Artículo correspondiente a la columna dominical DE LA CABEZA del Diario La Nación del domingo 2 de febrero de 2023. Todos los derechos reservados.
Una de las cosas que me van a leer o escuchar siempre es mi eterna protesta contra los programas educativos de cualquier nivel de enseñanza, desde la primera infancia o nivel inicial hasta cualquiera de las carreras universitarias (aunque menos en estas). Siempre me quejo sobre lo que me imagino: que los programas están hechos por burócratas trajeados encerrados en una habitación sin ventanas, con aire acondicionado, sin comunicación con los seres vivos, aislados y encerrados a cal y canto, solo transcribiendo programas y programas de otros lados y otras realidades, sin contactar con nadie y, lo que es peor, sin haber pisado nunca (o al menos, hace años) un aula de enseñanza. Los programas de estudios, principalmente de la educación de los niveles medio y superior, son una oda a la desconexión de la realidad, una completa sarta de inutilidades que, contra un año de programa, pueden ser resumidos en 1 minuto de búsqueda en un teléfono de los que tienen los alumnos. Son SOLO CONTENIDOS.
¿Cuándo será el día en el que los docentes dejemos de ser cargadores de contenidos y pasemos a ser ADMINISTRADORES de ellos? No tenemos que enseñarle al alumno cosas que busca en Google, porque es inútil, ya hemos perdido esa batalla con el motor de búsqueda (ahora se viene el Chat-GPT del cual les hable el domingo pasado). Entonces, debemos, de una buena vez, aprender a ser los que les indican qué buscar y, sobre todo, prescindir del contenido por el contenido, alimentando en ellos el bicho voraz (si lo estimulamos correctamente) de la curiosidad: ¿para qué sirve esto? ¿qué utilidad tiene? O apelar a la anécdota: ¿qué sucedió aquí y cuándo? Incluso para las matemáticas, podemos usar esa tentación irresistible a la porción emocional de los cerebros de nuestros alumnos que son los cuentos, historias, fábulas... por ejemplo, recomiendo fervientemente leer a cualquier docente de matemáticas "El hombre que calculaba" de Malba Tahan, una obra increible.
Alguna vez daremos el golpe de timón y entenderemos que, más que una computadora por alumno, el objetivo tiene que ser cargar esa computadora, no solo dársela. Pero la mejor carga que podemos hacer es la del conocimiento útil y práctico de lo que enseñemos. Debemos, de una buena vez, dejar de enseñar lo que creemos importante para pasar a lo que es verdaderamente RELEVANTE. Pero ¿quién determina eso? No son los señores trajeados dentro de la pieza hermétia con aire acondicionado, somos nosotros los docentes. Nunca antes la educación estuvo más en nuestras manos que ahora. Debemos, obviamente, primero formarnos, alimentar nuestro criterio, abrir la mente, amigarnos con la tecnología y, en un mundo inundado de un inagotable mar de conocimientos, ser el faro vigía de la relevancia de los mismos para nuestros alumnos. Hoy en día, el compromiso del docente no es cargar de conocimientos el cerebro del alumno, sino administrar el caudal de información, enseñar a discriminar, formar los criterios, no unificar el pensamiento ("another brick in the wall" u otro ladrillo en la pared como decía Pink Floyd), sino fomentar el análisis, la creatividad, de la que hablaremos algún otro domingo.
Ser docente es algo DE LA CABEZA. Apasiona. Se ama. Es una hermosa droga el enseñar. Docentes: déjense llevar por el amor por la profesión que, hace tiempo, dejo de serla para convertirse en un arte: el arte de esculpir cerebros. Nos leemos en siete días.
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