domingo, 19 de julio de 2020

EL TELECEREBRO Y SUS CONSECUENCIAS


Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nacion correspondiente a los sabados 4 y 11 de julio de 2020. Todos los derechos reservados. 

En estos dos sabados hablaremos del efecto que tiene la educacion a distancia respecto al cerebro, como cambiamos los paradigmas funcionales y sobre todo, como podemos adaptarnos a lo que implica una verdadera "revolucion" funcional en cuanto a la forma de procesar la informacion con la "nueva normalidad" que nos toca vivir.

Con el advenimiento del "modo COVID de vivir" (término acuñado por el Ministro Mazzoleni y equipo) se derrumbaron muchos paradigmas de la "normalidad" hasta entonces reinante. Y una de ellas, que se llegó de la mano del distanciamiento social, es la realización obligatoria del teletrabajo (en la medida de las posibilidades dependiendo del tipo laboral) y de la teleeducación (obligatoria en todos los casos). Plataformas como Zoom, Classroom, Jitsi, Hangouts, Skype o Whatsapp pasaron a ser parte de nuestra vida laboral y estudiantil como elemento de cotidianeidad necesaria. Con estas herramientas, estudiar o trabajar sin moverse de casa como solo veíamos en las series futuristas hace unos años, se hizo realidad. Sin embargo, detrás de estos "facilitadores" del trabajo a distancia, aparecieron otras novedades en la vida de las personas. Aunque ustedes no lo crean. Es lo que en actualmente se conoce como "cerebro de Zoom" y que se da no solo para esa plataforma, sino para todo lo que trae aparejada la realidad hiperconectada que tenemos para suplir de alguna manera el contacto interpersonal físico.

Una queja común de los docentes "virtuales" (término mal usado, porque lo virtual es algo que no existe, mientras que aquí la clase sí existe, solo que es "a distancia") es que, después de dar clases vía Zoom, terminaban muchísimo más agotados física e intelectualmente que si la hubiesen dado en un aula de manera presencial, ante la vista y el contacto próximo de decenas de estudiantes, y esto solo ha demostrado algo que siempre ha sido cierto a escala poblacional: las interacciones "virtuales" pueden ser duras para el cerebro. Aunque parezca increíble lo que pueden causar estas tecnologías en la vida de la gente que las usa, incluso debido a su aparente sencillez y simplicidad, ya que este soporte aparece confinado ordenadamente en una pantalla pequeña y presenta pocas distracciones obvias, esto puede llegar a convertirse en una maldición para el cerebro, debido a que los humanos nos comunicamos permanentemente, aunque no nos digamos nada.

Y es que durante una conversación en persona, el cerebro se concentra parcialmente en las palabras que se dicen, pero también extrae significado de decenas de señales no verbales, como si una persona está de frente o ligeramente de perfil, si está inquieta mientras habla o si inhala rápidamente justo antes de interrumpirte. Estas señales pintan un panorama global de lo que se transmite y la respuesta que se espera del otro interlocutor. Los humanos evolucionamos como animales sociales, así que para la mayoría percibir estas señales es algo natural, hace falta poco esfuerzo consciente para analizarlas y puede sentar las bases de la intimidad emocional. Sin embargo, una videollamada normal afecta a estas capacidades arraigadas y exige prestar una atención constante e intensa a las palabras. Si solo vemos la cara y los hombros de una persona, la posibilidad de ver los gestos de las manos u otro tipo de lenguaje corporal queda eliminada. Si la calidad del vídeo es mala, se frustra cualquier esperanza de deducir algo a partir de las expresiones faciales mínimas. Y si para alguien que depende de esas señales no verbales, el no tenerlas puede ser agotador, imagínense lo que sería para los niños que precisan de activar sus neuronas en espejo (parte del lóbulo frontal relacionada al aprendizaje por imitación) para poder aprender. O a los niños con trastornos específicos del lenguaje o con déficit de atención e hiperactividad, quienes precisan de todas las "señales cognitivas" que puedan emanar de sus profesores para recibir el mensaje del conocimiento de la mejor manera que puedan. Un desafío.

El contacto visual prolongado se ha convertido en la señal facial más intensa disponible y puede parecer amenazadora o demasiado íntima si se sostiene demasiado. Las pantallas con varias personas amplían el problema de la fatiga. La vista en galería supone una dificultad para la visión central del cerebro y lo obliga a descodificar a tanta gente al mismo tiempo que no se obtiene nada significativo de nadie, ni siquiera de la persona que habla. La pantalla múltiple de Zoom es un típico ejemplo de lo que los psicólogos denominan "atención parcial continua", es decir, el tener muchos focos atencionales y no prestarle atención real a ninguno. Esto se aplica tanto a los entornos virtuales como a los reales. Es el tipo de multitarea que el cerebro intenta (y no suele conseguir) manejar en una videollamada grupal. Esto provoca problemas, como el que las videollamadas grupales se vuelven menos colaborativas y más compartimentadas, conversaciones en las que solo hablan dos personas al mismo tiempo mientras las demás escuchan. Como cada participante usa una secuencia de audio y es consciente del resto de las voces, es imposible mantener conversaciones paralelas. Si se ve a un solo interlocutor cada vez, no se puede reconocer el comportamiento de los participantes no activos, algo que sí se percibiría con la versión periférica. Para algunas personas, la división prolongada de la atención genera la sensación desconcertante de estar agotándose sin haber conseguido nada. El cerebro se siente abrumado con el exceso de estímulos mientras está concentrado en buscar señales no verbales que no puede encontrar. Es por eso que una llamada telefónica tradicional podría pasar menos factura al cerebro, ya que cumple una pequeña promesa: solo transmite una voz.

Por el contrario, el cambio brusco a las videollamadas ha sido una bendición para las personas con dificultades neurológicas para mantener conversaciones en persona, como las personas con autismo, que pueden sentirse abrumadas cuando hablan varias personas. Y es que cuando la videollamada abruma a la persona con espectro autista, puede simplemente apagarse la cámara y ahorrar energía para cuando se desee percibir las señales no visuales que se consigan transmitir, porque las personas con autismo suelen tener dificultades para entender cuándo es su turno para intervenir en conversaciones en persona. Por eso el desfase frecuente entre los interlocutores en las videollamadas podría ayudar a algunas personas autista porque, por ejemplo, cuando se usa Zoom está claro a quién le toca hablar. Pero sin embargo, otras personas con autismo podrían tener dificultades con las videollamadas, ya que pueden acentuar los desencadenantes sensoriales, como los ruidos fuertes y las luces brillantes.

Este es el llamado CEREBRO DE ZOOM. Algo a lo que debemos acostumbrarnos, pero que no debe tenernos DE LA CABEZA porque ya formará parte de nuestra nueva normalidad. Nos leemos el sabado que viene.

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