sábado, 12 de junio de 2021

EL CEREBRO Y LAS FAKE NEWS

 


Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nación del sábado 27 de marzo de 2021. Todos los derechos reservados.

Uno de los peores males (a mi criterio personal) poco discutidos y que están creando mucho daño en esta pandemia es la infodemia, esa maldita costumbre de crear, recrear y repetir "pseudonoticias" de incomprobable fuente y muchísimo más que dudosa procedencia y seriedad en contenido y fundamentos. Si bien esto ha existido siempre con el fin de confundir o dañar a alguien aún antes de que existiesen las redes sociales o las mensajerías instantáneas. es en estas donde encontraron el ambiente más propicio para nacer, crecer y multiplicarse. Y en la pandemia​, con más gente asomada a esas redes y durante más tiempo, ha potenciado muchísimo estas fake news, acelerando y ampliando su difusión. en situaciones de tensión y preocupación como las actuales las personas somos más susceptibles, hay más cosas que nos resultan amenazantes, estamos a la expectativa y nos volvemos más reactivos y más hiper vigilantes, lo que hace que no diferenciemos la realidad de lo fantasioso, causando una falla en nuestra capacidad de procesar tanta noticia. Este sesgo de informacion no responde a una función cerebral sino más bien cultural: damos por sentado algo que no es correcto solamente porque se encuadra en nuestra forma de pensar o en lo que consideramos (o queremos) que sea real sea o no cierto. 


Esto sucede porque el cerebro es un gran ahorrador de energía (léase: es un enorme haragán) que hará todo lo posible por no gastar. Y como ya invirtió recursos en aprender algo y debe invertir más en desaprender y reaprender, entonces "acomoda" la información a los patrones que posee grabados, siéndole más "cómodo" adaptar lo que recibe a lo que aprendió. Y esto, como podemos apreciar, no es la verdad de las cosas, ya que el cerebro absorbe como una esponja informaciones que coinciden con la ideología e ignora la información contraria porque genera disonancia cognitiva y eso provoca malestar. O sea, es decirle al cerebro que está equivocado, y eso cuesta mucho. Es por esto que la única manera de luchar contra el sesgo de confirmación (y el resto de sesgos cognitivos) es ser consciente de su existencia y reflexionar de forma muy consciente y racional cuánto de verdad hay o puede haber en lo que nos dicen. Y así como hay personas hipercríticas o extremadamente desconfiadas que tienden a ponerlo todo en tela de juicio y no se fían de nada ni de nadie aunque se sientan identificadas con ciertas ideas, hay otras que porque son muy abiertas, muy flexibles o quizá muy incultas, pecan de ingenuidad y es más fácil que sean víctimas de las fake news. 


Otro sesgo que debemos considerar a la hora de la verdad (nunca mejor dicha esta expresión) es lo que en neurociencia denominan la ilusión de conocimiento y control, el hecho de que uno necesita tener la sensación de que su vida está controlada y siempre buscar estrategias para sentir que se tiene el control. A esto se suma que todo el mundo piensa que sabe más de lo que realmente sabe, de modo que cuando en medio de la incertidumbre del coronavirus, por ejemplo, recibimos una información que pensamos que es privilegiada, somos proclives a creerla porque eso refuerza nuestra ilusión de conocimiento y nos hace pensar que tenemos el control sobre lo que está pasando. Esta es la explicación de la presencia de lo que yo llamo "todólogos de la pandemia" o "neoespecialistas en Covid".

Un sesgo más es el del refuerzo social, ese que logra que cuando compartimos algo y nuestros amigos o familiares se muestran de acuerdo, nos hace sentir valorados y nos proporciona un refuerzo brutal a manera de una dosis de dopamina, activando el mismo circuito cerebral que detallara tantas veces en esta columna y que es el mismo que si practicáramos sexo o consumiéramos una droga, proporcionándonos placer, lo cual nos predispone a compartir informaciones y expandir inventos, los creamos o no. Y al final, si algo se repite y comparte mucho, más personas acabarán dándolo por cierto. 

A este otro sesgo se suma el llamado efecto halo, otra tendencia derivada de la forma en que funciona el cerebro que nos impulsa a hacer extensiva la buena impresión que tenemos de una persona en un aspecto concreto a otros ámbitos de su vida, aunque no tengan nada que ver. Esto se da así: si el dato falso lo difunde una persona que es influyente, un deportista, un actor, un político, (por algo los llaman "influencers" o influenciadores) la tendencia del cerebro es pensar que, por el hecho de que ese individuo destaca en un ámbito, su opinión tiene un valor superior al que realmente tiene, lo cual confiere mayor credibilidad a las mentiras. Esto también se da en sentido contrario: por fruto del sesgo de refuerzo social, si uno se aferra a hipótesis o tesis con las que el resto no está de acuerdo, se produce una sensación desagradable, de carencia y rechazo, y se activan los circuitos cerebrales de la ansiedad​. 


Respecto a lo que hablábamos, debemos considerar que hay otros factores que también influyen. Por ejemplo, el nivel cultural, ya que si uno sabe mucho de un tema es más difícil que le cuelen información falsa. También condicionan ciertos rasgos de personalidad, como un narcisismo mal llevado, donde el no tener bien afinado el nivel de conocimiento que uno tiene y pensar que su criterio siempre es el bueno; consigue que hayan personas convencidas de que tienen más información de la que en realidad manejan, sumándose al sesgo de ilusión de conocimiento y control, lo que finalmente les lleva a confundirse a la hora de filtrar la información, de modo que o no se creen nada o dan por buenas noticias que no lo son

Y más allá de cómo funcione nuestro cerebro, cuál sea nuestra personalidad o nuestro nivel cultural, hay un ingrediente fundamental para que nos creamos los inventos: su verosimilitud. Si es muy absurdo, por más sesgos cognitivos a que estemos sometidos, su recorrido será muy corto y pocas personas “picarán”. Si resulta muy real o tiene poca relevancia, tampoco tendrá mucha potencia. En cambio, si por forma y contenido resulta impactante y verosímil, aunque parezca contradictorio con la realidad que conocemos, es más fácil que le demos espacio. En especial, si además conferimos credibilidad a la fuente o persona que nos lo transmite 

Así que antes de preguntarse '¿por qué la gente no cree en la ciencia?', hay que cuestionarse por qué no quiere creer en la ciencia”, Los ideólogos de la conspiración no aplican parámetros serios a la hora de escoger si sus fuentes son expertas, o se limitan a cualquier video que alguien publicó en YouTube. Y esto es algo que no se enseña lo suficiente, ni siquiera a los niños en la escuela, y que se llama criterio. Además, quienes han sufrido una grave crisis en sus vidas y han perdido hasta el control sobre ella suelen ser vulnerables a las noticias falsas porque para ellos creer en algo, aunque sea falso, le devuelve cierta seguridad al aceptar una explicación fácil para las cosas difíciles ya que les vuelve el mundo aparentemente más comprensible. De hecho, cuando quienes creen en las leyendas de conspiración se sienten inseguros, se esfuerzan aún más por convencer a otras personas. Porque si alguien más cree lo mismo, se sienten confirmados en su creencia. Y a esto se suma el aburrimiento durante la pandemia, el tiempo en que el cerebro está "al santo cohete" y tiene tiempo de divagar no siempre en las direcciones correctas: el aburrimiento contribuye a que la gente quede atrapada en leyendas de la conspiración porque de repente, uno tiene mucho tiempo para buscar datos y opiniones en muchos sitios de Internet que corroboran la tendencia propia a creer en leyendas, luego se une a una comunidad donde ya no está solo y aburrido y se termina identificando plenamente con el grupo. 


Pero hay una última cosa: los nuevos medios de difusión en la red parecen estar embaucando especialmente a la gente mayor, ya que según estudios, los mayores de 60 tienen más problemas para identificar las noticias falsas y, sobre todo, mucho más propensos a difundirlas en redes. Por un lado, sugieren que pueda ser un problema asociado al deterioro cognitivo, que hayan perdido facultades para hacer frente a los bulos en plena forma. Pero también proponen que pueda deberse a que no están correctamente "alfabetizados" en información digital y por eso no reconocen correctamente las señales que podrían alertarles, como una dirección web con una URL sospechosa. Podría incluso agravarse este problema a medida que la generación de los baby boomers (nacidos entre 1946 y 1964). Y estos problemas podrían recrudecer a medida que se vuelvan más comunes los vídeos deepfake (vídeos manipulados) que hoy comienzan a pulular y que requieren de cierta "picardía informática" para detectarse.

El cerebro, aparentemente, puede ser fácilmente engañado aunque sea el órgano más avanzado de la creación. Cosas DE LA CABEZA que intrigan y apasionan. Nos leemos el siguiente sábado.



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