miércoles, 8 de septiembre de 2021

MEDITAR CAMBIA EL CEREBRO... LITERALMENTE

 

Artículo de la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nación correspondiente al sábado 3 de julio de 2021. Todos los derechos reservados.

Mucha gente cuenta hoy en día que puede pasar los estragos de la pandemia gracias a que se dedica a meditar. Esta práctica que antes relacionábamos con personas del lejano Oriente, con monjes tibetanos o gente "rara", nos demuestra, desde la Neurociencia, su efectividad a medida que pasa el tiempo. Varios estudios neurocientíficos, de hecho, han demostrado la eficacia de la meditación o « mindfulness» en reducir la ansiedad, dificultar la aparición de depresión o incluso aumentar la longevidad. Pero aún hay muchas dudas sobre cuáles son las técnicas más eficaces y si estas son capaces de tener un efecto real sobre el cerebro, alterando las conexiones de las neuronas a través de un fenómeno conocido como plasticidad. 

Un estudio de hace unos años realizado por científicos del Instituto Max Planck de Ciencias Cognitivas y del Cerebro en Leipzig, Alemania, ha presentado una publicación en Science Advances donde han tratado de responder a estas preguntas. Después de usar tres programas de entrenamiento en meditación y de hacer pruebas para analizar las capacidades cerebrales, medir los niveles de actividad eléctrica en el cerebro o incluso la cantidad de cortisol en sangre, para calcular los niveles de estrés, han descubierto que la meditación puede cambiar la arquitectura de algunas zonas del cerebro, mejorar las habilidades sociales y además reducir los niveles de ansiedad. Los científicos demostraron que, dependiendo de qué programa de entrenamiento se usó durante un período de tres meses, cambiaron tanto ciertas estructuras cerebrales como marcadores del comportamiento entre los participantes. Por ejemplo, después de un entrenamiento basado en la atención, observaron que se produjeron cambios en zonas de la corteza cerebral asociadas con esta capacidad. 

La investigación ha girado en torno al ReSource Project, una investigación a gran escala basada en un programa de entrenamiento de tres meses, en los cuales se practicaron diversas técnicas de meditación durante 30 minutos, durante seis días a la semana. En concreto, se usaron tres programas de entrenamiento, cada uno basado en distintas competencias: Uno se centró en la atención e introspección, otro en las competencias socio-afectivas, como la compasión, la gratitud, la empatía o la gestión de emociones difíciles, y un tercero en actividades socio-cognitivas, como lo son la autopercepción y adquirir la perspectiva de otros. Después del entrenamiento, los investigadores trataron de medir el estado de los participantes a través de exámenes psicológicos, medidas de actividad cerebral a partir de resonancias magnéticas y de análisis para averiguar cuáles eran los niveles de cortisol, la hormona del estrés, en el cuerpo. 


Los resultados fueron sorprendentes. En el primer programa de entrenamiento, se logró mejorar la capacidad de atención de los participantes, y en los otros dos se mejoró la capacidad de compasión y de adopción de distintas perspectivas. Además, estos cambios de comportamiento se correspondieron con el grado de plasticidad estructural del cerebro en regiones específicas de la corteza de las que dependen esas capacidades. Además de esto, los dos módulos de entrenamiento enfocados en la mejora de capacidades sociales redujeron los niveles de estrés de los participantes: los niveles de cortisol, la hormona del estrés, cayeron hasta un 51 por ciento. La causa de este fenómeno podría estar en que esos ejercicios implicaron un trabajo de comunicación en parejas: el hecho de revelar información íntima a otro pudo inmunizar a los participantes frente al miedo y a la vergüenza provocados por el juicio de otras personas, y que suele activar el estrés social. Además, los tres programas de entrenamiento redujeron la percepción del estrés propio entre los participantes. 

Este estudio demuestra que se puede mejorar la calidad de las relaciones y la capacidad de cooperación de las personas con entrenamiento en meditación, al mismo tiempo que se cambia la estructura de las conexiones neurales y que se reducen los niveles de estrés. Además, ahora se ha constatado que cada tipo de meditación tiene distintos efectos en el cerebro, la salud y el comportamiento. Una vez que hemos entendido cuáles son los efectos que tienen las técnicas de entrenamiento mental, ya se pueden emplear de una forma dirigida para mejorar la salud mental y física. Meditar, definitivamente, cambia el cerebro y te deja DE LA CABEZA. Nos leemos el siguiente sábado.


EL CEREBRO: ¿TODO ES UNA ILUSIÓN?



Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nación del sábado 24 de junio de 2021. Todos los derechos reservados.

¿Alguna vez pensaste que la mente humana es la única que piensa sobre sí misma? No solo pensamos, también pensamos que pensamos. Se llama autoconsciencia y es la más sublime y poderosa capacidad de la mente humana. Lo que en Neurociencias se llama "la teoría de la mente" ¿Alguna vez pensaste dónde están tus pensamientos? ¿En tu cerebro? En realidad, los pensamientos no están en ninguna parte. Es decir, no son un producto, algo que pueda estar aquí o allí, moverse o llevarse de un lado a otro, comprarse, alquilarse, prestarse o regalarse. Los pensamientos son estados mentales conscientes que tenemos cuando funciona el cerebro, son un producto del funcionamiento pleno del cerebro. Como siempre digo en mis clases, el cerebro es el hardware y la mente es el software, no existen el uno sin el otro. Pero, sin embargo, creer que la mente y sus pensamientos son un producto del cerebro es un modo erróneo de entender su naturaleza. ¿Por qué tenemos la impresión de que nuestros pensamientos están aferrados a nosotros sin poder abandonarnos, sin que puedan dejarnos? ¿Por qué no podemos dejar de pensar en ningún momento de nuestras vidas? Precisamente por lo que acabamos de decir, porque los pensamientos no son algo, no son una cosa que podamos dejar por el camino cuando nos cansamos de ellos o cuando "no queremos pensar más en nada". Son un estado mental que va con nosotros a todas partes, a donde quiera que vayamos, sin importar la hora o el lugar. Y ahora, lo más fascinante, porque la sensación de que los pensamientos van con nosotros, es decir, están siempre en los límites físicos de nuestro cuerpo y nunca fuera de él, es, en realidad, una ilusión, la más grande que crea el cerebro. Lo saben muy bien quienes alguna vez han tomado una droga alucinógena (la ayahuasca por ejemplo, proporciona esa rarísima sensación)  y han comprobado cómo la mente puede deambular por la habitación en que se encuentran mientras su cuerpo permanece tumbado lejos de ella. Afortunadamente, eso no pasa sin tomar drogas porque el cerebro crea continuamente la ilusión de que la mente siempre acompaña al cuerpo facilitando así el que nos movamos con eficacia para conseguir propósitos en lugar de hacernos sentir que vivimos fuera de nosotros mismos, lo que parecería una locura. 



Ciertamente, el cerebro, sin que nos demos cuenta, es una gran fábrica de ilusiones, hasta el punto de que no es descabellado decir que sentimos el mundo de un modo más virtual que real, lo que en mi libro CEREBRA LA VIDA llamo "la Neuromátrix". Tenemos la impresión de que son los ojos quienes ven, los oídos quienes oyen, la nariz quien huele, pero todo eso tampoco es verdad. Son todas "ilusiones electroquímicas", fruto de la transformación de los estímulos (olores, colores, sabores, texturas, sonidos) en un lenguaje que el cerebro transmita y entienda. No son los ojos los que ven, sino el cerebro finalmente el que recibe la información y la decodifica para "contarnos" que "estamos viendo". Es algo que nos fascina, porque ni siquiera hoy podemos explicar cómo el cerebro se las arregla para que sintamos en la mano u otra parte del cuerpo lo que solo él es capaz de sentir. ¿Nos engaña entonces el cerebro? Socorro, que alguien me ayude...

Realmente... ¿a quién engaña el cerebro? ¿Podría yo sostener mi cerebro en la mano y acusarle de que me está engañando como si yo fuera algo diferente de él? Ciertamente, no. El cerebro no me engaña porque yo soy, por encima de todo, mi cerebro y la mente que ese cerebro crea. Si un día fuera posible trasplantar el cerebro de una persona a otra lo que en realidad estaríamos haciendo no es un trasplante de cerebro, sino un trasplante de cuerpo: a un cerebro le estaríamos quitando el cuerpo al que pertenece para ponerle el de otra persona. Si el cerebro con sus ilusiones engaña a alguien no es a otro que a sí mismo, el cerebro es su propio engañador. La evolución y la selección natural lo han configurado de ese modo y lo han convertido en el órgano más inteligente que conocemos. No en balde, René Descartes tenía razón cuando, estando ya DE LA CABEZA, dijo alguna vez" pienso luego existo”, pues sería imposible saber que existimos si el cerebro no nos proporcionara la capacidad de pensar. Nos leemos el sábado que viene.

EL CEREBRO FANÁTICO

 


Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nación del sábado 19 de junio de 2021. Todos los derechos reservados.

El dedo en la llaga. Es lo que hizo esta semana mi amigo Mike Silvero desde su programa (SILVERO todos los dias por GEN) al hablar de un grupo de Kpop o pop venido de Corea del Sur. Y se encendió la llama que trajo consigo literales hordas de adolescentes que, exigiéndole disculpas públicas por referirse a su grupo favorito de manera que ellos (erróneamente) entendieron ofensiva, cargaron virtualmente contra sus cuentas y las del canal. Algo parecido pero de muchos menos decibeles hicieron cuando hice un chiste más médico con las siglas del grupo en Twitter, insultándome con creativos adjetivos que no pensé leer en adolescentes y púberes cuyas fotos eran todas de alguno de sus ídolos. Pero a lo que voy: ¿por qué el cerebro (de cualquier edad) reacciona de esta manera movido por el fanatismo? ¿Qué pasa por esas mentes en esos momentos?

La Neurociencia lo explica mediante la adhesión incondicional a una causa, sin límites ni matices, hasta el extremo de realizar cualquier tipo de acción en su favor, incluso agredir por ella, lo que realmente llamamos fanatismo. Algunas investigaciones señalan que un neurotransmisor químico llamado dopamina (conocido para los que frecuentan esta columna semanalmente) podría jugar un importante papel en los procesos cerebrales que conducen comportamientos fanáticos, independientemente de la forma en que se expresen. Y es que las neuronas que manejan la dopamina están muy relacionadas con las emociones que experimentamos y se activan cuando el organismo obtiene placer con alguna acción. Los aficionados a un cantante obtienen placer al escuchar sus canciones, pero esta sensación se multiplica si ven al artista en vivo sobre un escenario. En esos momentos se libera mucha más dopamina y se experimenta una felicidad considerablemente más intensa. Por otro lado, el constante fanatismo a uno o más artistas se explica porque el cerebro se acostumbra a estas "neuro-recompensas". La repetición de las recompensas acaba por crear una señal permanente en los circuitos cerebrales, que invita a los individuos que viven tales satisfacciones a buscarlas nuevamente, y que no es otra cosa que el principio de las adicciones, funcionando igual que con las drogas, la comida o incluso el enamoramiento. Pero en los adolescentes ocurre algo que aumenta esta respuesta, y es que, al tener cerebro inmaduro (que no ha llegado aún a la plenitud de su neurodesarrollo que se alcanza a los 18/19 años) tiene más receptores dopaminérgicos, lo que hace que sean vulnerables a caer en conductas de riesgo que involucran el placer, emociones fuertes estimulantes y drogas como dijimos, el cual es el mismo circuito de placer recompensa y adicción: lo que gusta produce dopamina y la dopamina se acaba, tendiendo a buscar más y más dopamina: ese es el fundamento de nuestro conocido circuito de recompensa cerebral que también ya fue protagonista de varias columnas sabatinas. 

Las neuronas que manejan la dopamina se activan en mucha mayor medida cuanto más inesperada sea dicha recompensa. En esos momentos excepcionales se libera mucha más dopamina y se experimenta una felicidad considerablemente más intensa. Pero quizá lo más importante de todo sea que el cerebro se acostumbra enseguida a esperar estas neuro-recompensas. Una de las zonas del sistema nervioso en las que más dopamina se produce es la llamada sustancia negra, que está situada en el cerebro medio y tiene como una de sus principales funciones el aprendizaje. La repetición de las recompensas acaba por crear una señal permanente en los circuitos cerebrales, que invita a los individuos que viven tales satisfacciones a buscarlas de nuevo. Serían, por tanto, el propio cerebro el que les dicta, desde las profundidades de las neuronas, la necesidad de volver a alcanzar estos impredecibles momentos de éxtasis a los cuales la música resulta más propenso que otras actividades. Pero aunque quizá en las sociedades occidentales hoy se asocie a los fans con el deporte o la música, es evidente que otras actividades importantes para el ser humano como la religión y la política son una cantera para el fanatismo. Mientras las personas no fanáticas tienen ideas, los fanáticos tienen creencias, que son funciones adaptativas para lograr certidumbre y seguridad. Esta configuración del pensamiento fanático suele mostrar unas peculiaridades conocidas como distorsiones cognitivas que son errores en el procesamiento de la información como, por ejemplo, pensar dicotómicamente, en términos de blanco o negro, dividiendo el mundo entre nosotros y ellos. acabando por desarrollar lo que se conoce como rigidez cognitiva conjuntamente con una sobrevaloración afectiva de sus creencias que las hace vivirlas con una intensidad muy alta (por eso se enojan si les contradecimos e incluso pueden llevar a actitudes violentas como las que vimos en redes sociales) haciéndoles ver a los discrepantes como enemigos. Esta "costrucción del enemigo" implica rebajarlo a la condición de cosa –cosificarlo–, y eso significa verlos como algo subhumano (gay, mogolico y otras linduras que me dijeron en Twitter por mi chiste). La consecuencia principal de esta cosificación del "enemigo" es cubrir con prejuicios y estereotipos sus reacciones naturales de compasión hacia las víctimas, aprendiendo a despersonalizarlo y, de esa manera, neutralizar sus reacciones ante lo que hacen. 

Finalmente, debo señalar que estas manifestaciones muchas veces pueden ser de riesgo, no por sus extremos, sino porque, según la Psicología, quienes luchan con tenacidad para defender los estandartes del grupo, en última instancia están defendiendo su propia autoestima, a la que sienten peligrar. Las investigaciones en psicología postulan una ecuación simple: cuanto más pobre es la autoestima, mayor es la necesidad de identificación con una comunidad poderosa que les ayude a repararla o al menos sostenerla. Cuanto más inseguros se sienten y dudan de lo que valen, más fuerte es el impulso de poner a salvo el orgullo personal asociándolo a un grupo sólido de pertenencia. Por supuesto, esta ecuación no es matemática; es decir, no aplica al 100 % de las personas. Pero sí aplica a muchas de ellas. Por eso, el fanatismo es algo absolutamente DE LA CABEZA, y que hay que saber manejar para mantener una adecuada salud mental, que, como siempre digo, es nuestra próxima gran pandemia que ya ha comenzado. Nos leemos el sábado que viene.

LO QUE SUCEDE EN EL CEREBRO CUANDO DAMOS UNA BUENA CLASE

  Artículo correspondiente a la columna dominical DE LA CABEZA del Diario La Nación correspondiente al domingo 10 de setiembre de 2023. Todo...