundo que nos rodea. Existe una ventaja evolutiva en ser realmente bueno o realmente eficiente en la detección de rostros; es importante para nosotros socialmente. También es relevante para detectar depredadores. Pero se observa que hemos evolucionado para ser tan buenos en la detección de caras que esto puede generar falsos positivos, como cuando ves caras que realmente no están allí. Sin embargo, es mejor tener un sistema demasiado sensible que uno que no lo sea. 


Más allá de conocer cómo funciona nuestro cerebro en este tipo de fenómenos, los investigadores apuntan a que este hecho podría ayudarnos a comprender mejor algunos trastornos cognitivos relacionados con el reconocimiento facial, como en algunos casos de prosopagnosia facial o del espectro autista. Por ello, el objetivo a largo plazo del estudio de fenómenos como la pareidolia es el comprender cómo pueden surgir las dificultades en la percepción del rostro y el funcionamiento social cotidiano... búsquedas del funcionamiento de nuestro cerebro que nos tienen, sábado a sábado, DE LA CABEZA. Nos leemos la semana que viene.



EL ASCO: ESA MISTERIOSA COSTUMBRE CEREBRAL



Artículo correspondiente a la columna DE LA CABEZA del Diario La Nación del sábado 18 de marzo de 2021. Todos los derechos reservados.


¿Qué es el asco? Es la sensación desagradable que nos produce algo y que incluso, puede llegar a llevarnos a sentir náuseas o incluso, a vomitar. Es uno de los aspectos más curiosos del ser humano el poder sentir asco por ciertas cosas que nos rodean. ¿De dónde viene esta desagradable sensación? Es una sensación que proviene de un mecanismo evolutivo para proteger al cuerpo de los patógenos infecciosos, ya que lo que huele mal probablemente sepa mal, y nuestros ancestros no tenían sofisticados análisis químicos o bacteriológicos para determinar lo que estaba en mal estado o no. Entonces, el propio cuerpo desarrollaba una forma natural de decirle "no lo comas" y... se desencadenaba el mecanismo del asco. Sin embargo, también se compone de una forma social que creaba sus propias reglas sobre lo que es y no es asqueroso, apuntando a un sentido moral. Cuando algo provoca repugnancia, solemos tener una reacción de repulsión hacia el objeto que concentra ese rechazo. A finales del siglo XIX, el surgimiento de la teoría microbiana de la enfermedad, la cual postulaba que ciertos microorganismos pueden producir enfermedad, proporcionó una justificación científica para las respuestas de asco a patologías que ya estaban presentes en varias culturas, pero realmente fue después de la última parte de este siglo cuando se produjo una unión entre las creencias comunes que propiciaban el contagio y la teoría de los gérmenes. 


Evidentemente, nuestras sensaciones de asco no tienen un fundamento científico. Más bien responden a las emociones. Dicho de otro modo, cuando te ponen delante un plato que no te gusta y por el que sientes repulsión no es porque estás pensando en la cantidad de gérmenes que pueda tener, sino que parte de una sensación propia de incomodidad muy visceral. Lo que hace que el asco sea algo fascinante como emoción es que, aunque tiene su origen en proteger al cuerpo de la ingestión de patógenos, sus implicaciones van mucho más allá: desde una profunda desconfianza hacia las personas de otras culturas con hábitos diferentes a los nuestros, (como nos pasó hace poco más de un año cuando nos llegaban las imágenes de los animales salvajes que se venden en el mercado de Wuhan), pasando por las comidas exóticas y hasta un malestar hacia personas que tienen preferencias sexuales distintas a las nuestras (aunque duela decirlo, pero así somos!!!). El asco está en todas partes. Si bien a la gente le gusta decir que "la confianza acaba dando asco", cuando se trata de analizar la psicología de esta misma sensación, en realidad debería ser exactamente lo contrario. Y es que, cuanto más cerca estoy emocionalmente de una persona, menos propenso soy a ver la repugnancia de sus actos o acciones cotidianas. ¿O no? 

Existen dos tipos de asco: el emocional y el moral. Y ambos se relacionan entre sí hasta el punto de confundirse. Cuando algo provoca una sensación de repugnancia, solemos tener una reacción de repulsión hacia el objeto que concentra ese rechazo. De manera similar, los científicos han sugerido que cuando algo nos repugna a niveles morales, tendemos a proteger "nuestras almas" de la contaminación moral manteniéndonos alejados de dichas personas. De todas formas, más allá de esta diferenciación existen una serie de categorías para distinguir a los tipos de asco. Se agrupa esta molesta sensación en cuatro categorías: el asco central (que viene a ser el más irracional y general, atribuido principalmente a los alimentos), el asco de naturaleza animal (cualquier elemento que nos recuerde a nuestra naturaleza animal o mortal, como los excrementos, la muerte o el sexo), asco interpersonal (cuando te sientes incómodo al llevar ropa de otra persona u objetos que han estado durante mucho tiempo próximos a ella) y el asco moral (cuando existe una afrenta de categoría moral, como viene a ser un asesino en serie o un violador). 


El asco es universal, pero no todos los ascos son los mismos. Además de factores evolutivos y morales, también destacan los culturales. ¿En qué se diferencian de estos? Básicamente en que el asco no es una emoción automática o innata, sino que es algo que se aprende según pasan los años. De ahí que a veces, según sea nuestro momento vital, algunas cosas que antes nos provocaban un profundo malestar más tarde esa sensación puede desaparecer. Una de las razones por las que el asco no se desarrolla hasta que lo niños alcanzan cierta edad es que la sensibilidad a la contaminación o el rechazo de la suciedad de los adultos es realmente compleja. Debe haber un esfuerzo en la imaginación para concebir la contaminación en algo que realmente no parece contaminado: después de todo, no podemos ver microorganismos en la comida. Los niños no pueden dar este salto tan fácilmente como los adultos, lo que podría explicar por qué las respuestas en ellos aparecen más tarde... y se llevan todo a la boca o (perdón el ejemplo), se comen los mocos.

El asco es uno de los comportamientos cerebrales que nos tiene DE LA CABEZA. El cerebro nunca deja de sorprendernos. Nos leemos el sábado que viene. 



LA NEUROALIMENTACION

 


Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nación del sábado 12 de junio de 2021. Todos los derechos reservados.

Que somos lo que comemos no es ningun secreto. Y que eso es más patente cuando estamos en etapas del desarrollo tampoco. De hecho, la Neurociencia se ha amigado definitivamente con muchas disciplinas y entre ellas, lo ha hecho con la Nutrición. Hoy sabemos que los alimentos que consumimos podrían favorecer los procesos mediante los cuales aprendemos cosas y que incluso, lo que comemos podría afectar nuestro estado de ánimo. Diversos nutriólogos, médicos y neuro científicos se han dedicado a lo largo de los años a entender y observar los comportamientos que existen en la relación alimentos-cerebro, pues a través de sus estudios han demostrado que lo que comemos no sólo nos nutre (o no) físicamente, sino también cognitivamente. Esto ha demostrado que existen diversos tipos de alimentos (no todos) que inciden directamente para nutrir o afectar las funciones cerebrales. De ahí que los alimentos que sí tienen propiedades saludables para el cerebro hoy sean identificados como "Neuroalimentos", o más gráficamente en inglés como "Brain food" o "comida para el cerebro". 

Pero podrías pensar que esto es obvio: la composición en nutrientes de los alimentos sería el causal de este concepto. Sin embargo, hay algo mucho más profundo que quizás no sepas o hayas escuchado "al pasar" por ahí. Y es que, aunado a los beneficios y propiedades de los distintos Neuroalimentos, debemos saber que una gran cantidad de neurotransmisores se encuentran en nuestro aparato digestivo, por lo que la comunicación y la relación entre el cerebro y los intestinos es constante. No en balde, muchos preconizamos que el aparato intestinal es "el nuevo cerebro" debido a la gran cantidad de terminaciones nerviosas que tiene en toda su extensión, y al hecho de que cada vez más influye en acciones que antes solo atribuíamos al cerebro, y que ya toqué en esta columna en otras ocasiones. 


Conociendo esto, sabemos entonces que la Neuroalimentación es aprender a incluir alimentos que favorezcan el desarrollo cerebral de los niños y las familiasm ello siempre con el apoyo de nutriólogos infantiles o pediatras, pues la Neuroalimentación no es una moda o un tipo de dieta, sino que, para ser realmente efectiva, debe estar basada en un perfil alimenticio personal e individual. Algunos ejemplos de alimentos citados como Neuroalimentos son las manzanas que contienen quercetina (un antioxidante) que permite mantener buena memoria, la piña que contiene activos que despiertan la hormona de la serotonina que es el neurotransmisor de la felicidad, la avena que es fuente de carbohidratos sanos que le dan energía a nuestro cerebro, las nueces que contienen grasas saludables, proteínas y polifenoles que benefician la concentración. el Omega 3 presente en pescado azul (salmón, atún y sardinas), semillas de Chía y la palta, y que beneficia la concentración, la velocidad en la que procesamos la información, el aprendizaje y la memoria además de contribuir al desarrollo de un estado de ánimo más saludable. Otro alimento de injusta mala fama pero que es neuroalimento es el huevo, de cualquier forma (duro frito, revuelto, en tarta y hasta en forma de tortilla) aportando proteína, sobre todo teniendo en cuenta que para el cerebro, lo que más importante es la yema porque nos aporta colina que potencia el desarrollo de la memoria, y siendo lo ideal es mezclarlo con un hidrato de carbono integral como el pan integral para potenciar su acción.

Podemos hablar un montón de este tema, pero por hoy les dejo la lista de neuroalimentos que incluir en la dieta de niños y también de adultos, por supuesto, siempre con la guía nutricional de profesionales especializados en la materia. La alimentación, como todo en la vida, también es una cuestión DE LA CABEZA. Nos leemos en 7 días.
 



EL BAUL DE LOS RECUERDOS

 


Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nación del sábado 24 de abril de 2021. Todos los derechos reservados.

Los recuerdos son el mejor estímulo cerebral. La mejor gimnasia es rememorar, recordar tiempos, canciones, momentos, sensaciones. Somos lo que vivimos siempre y cuando lo recordemos, es por eso que enfermedades como el Alzheimer son crueles porque nos roban la esencia de lo que somos: el bagaje que llevamos almacenado en algunos lugares del cerebro. Pero la pregunta que intentaremos responder hoy es: ¿Dónde están esos lugares?

Para la mayoría de los neurocientíficos, la memoria es una facultad de la mente, y esta se identifica con el cerebro. Los recuerdos quedan depositados allí, aunque seguimos sin conocer los detalles del registro. Hace ya más de un siglo se lanzó el concepto de engrama, la plancha donde se “graba” lo vivido. Según experimentos en animales, la memoria parece estar en todas partes y en ninguna. O estaba deslocalizada y distribuida por todo el cerebro, o bien había que buscarla en pequeñas poblaciones de neuronas y sus moléculas. Los investigadores tomaron el segundo camino. El científico Eric Kandel, premio Nobel año 2000 y el gran padre de las Neurociencias modernas, mostró de forma experimental, en moluscos, que el aprendizaje producía cambios en las sinapsis (la conexión entre neuronas) y recibió por ello el premio Nobel en el año 2000. A partir de ahí, la búsqueda del lugar donde se oculta la memoria prosiguió a nivel celular y molecular. La idea central de los científicos era que, dependiendo del tipo de actividad que se realice, suceden cambios en la fuerza sináptica de las neuronas en ciertas áreas del cerebro. Es la llamada hipótesis de la plasticidad neuronal que da por hecho que tenemos "minicopias" del mundo dentro de la cabeza, según la analogía del revelado de las cámaras fotográficas. 


Sin embargo, no basta con explicar cómo se codifican los recuerdos: hay que ver también cómo se organizan, consolidan y, finalmente, son revisitados. No hay duda de que ciertos circuitos neuronales juegan un papel importante a la hora de convocar un recuerdo. Hoy en día, los recuerdos no se hallan localizados, al menos no del todo, pero están ahí. Aunque en cien años no hemos podido localizar estrictamente en el cerebro recuerdo alguno, se cree que están allí por la sencilla razón de que no podrían estar en ningún otro lugar. 

Siendo un asunto temporal, ¿pueden los recuerdos ocupar un lugar en el espacio? Los científicos distinguen entre diferentes tipos de memoria. La memoria es plural y está ligada a acontecimientos importantes de nuestras vidas. Se pueden recordar momentos emocionalmente significativos a pesar de sufrir una grave amnesia. Como la propia palabra indica, recordar es volver a pasar por el corazón ("re-cordis"). Para algunas tradiciones antiguas, los recuerdos se guardan precisamente allí... entonces la memoria podría estar en otros lados también! Por ejemplo, podríamos decir que el cuerpo sería algo más que un mero vehículo de la materia gris, por ello los deportistas y bailarines sienten que sus músculos recuerdan. Los descubrimientos de redes neuronales en el corazón o en los intestinos parecen confirmarlo. Las neurociencias han empezado a desmontar la idea del cerebro como república independiente. Se habla de mente encarnada, embebida y extendida en el paisaje. También de cerebros líquidos, como los enjambres de abejas, hormigas o termitas, que funcionarían como redes neuronales deslocalizadas. Las plantas carecen de neuronas, pero se ha demostrado que pueden aprender y tomar decisiones. 

Entonces, desde esta perspectiva, la memoria y la cognición no serían el monopolio del cerebro, sino que se extendería más allá de la cabeza, incluso en el mundo que nos rodea. El sueño de localizar el tiempo pasado en el espacio presente sigue vivo. Pero hay otras posibilidades. Quizá sea un error buscar el tiempo en el espacio, encontrar un lugar para la memoria. Quizá la memoria, accesible en todas partes, no esté en ninguna. Tras más de un siglo de investigaciones, la memoria sigue desaparecida. ¿Díganme si esto no nos tiene DE LA CABEZA? Nos leemos el sábado que viene.

¿PAPEL O TABLET? ESA ES LA CUESTIÓN...

 


Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nación del sábado 27 de abril de 2021. Todos los derechos reservados.

En tiempos de educación pandémica a distancia, las Neurociencias deben acudir prestas a evacuar las dudas que surgen y que siempre van orientadas a la capacidad de aprender. Una de las grandes dudas es: la tecnología facilita el aprendizaje o, por el contrario, los "arcaicos" métodos de aprender deben conservarse por ser mas "cerebralmente amigables"?. La escritura en notebooks, tablets y pads, incluso el mismo teléfono como ayuda memoria, parece haber, en apariencia, "matado" al papel como método de tomar notas. Sin embargo... ¿es eso cierto?

No lo es. Estudios japoneses publicados en Frontiers in Behavioral Neuroscience demostraron que escribir en papel físico puede conducir a una mayor actividad cerebral al recordar la información una hora más tarde. Según los investigadores, la información asociada con la escritura a mano es probablemente la que conduce a una mejor memoria. ¿A qué se debe? El papel es más avanzado y útil en comparación con los documentos electrónicos porque contiene más información única para una mejor recuperación de la memoria. Contrariamente a la creencia popular de que las herramientas digitales aumentan la eficiencia, las notas tomadas "a mano" en papel fueron un 25% más rápidas que aquellas que se hicieron en tablets o teléfonos inteligentes. Los investigadores dicen que los cuadernos de papel contienen información espacial más compleja que el papel digital, permite una permanencia tangible, trazos y formas irregulares, como esquinas dobladas, mientras que el papel digital es uniforme, no tiene una posición fija al desplazarse y desaparece cuando se cierra la aplicación. Por ende, recomiendan desde ese estudio es usar cuadernos de papel para la información que necesitamos aprender o memorizar. 


Se realizaron mediciones en voluntarios mientras realizaban tareas en dispositivos digitales (notebooks, tablets o smartphones) y analógicos (cuadernos comunes de papel) utilizando registro visual de actividad cerebral por medio de la resonancia magnética funcional (fMRI) de la cual solemos hablar cada sábado aquí, y donde visualizamos el aumento del flujo sanguíneo observado en una región específica del cerebro interpretándolo como un signo de aumento de la actividad neuronal en esa área. Los resultados fueron sorprendentes. Aquellos voluntarios examinados que usaban papel tenían más actividad cerebral en áreas asociadas con el lenguaje, la visualización imaginaria y en el hipocampo, nuestra área conocida ya en esta columna semanal por ser importante para la memoria y la navegación. Los investigadores dicen que la activación del hipocampo indica que los métodos analógicos contienen detalles espaciales más ricos que se pueden recordar y navegar en el ojo de la mente. Las herramientas digitales tienen un desplazamiento uniforme hacia arriba y hacia abajo y una disposición estandarizada del tamaño del texto y la imagen, como en una página web. Pero si recuerda un libro de texto físico impreso en papel, puede cerrar los ojos y visualizar la foto un tercio del camino hacia abajo en la página del lado izquierdo, así como las notas que agregó en el margen inferior. Esta ventaja del papel puede igualarse en las formas digitales si se tiene por costumbre personalizar documentos digitales resaltando, subrayando, encerrando en círculos, dibujando flechas, escribiendo notas codificadas por colores en los márgenes, agregando notas adhesivas virtuales u otros tipos de marcas únicas, lo cual puede imitar el enriquecimiento espacial de estilo analógico que puede mejorar la memoria. Esto personalmente, me reconforta, ya que demuestra que los "herejes" que pintamos y resaltamos o anotamos en nuestros libros de texto, aprendemos más (mamá, ¿viste que yo tenia razón?)


Por último, señalemos que este estudio también indicó que es probable que la diferencia en la activación cerebral entre los métodos analógicos y digitales sea mayor en las personas más jóvenes, ya que los cerebros de los estudiantes de secundaria aún se están desarrollando y son mucho más sensibles que los cerebros de los adultos. Y algo no menor: el uso del papel es un gran estimulador de las actividades creativas, ya que es razonable que la creatividad de uno probablemente sea más fructífera si el conocimiento previo se almacena con un aprendizaje más sólido y se recupera con mayor precisión de la memoria, lo cual se demuestra sabiendo que el arte, la composición musical u otras obras creativas, enfatiza el uso de papel en lugar de métodos digitales. Y vos... ¿usás papel o medios digitales? ¿Verdad que estamos DE LA CABEZA con estos temas? Nos leemos el sábado que viene.




ENTRENANDO EL CEREBRO PARA LA POST PANDEMIA



 

Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nación de los sábados 8 y 15 de mayo de 2021. Todos los derechos reservados.

De que esta pesadilla va a acabar no tengo duda. Cada vez más cerca está el final, un día a la vez, con el advenimiento de las vacunas a todos, de la adopción de medidas permanentes de higiene y convivencia, y del cambio de mentalidad... aunque sea por la fuerza. La humanidad en su historia ha sobrevivido a peores épocas y ha salido triunfante y airosa. Y para ese entonces, nuestro órgano rey debe estar preparado, porque si bien estamos preparados para seguir peleando, también debemos prepararnos para la victoria, para ganar esta dura guerra. 

Desde que comenzó la pandemia, el confinamiento y el cercenamiento de nuestras libertades y comodidades del "mundo como lo conocíamos", han campeado sentimientos de incertidumbre, soledad, trauma, duelo, estrés, ansiedad y tantos otros que han socavado nuestra conducta, nuestro ánimo, nuestra emocionalidad. Nuestro cerebro nos acostumbró en mayor o menor medida a vivir con el miedo a contagiarnos o infectar a alguno de nuestros seres queridos más próximos, así como a sustituir por videollamadas las reuniones familiares o entre amigos. A los que manejan nuestra salud mental les gusta llamar a este acostumbramiento con un término que ha tomado cuerpo más que nunca y que, probablemente, ya se ha incorporado a nuestro vocabulario como tantos otros conceptos en estos últimos tiempo: la resiliencia. Esta no es otra cosa que la capacidad de adaptarse a los cambios bruscos o de recuperarse frente a un acontecimiento adverso, y de la cual ya les hable el año pasado en esta columna ni bien comenzábamos este derrotero juntos. Esta aptitud depende, es cierto, de la personalidad de cada uno pero también... ¡se puede entrenar!. Al ser un concepto un tanto abstracto, alude a una capacidad mental que surge cuando nuestro cerebro se ve sometido a situaciones de conflicto o estrés, de ahí que esté focalizada en el hipocampo y la corteza prefrontal, el centro de emociones como el miedo o la memoria. 


Sin embargo, es importante saber que padecer episodios de ansiedad crónica puede dañar la conexión entre la corteza prefrontal y la amígdala, haciéndonos menos resilientes Además, hay variantes genéticas que afectan a los niveles y actividad de las hormonas que inducen al estrés, así como aquellas que las contrarrestan. Algunas personas pueden nacer con más capacidad de resiliencia, pero también hay mucha influencia del entorno, desde su nivel socioeconómico, su acceso a la atención médica, nivel educativo o el hecho de sentirse apoyado por una comunidad de gente. Es por ello por lo que no podemos resignarnos y pensar que nuestra capacidad de resiliencia viene determinada solo por nuestra información genética, sino que gran parte del desarrollo de esta cualidad viene de saber cómo regular la respuesta al estrés, lo cual hace que sea un conjunto de habilidades que podemos aprender prácticamente cualquiera de nosotros. ¿Pero cómo? Fortaleciendo el centro de control ejecutivo del cerebro (la corteza prefrontal) y el centro de excitación (la amígdala) para que no se vea invadido por el miedo y despierte en nosotros emociones negativas, sino que logrando la activación de las emociones positivas, las cuales reducen los niveles de excitación, amplían nuestra capacidad de atención y aumentan el espíritu creativo, lo que ayuda finalmente a las personas a ser más flexibles en sus pensamientos y actitudes, de manera tal que miremos al estrés no como un problema insuperable, sino como una desafío que hay que resolver. 


Hay cosas que no podemos cambiar; de hecho, fuimos muy conscientes de esto mismo durante la pandemia, cuando tuvimos que guardar el confinamiento domiciliario durante meses. Muchos se llevarían las manos a la cabeza y vivirían bajo continuas situaciones de estrés, pero también otros tantos otros comprendieron que se trataba de una oportunidad para pasar tiempo en casa o desarrollar alguna habilidad que debían aprovechar (si, ya se, la famosa "masa madre" o el hacer cerveza en casa). Esto tiene un nombre en Psicología: lo llaman "optimismo realista" y consiste en tener una actitud orientada hacia el futuro y creer en que las cosas van a salir bien. No es una disociación de la realidad ni el "vivir en una nube de gases emanados por el aparato digestivo por via baja" (por decirlo de manera fina), tampoco es no saber ver los problemas o tener mucha capacidad para resolverlos, sino simplemente no vivir pegados a una connotación negativa de lo que le pasa, teniendo una gran capacidad para desconectarse de forma rápida, particularmente de todo lo negativo que no tiene solución. 

En el otro extremo de la escala resiliente, aparece lo que también la Psicología definió como antípodas del "optimismo realista", y es el llamado "realismo depresivo". Esta nueva corriente filósofica y psicológica es un tipo de flexibilidad cognitiva que se asocia con un control ejecutivo más fuerte de la corteza prefrontal que surge como respuesta de esa sensación de miedo o incertidumbre que despierta en la amígdala y provoca el estrés. De ahí que padecer episodios de ansiedad crónica pueda dañar la conexión entre la corteza prefrontal y la amígdala como dijimos, desregulando esta capacidad para hacer frente a los problemas y obviar aquello que no se puede remediar, produciendo trastornos que pueden ir hasta el estrés postraumático. 

Pero vamos a lo práctico: ¿cómo se puede ejercitar la resiliencia? Al ser una cualidad tan abstracta y con cierto componente genético, muchos se preguntarán cómo podemos aumentar nuestra capacidad de sobreponernos a lo malo. Una de las mejores maneras es mediante la meditación, la cual ejercita la corteza prefrontal, ya que ayudará a concentrarnos mejor y a autorregular nuestros propios pensamientos. Y eso sucede porque el cerebro es mucho más plástico de lo que pensamos, es como un músculo que se puede fortalecer o ejercitar. A esta capacidad la conocemos como "neuroplasticidad dependiente del uso", es decir, cuando más lo ejercito, más y mejor responderá mi cerebro y empleará menos esfuerzo en el futuro. En este tren de cosas, la respiración profunda que se da en la meditación ayuda a activar el sistema nervioso parasimpático, lo contrario a los sentimientos de lucha o huida, y comenzar a quitarse de encima las sensaciones de estrés. Y aunque parezca algo vano y superficial, está demostrado por estudios que, a corto plazo, respirar profundamente unas cuantas veces en un momento puntual de estrés puede activar este sistema, reduciendo los niveles de noradrenalina, la sustancia química del cerebro que aumenta la excitación. 


Finalmente, remarcar que quizás la forma más esencial de entrenar al cerebro para ser resiliente sea hacerle caso al proverbio japonés que dice "si quieres ganar, corre solo; pero si quieres llegar más lejos, corre acompañado". En nuestro camino hacia la recuperación de un suceso traumático o de un conflicto, sentirse acompañado en el camino es esencial para salir victoriosos. Eso si, elegir bien la compañía eliminando a los tóxicos y sumando a los positivos. Recordemos que no somos islas condenadas a soportar la embestida de las olas de forma estoica, sino que estamos rodeados de personas que seguramente estén pasando una situación parecida a la nuestra. Solo la solidaridad (lo vemos día a día) salva al mundo en el sentido literal de la palabra. Y, finalmente, si es demasiado difícil o no encontramos salida a los problemas que nos tienen DE LA CABEZA, siempre se debe pedir ayuda profesional. Porque esta guerra, te lo aseguro, la vamos a ganar como siempre lo hicimos a lo largo de la historia de la humanidad. Y debemos tener un buen y saludable cerebro para disfrutar de esa victoria. Nos vemos el sábado que viene, cada vez más cerca de ganar esta guerra.





EL ESTRÉS INFANTIL EXISTE

 


Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nación del sábado 22 de mayo de 2021. Todos los derechos reservados.

La pandemia nos cuesta horrores a todos. Pero son los extremos de la vida los que la están sufriendo de manera más notoria. Entre ellos, los niños, "esos locos bajitos que se menean con nuestros gestos echando mano hay a su alrededor" (a decir del gran Joan Manuel), sienten todo, lo bueno y lo malo, pero a veces no saben expresarlo. Y es justamente esa falta de expresión de las preocupaciones es lo que preocupa a los que hacemos salud mental de alguna u otra manera, ya que existen dos sensaciones predominantes en contextos de pandemia, y que son el estrés y el miedo, los cuales están influyendo negativamente en los más pequeños. Estos dos enemigos silenciosos pero dañinos, afectan a sus cerebritos y tienen una relación directa con la disminución de su autoestima y de capacidades y habilidades cognitivas como pueden ser la concentración o la memoria, entre otras. Ambas sensaciones, miedo y estrés, suceden predominantemente en el hipocampo, esa área del cerebro relacionada con la memoria y la gestión de las emociones, formado por neuronas muy "sensibles" que suelen reaccionar al estrés y al miedo y que por ello no retienen información, lo que puede tener un efecto directo en las tareas escolares, por ejemplo. Hoy sabemos que, por esto, las conexiones se pierden y no funcionan bien. Por suerte, también sabemos que si los niveles de estrés o ansiedad disminuyen estas se recuperan. 


El estrés pandémico y el miedo a lo desconocido que está causado en los niños por la incertidumbre, por la tensión que le transmitimos los adultos y por la alteración de su mecanismo habitual de vida que implica el menor contacto con sus pares por motivos obvios, desencadenan la aparición con más frecuencia de trastornos de ansiedad en menores, y que algunos de estos casos están derivando en depresión. Sucede que el niño no tiene la capacidad de expresar ese estrés, pero nos podemos dar cuenta cuando, por ejemplo, se dedica solo a los videojuegos, a ver series, se aísla. Puede parecernos "saludable" porque no sale a contactar con el virus y los afectos en el exterior pero... ¿es realmente así de saludable? La respuesta, definitivamente, es no. Hay ansiedad reprimida y depresión a distintos grados y niveles. 

¿Cómo podemos, entonces, bajar los niveles de estrés de los niños? Lo primero que debemos conseguir es que el nivel de estrés disminuya en el entorno del pequeño. Los padres nos tenemos que desestresar. A la vez, hay que fomentar unos hábitos saludables, una rutina sana, de entre los cuales, la costumbre más beneficiosa es la de mantener una adecuada calidad de sueño tanto para los niños como para los adultos, ya que no importa cuan sana creamos que es nuestra vida, si no dormimos de manera absolutamente satisfactoria (en calidad más que en cantidad) no estaremos bien. Eso debido a que mientras dormimos regeneramos nuestro cerebro y se sintetiza la hormona del crecimiento, y ello es esencial. Por ejemplo, con los pequeños lo ideal sería que se despertaran solos, incluso cuando van al colegio, es decir, hacerlo de manera natural por el mismo horario. 


Igualmente, es fundamental una alimentación sana y el ejercicio físico, no solo hacerles practicar deportes, sino también bailar, ir en bicicleta, hacer lo que a la familia más le guste. Hay que procurar que sea al aire libre, que los niños estén al sol. Otro factor importante que podemos trabajar con ellos es la respiración. Si les ensañamos, acudirán a ella cuando tengan una situación estresante, como un examen o una consulta médica. Otra práctica esencial a la que podemos recurrir los padres es fomentar el sentimiento de pertenencia, hacer que el niño tenga una tarea, una responsabilidad que le haga partícipe de la familia, que le dé la sensación de que lo que hace es importante, no es solo poner la mesa o ayudar con la limpieza, sino también actividades creativas como organizar una obra de teatro con títeres o sus propios muñecos, hacer un dibujo, preparar unos disfraces para toda la familia, todo lo cual es muy bueno para el cerebro de los niños, ya que les transmite un mensaje claro: "estoy cumpliendo con algo, con un objetivo”. Y no descuidar las relaciones entre iguales que son esenciales para los más pequeños, no a aglomerarse entre un montón, pero si reunir a niños en burbuja de amiguitos para compartir. Es por eso que soy partidario de las clases llamadas "híbridas", donde los niños pueden volver a compartir con sus pares en burbujas (mis mellizos van a clases desde que se habilitó esta modalidad con todas las normas de protocolo de su colegio).

Es importante que tomemos conciencia de que los padres somos el espejo en el que los niños se miran, por lo que, si reducimos nuestro estrés, el suyo disminuirá. Las emociones se contagian; no solo las negativas, también las positivas. Si tú eres feliz, tu hijo también será feliz. Todo, finalmente, es algo DE LA CABEZA. Nos leemos el sábado siguiente.


LA NEUROECONOMIA

 


Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nación del sábado 13 de marzo de 2021. Todos los derechos reservados. 

La neuroeconomía es una disciplina que estudia cómo el cerebro humano procesa información y toma decisiones de tipo económico. Toma elementos de diversos campos de estudio tales como: economía, psicología, neurociencia y economía del comportamiento. Su objetivo principal es estudiar cómo las personas toman decisiones relacionadas con la economía alejándose del supuesto clásico de economía que las decisiones en el campo de los números se realizan tomando en cuenta la información disponible. Existen otros factores como emoción, intuición, sentimientos, apatía, etc, que pueden influir de forma decisiva en las decisiones que toman las personas. 

La Neuroeconomía se manifiesta, por ejemplo, cuando se estudia mediante neuroimágenes el comportamiento del cerebro humano durante el llamado “juego del ultimátum» en el que un jugador hace una oferta a otro y este debe aceptar o rechazar. La tendencia general de las personas sin lesiones cerebrales fue de aceptar ofertas justas y rechazar injustas. No obstante, las personas que presentaban lesiones en la corteza prefrontal ventromedial, mostraron una tendencia a rechazar más ofertas (justas e injustas). Así, se sabe hoy en día que quienes tienen niveles altos de oxitocina (conocida como la hormona de la sociabilidad y la confianza) producen más empatía en los demás, lo cual hace que se genere suficiente confianza como para cerrar negocios. Esta hormona es relajante y nos motiva para interactuar como si estuviéramos en el ambiente de esa persona. La producción de oxitocina en el cerebro, luego de una interacción positiva, incrementa nuestra sensación de empatía y nos vuelve más inteligentes emocionalmente, y nos permite ser capaces de interactuar con otras personas de una manera más afectiva porque podemos entender qué estamos haciendo y por qué. 


Dentro de los experimentos clásicos donde se evidencia la influencia de las emociones en las elecciones del individuo, uno de los más famosos es el llamado "Desafío Pepsi".Desde los años 70, Pepsi® viene insistiendo con su popular “desafío Pepsi”, en el cual les vendan los ojos a los consumidores y les dan a probar un vaso con Pepsi y otro con Coca Cola. Siempre son mayoría los que optan por Pepsi, dice la empresa. En un estudio se replicó este desafío en una condición sin información de la marca que se está consumiendo, y en otra con dicha información. Se realizaron registros de imagen cerebral, y se encontraron interesantes relaciones entre dichos registros y las pautas de elección. En la condición sin conocimiento de marca las personas consistentemente prefirieron Pepsi, lo que correlacionó con la actividad de una zona ventro-medial de la corteza prefrontal asociada al placer sensorial. Ahora bien, en la condición con conocimiento de marca, los participantes se inclinaron en su mayoría por Coca Cola, lo que correlacionó con una fuerte actividad en el hipocampo, vinculado al recuerdo de experiencias personales, y de la corteza prefrontal dorso lateral, vinculada al control y la modificación de la conducta a través de la experiencia y la socialización. Este estudio muestra el poder de la marca, cuya influencia es capaz de modificar el funcionamiento cerebral de modo que la información sensorial queda relegada a un segundo lugar a la hora de optar. Este estudio muestra el poder de la marca, cuya influencia es capaz de modificar el funcionamiento cerebral de modo que la información sensorial queda relegada a un segundo lugar a la hora de optar.

A la hora de comprar y de gastar, no lo hacemos racionalmente, sino con las emociones. De eso se trata la Neuroeconomía: de saber como gastar nuestro dinero "cerebralmente", es decir, DE LA CABEZA. ¿Les interesa el tema? ¿Da para seguir hablando alguna vez de esto de nuevo? Les leo en los comentarios de abajo y nos leemos el sábado que viene.


¿SE PUEDEN MANIPULAR LAS EMOCIONES?

 


Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nación del sábado 29 de mayo de 2021. Todos los derechos reservados.

"Bueno pero no te enojes..." La archifamosa frase de Quico, el eterno niño marinerito del Chavo , nos viene a la mente cada vez que alguien se enoja en exceso y de sobremanera. Cuando alguien se altera o se enoja, sufre en realidad física y psicológicamente. Pero... realmente ¿por qué nos enojamos? ¿Por qué las emociones nos manejan? ¿O nosotros manejamos a las emociones?

Hace 50 años entendíamos que cualquier emoción era una actividad puramente cognitiva. Sin embargo, algunos investigadores cuestionaron que las respuestas fisiológicas no tuvieran ninguna importancia en la generación de una emoción. El análisis científico mostraba que muchas veces distintas emociones generaban reacciones fisiológicas similares, por lo que estos estudiosos propusieron la llamada teoría bifactorial de la emoción: según ellos el origen de las emociones proviene, por un lado, de la interpretación que hacemos de las respuestas fisiológicas periféricas del organismo (mi corazón late más acelerado, siento palpitaciones, estoy acelerado), y, por otro, de la evaluación cognitiva de la situación que origina tales respuestas (estoy bailando como loco en una fiesta, estoy en medio de la barra brava de mi club y vamos perdiendo, estoy en un semáforo y el idiota de atrás no para de tocar la bocina aunque el semáforo aún no cambia a rojo). Habría un aspecto cuantitativo, la intensidad de la emoción, que dependería de la forma en que cada persona interpreta sus respuestas fisiológicas ("el insulto fue para mi", "acaban de ofender a mi país") y un aspecto cualitativo, el tipo de emoción, que estaría determinado según la forma en que cada persona evalúa cognitivamente la situación en la que se encuentra y que ha podido provocar esas respuestas ("estan hablando mal de mi familia y yo estoy presente"). De esta teoría surgen diversas dudas: si se induce de forma encubierta un cambio fisiológico en un sujeto, ¿asignará cognitivamente un estado emocional al notar una mayor excitación de su cuerpo cuando no tiene una causa aparente para sus cambios corporales? Y si la persona tiene una razón causal, es decir, sabe que está recibiendo un fármaco por ejemplo, o si sabe que está siendo provocado por comentarios buscando que reaccione, entonces ¿puede racionalizar la experiencia y no tendrá una reacción emocional? Por el contrario, si se inhiben los cambios fisiológicos como palpitaciones, sudoración, ¿podría una persona estar en peligro extremo y, sin embargo, no tener una respuesta emocional? En otras palabras, ¿una persona reacciona emocionalmente sólo cuando experimenta cambios fisiológicos? ¿Y su reacción variará si sabe el motivo de esos cambios fisiológicos o si no lo sabe? 


En los estudios se observó que parece claro que las personas asignan una emoción a un cambio fisiológico en función de las emociones disponibles en la situación social Es decir, dado un estado de activación simpática, para el que no se dispone de una explicación inmediatamente apropiada, los sujetos humanos pueden ser fácilmente manipulados hacia estados de euforia, ira o diversión según el caso, lo cual indica claramente que la estimulación conduce a la percepción de la emoción y de ahí a la interpretación de esa emoción. Por ejemplo, si notamos que nuestro corazón late más rápido, podemos mirar alrededor para ver qué está causando esta respuesta. Si estamos en una fiesta con amigos, es más probable que interpretemos este sentimiento como felicidad, pero si alguien nos ha insultado, es más probable que interpretemos este sentimiento como ira. Por supuesto, muchas veces este proceso ocurre rápidamente y fuera de nuestra conciencia, pero puede volverse consciente, especialmente si no hay un factor situacional inmediatamente obvio que explique cómo nos sentimos. 

Resumiendo lo que les quiero contar hoy: las emociones pueden ser manipuladas. Para bien o para mal. Si racionalizamos eso, si internalizamos esa posibilidad siempre, entonces sabremos reaccionar DE LA CABEZA a cualquier emoción externa y no nos dejaremos influir ni manipular por nadie. Ni amigos, enemigos, políticos o cualquiera que nos intente manejar para su propio provecho. Nos leemos el otro sábado.



EL CEREBRO INFANTIL EN PANDEMIA

 


Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nación del sábado 5 de junio de 2021. Todos los derechos reservados.

Y un día, todo cambió. Nos tuvimos que encerrar, reaprender hábitos de higiene, a cubrirnos las sonrisas y a decir adioses muy prematuros. Lo hemos sufrido y lo seguimos padeciendo. Si a nosotros nos fue difícil... ¿Cómo les habrá sido a los niños?

No hay mucho secreto. Los más grandes sufrimientos los padecieron a los extremos de la vida: los ancianos y los niños. Y aunque para los abuelitos ya se habilitaron las vacunas (que no se aplicaron a todos vaya uno a saber por qué mecanismos cerebrales que ni me animo a escrutar), en los niños el apego es la única vacuna que como adultos tenemos para brindarles para prevenir enfermedades físicas y mentales. Y es que nosotros conspiramos contra ellos, porque toda  la información que nosotros procesamos, aunque creamos que no la ven o escuchan siempre lo hacen y no la procesan como nosotros (si a nosotros nos cuesta horrores, qué será a ellos?. Todos estos datos, aunque parezca que no le están poniendo atención, activa zonas del cerebro relacionadas con el estar alerta y les genera estrés. Este fue nuestro primer error.

En pandemia, nuestro segundo error fue olvidarnos del juego. Hoy en día, nuestra sociedad tiene infravalorado el juego y resulta que la ciencia ha revelado que es una necesidad biológica de los niños, es un impulso vital y primario que los empuja a explorar el mundo, conocerlo y dominarlo. El juego se presenta también como alternativa para comprender la realidad, aprenden todo, desde conocimientos básicos como colores, números, días de la semana hasta las habilidades más complejas como la empatía y la compasión. Es el traductor a través del cual interpretan el mundo. Cuando los niños juegan no solo aprenden sino que además es un proceso terapéutico, porque jugar es un canalizador de emociones. Mientras se juega se producen una serie de hormonas y neurotransmisores que les hace sentir bien, felices, en calma y satisfacción, sentimientos necesarios en esta situación que estamos viviendo. No olvidemos que si queremos niños sanos, elos deben jugar. 

El tercer error que hemos cometido es relegar al cerebro a un último lugar en tiempos de pandemia y aislamiento. El cerebro es el órgano más importante de nuestro cuerpo. Olvidamos de cómo cuidarnos y de implementar en casa hábitos saludables para que en esta difícil tormenta que vamos navegando, para de esta manera, al menos asegurarnos de que vamos en un barco seguro. El hecho de relajarnos con los horarios del sueño, con los alimentos que se compran y consumen en casa, el buscar excusas para no hacer actividad física porque las salidas son complejas o porque se nos ha quedado el hábito de salir poco de los momentos más estrictos, y el elegir evitar los conflictos y confrontaciones en casa y remplazarlo con las pantallas, hace que nos hayamos relajado enormemente ante lo que deberíamos haber priorizado. 

Es importante que exista una completa sincronía familiar, cardíaca, biológica y cerebral, pregonar hábitos apropiados para cuidar la salud mental; buen sueño, más de calidad que de cantidad, con una correcta higiene del sueño, priorizar el consumo de alimentos que nos hagan bien como los llamados neuroalimentos que tienen nutrientes de buena calidad, que nos permitan mantenernos con energía, que protejan nuestro cerebro de las enfermedades mentales, que nos ayuden a aprender con agilidad y a sentirnos felices (de eso hablaremos en otro sábado). No olvidemos que la próxima gran pandemia que esta ya entre nosotros es la de la salud mental y es algo que debe desde ya tenernos DE LA CABEZA, sobre todo para proteger a nuestros niños, de los más vulnerables mentalmente hablando. Nos leemos el siguiente sábado.

domingo, 6 de junio de 2021

"TUVE COVID Y ESTOY MENTALMENTE LENTO..."

 


Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nación de los sábados 27 de febrero y 6 de marzo de 2021. Todos los derechos reservados.

Uno de los motivos principales de consulta últimamente en mi consultorio lo llevan los pacientes que han tenido Covid-19 en cualquier grado de afectación clínica, desde la simple pérdida del olfato y el gusto hasta aquellos grandes guerreros que han ganado la guerra llegando al límite de ser intubados y con complicaciones diversas en varios órganos del cuerpo, pero que van superando gradualmente. Todos ellos, sin excepción ni distinción de grado de severidad, manifiestan que consultan porque, literalmente, se sienten "más torpes, más lentos, como diferentes, habiendo perdido mi lucidez y mi rapidez mental de antes". En la literatura médica que se actualiza a diario, se cuenta en un 10% del total de los enfermos contagiados de coronavirus, la mayoría mujeres, que refieren arrastrar durante meses las secuelas de la enfermedad a pesar de haberla superado y dar negativo en las pruebas del Covid-19. Muchas veces estas secuelas sobre el sistema nervioso hacen que, incluso, tengan que depender de otras personas para realizar sus actividades. Y dentro de todo, uno de los eventos que más quejas suscita entre los que han vencido al Covid-19 es... el desconocimiento médico-científico respecto a lo que les sucede.

Cuando irrumpió el coronavirus, era un virus eminentemente respiratorio. Luego, de a poco, se fueron revelando más síntomas asociados a otros órganos quedando demostrado que el virus ataca casi todos los órganos del cuerpo. Incluso, se ve que muchos pacientes nunca se curan, por lo que se acuñó el término "covid persistente" o "long covid" donde los diversos órganos afectados no se recuperan más. Incluso, se habla de otra ola, cuyas cifras no se actualizan a diario pero que no cesa, de pacientes que nunca se recuperaron del coronavirus o que, pese a pasar la enfermedad de forma leve, presentan ahora síntomas que les hacen imposible hacer una vida normal: cansancio/astenia, malestar general, dolores de cabeza, bajo estado de ánimo, dolores musculares o mialgias, falta de aire, dolores articulares, falta de concentración o déficit de atención, dolor de espalda. presión en el pecho, ansiedad, febrícula, tos, fallos de memoria, dolor en el cuello, diarrea, dolor torácico, palpitaciones, mareos, hormigueo en las extremidades. difucultad manifiesta al ir al trabajo o atender sus obligaciones familiares o sociales, manifestaciones cutáneas, como urticaria o reactividad excesiva ante roces mínimos de la piel; caída de pelo, daños vasculares. 


Pero los síntomas que se están revelando como más frecuentes e incapacitantes son de otro tipo: los neurológicos. Pacientes que ahora son incapaces de concentrarse, hasta el punto de no poder leer un libro; que sufren desorientación; que no dan con la palabra adecuada al hablar, que sufren lagunas de memoria, que pueden quedarse en blanco en cualquier lugar o que olvidan de repente tareas mecánicas y rutinarias relacionadas con su trabajo. Y lo conforman toda una variedad de síntomas que se sufren en mayor o menor intensidad y a los que se está aludiendo con el nombre genérico de "niebla mental". 

Entonces vemos que el sistema nervioso es el que, tras el respiratorio, con más frecuencia resulta afectado durante la fase aguda, por lo que es hoy considerado también un virus neurotóxico. Lo que sucede en el sistema es aún desconocido, porque no se han encontrado anomalías morfológicas ni funcionales en el cerebro de estos pacientes con los estudios practicados (resonancias, electroencefalogramas, incluso análisis del líquido cefalorraquídeo).  Si bien sabemos aún poco de las causas, podrían deberse a un estado de microinflamación persistente en el cerebro, específicamente a nivel del lóbulo frontal, que no se ve en los estudios. Esta microscópica pero en realidad gran inflamación celular que puede causar el virus termina alterando al sistema nervioso y, con ello, a las neuronas. se cree que el SARS-CoV-2 provoca un daño endotelial (una capa de los vasos sanguíneos) y cardiovascular que puede llegar hasta el cerebro. Incluso se evalúa la posibilidad de que el virus pueda "esconderse" en ciertos puntos del cuerpo, como el sistema nervioso, y que actúe, como otros virus, el de la varicela por ejemplo, "capaces de acantonarse" en nuestro organismo y permanecer allí toda la vida. Incluso, existiría la posibilidad de que la barrera hematoencefálica (ese muro microscópico pero potente que separa la circulación sanguínea del sistema nervioso) quede abierta y permeable tras la fase aguda de la enfermedad y como ya no es hermética, provoque en los pacientes esa sensación de fatiga continua y niebla cerebral que ahora conocemos. 


Además de la variedad de los síntomas y el enigma de su razón de ser, hay otras preguntas sin respuesta en torno al covid persistente, como la de por qué hay personas que sufren una forma leve de la enfermedad y padecen estas secuelas meses después, y otras, en su mayoría por suerte, lo superan en pocos días. Esto podría deberse a dos causales que casi siempre están presentes en todas las enfermedades: el desencadenante y la genética. De esta última dependería que unas personas desarrollen graves secuelas o una versión más grave de la enfermedad y otras no, o que los pacientes respondan de forma distinta a los fármacos. Asimismo, cabe destacar que puede afectar de la misma manera a jóvenes, a adultos mayores, hombres y mujeres. 

El punto de inflexión para consultar a un especialista es cuando la confusión mental lo limita para hacer cosas de la vida diaria, como trabajar. Se debe consultar, primero, para descartar que no haya otra causa del problema, como pueden ser anemias severas o inclusoproblemas de la glándula tiroides, por ejemplo. En el examen se hace una evaluación neurocognitiva a cargo del especialista. Esta “niebla mental” parece no ser un problema permanente, pero la recuperación puede tomar varios meses, específicamente entre 3 y 7 según lo que se ha estudiado. En cuanto a su tratamiento, lo recomendable es la estimulación cognitiva a través de ejercicios y juegos de memoria, ejercicios físicos al aire libre, consumo de vitaminas y, en casos más graves se pueden agregar uso de fármacos nootrópicos, estimulantes de la memoria y potenciadores cognitivos.

El Covid-19 sigue siendo un virus que nos tiene DE LA CABEZA. Brindo fervientemente porque pronto estemos vacunados todos los que vivimos en esta hermosa tierra. Nos leemos el siguiente sábado.

LA NEUROARQUITECTURA

 

Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nación del sábado 18 de febrero de 2021. Todos los derechos reservados. 

Que las Neurociencias se han introducido en cuanta disciplina exista no es ya secreto. Desde esta misma columna hablamos de su incidencia en disciplinas tan obvias como la educación o el marketing pero también en áreas tan impensadas como el Derecho o la Política. Por eso, no creo que les sorprenda cuando les digo que tambien la Arquitectura recibe sus beneficios del estudio de las Neurociencias. Es la rama de estas que se dio en llamar Neuroarquitectura, y cuya función es el entender, a través de la neurociencia, cómo el espacio afecta a la mente. Disfrazada de nombres varios (como el conocido "Feng Shui), hoy en día se pueden adecuar el interior de edificios y estancias para potenciar más y mejor la expresión de los códigos con los que se aprende y memoriza, así como ayudar a mantener el cerebro joven y probablemente el estado de ánimo sereno y relajado. Y como siempre digo, esto debería formar parte de las adecuaciones curriculares de las materias de la profesión de manera concurrente para formar profesionales con más armas para desarrollar mejor su labor.


La Neuroarquitectura enseña, con sencillos trucos aptos para todas las casas, como mejorar (aunque no se pueda creer) el ambiente de vida o trabajo, a fin de conseguir una mayor concentración, serenidad, creatividad, bienestar emocional e incluso mantener más activo el cerebro. De hecho, sabemos que un ambiente natural rebaja los niveles de estrés, por lo que, y avalado por numeroso estudios, la presencia de elementos naturales, como plantas o flores, en el interior de las casas disminuyen el estrés y favorecen la concentración, la productividad y el aprendizaje. Igualmente, la presencia de luz natural provoca reacciones químicas en el cerebro que favorecen todos estos procesos. Desde una simple ventana estratégicamente ubicada puede servir de “escape psicológico” permitiendo que, al visualizar cielo o naturaleza por ejemplo, se sienta confort, sobre todo si a través de ella se ve un paisaje natural... aunque los cuadros o posters que los recrean producen un efecto similar. ¿A quién no le gusta un gran cuadro de una playa o unas montañas en un ambiente cerrado en lugar de una pared triste y monótona?  

Pero hay más. La altura del techo condiciona al cerebro para su labor, ya que un techo alto aporta siempre sensación de amplitud y, como consecuencia, favorece la creatividad, mientras que un techo bajo da sensación de recogimiento y evoca cierta protección, por lo que favorece los trabajos de interiorización y ofrece paz. Por eso, se recomienda que en la zona de techos más alta de la casa, por ejemplo, conviene instalar ahí la zona de lectura o estudio para aprovechar la ventaja que esto le otorga al cerebro. Igualmente, las formas orgánicas tranquilizan, ya que nuestro cerebro percibe los ángulos agudos (aristas en muebles o paredes) como elementos con cierto carácter agresivo, y hoy sabemos por imágenes esonancia magnética funcional, que cuando el cerebro se encuentra frente a cantos agudos o puntiagudos se activa el área de la amígdala, nuestro centro cerebral del alerta y miedo, mientras que las formas redondeadas proporcionan paz y serenidad (por eso se sugiere elegir muebles de terminaciones redondeadas o suavizar las puntiagudas con objetos circulares u ovalados para suavizar las formas).   


El cerebro es un reflejo de lo que ocurre en el hogar: cuando reina el desorden, se crean obstáculos mentales, por lo que podemos sentirnos agobiados y confusos. Mantener el espacio ordenado y limpio contribuye a poner orden en el cerebro, ya que un entorno agradable y armonioso comporta la secreción de hormonas relajantes como la serotonina o la oxitocina. Además, no olvidemos que la atención está conectada con la capacidad de fijar recuerdos, por lo que las cosas se pierden cuando las dejas en un lado sencillamente porque estás pensando en otras cosas... ¿cómo lo solucionamos? Sencillo: con orden. . Por eso no encuentras las llaves cuando, al dejarlas en algún sitio, estabas pensando en otras cosas. La solución a ello es, de nuevo, el orden. Entonces, le daremos la razón a la gurú del orden que es estrella de Netflix, Marie Kondo. 

No nos quedamos atras con el ambiente, ya que un ambiente lleno de estímulos visuales favorece la generación de nuevas conexiones neuronales. Decorar la casa con cuadros, fotos o frases por las paredes es una elección que mantiene ágil y joven el cerebro. Los colores cálidos (amarillos, naranjas y rojos) fomentan la creatividad; en cambio, los tonos fríos como el azul o el violeta, ayudan a mejorar la concentración. Además, si nos rodearnos de objetos e imágenes que tienen un significado emocional (porque nos recuerdan buenos momentos o nos inspiran), aumenta la sensación de bienestar porque el entorno influye sobre el tipo de pensamientos y sobre la producción de hormonas y neurotransmisores en el cerebro.

¿No les parece, entonces, que la Neurociencia está en todos lados? Definitivamente, cada sábado vamos viendo que estamos DE LA CABEZA con estos temas. Nos leemos en siete días.


LO QUE SUCEDE EN EL CEREBRO CUANDO DAMOS UNA BUENA CLASE

  Artículo correspondiente a la columna dominical DE LA CABEZA del Diario La Nación correspondiente al domingo 10 de setiembre de 2023. Todo...