Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nación del sábado 23 de abril de 2022. Todos los derechos reservados.
El 23 de abril recordamos el fallecimiento de dos grandes de la literatura universal: Cervantes, Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega. Y por ende, en muchos países recordamos el día consagrado a la lectura. En este contexto, es interesante saber que la revista Science publicó no hace mucho un artículo más que interesante respecto a las zonas cerebrales activadas en adultos y niños en respuesta a la lectura. En él se describe que la lectura provoca cambios anatómicos en el cerebro humano, favoreciendo el aumento de las conexiones nerviosas e incrementando notoriamente la actividad cerebral, sobre todo en el hemisferio izquierdo. El mecanismo es así: cuando leemos una palabra aislada, se estimulan numerosas zonas del cerebro, y cuando tratamos de leer un texto, nuestro cerebro completa la frase con experiencias propias almacenadas en él, y con la imaginación. Al leer, podemos recrear situaciones emocionalmente cargadas de contenido, rostros, escenas o estados emocionales, y al hacerlo, se estimulan zonas del cerebro similares a las que se activarían si lo que estamos leyendo sucediera en realidad.
La lectura es un proceso que requiere de una coordinación altísima entre retina y cerebro. Su aparición en la evolución de la especie humana es de hace “apenas” 5.400 años, y ello ha implicado que nuestro cerebro y nuestro sistema visual se hayan adaptado de una manera sorprendente a la nueva asignación de tareas que trajo consigo el mecanismo de lecto-escritura. Gracias a este trabajo conjunto de retina y cerebro podemos entender a la escritura y descifrar su significado. Para ello, el área central de la retina recibe la información visual en su porción central denominada fóvea. Pero, por qué la fóvea es la encargada de captar la información de la lectura, y no toda la superficie de la retina?. Sencillo: la fóvea es la que contiene la totalidad de los fotorreceptores sensibles al color, mientras que el resto de la retina contiene predominantemente fotorreceptores sensibles al movimiento. Por ello, la fóvea es la porción de la retina encargada del “HD”, es decir, de la visión con alta resolución. Posee solamente un ancho de 0,5 milímetros, por lo que solo alcanza un ángulo de visión de 15 grados, lo cual implica que solo somos capaces de reconocer un total de entre 7 y 9 letras al mismo tiempo. Por ende, y aunque somos inconscientes de ello, leemos con un movimiento rápido de los ojos de entre 20 y 200 milisegundos, conocidos como movimientos sacádicos, que nos permiten obtener las imágenes relevantes, y de esa manera, proporcionar al cerebro las herramientas para obtener nuestro mapa mental de la situación. Cada movimiento sacádico transmite información al cerebro a través del nervio óptico, a la cual adosa información relativa al brillo y al contraste. Para que nuestro campo visual captara la totalidad de una imagen en alta definición, el ancho de nuestro nervio óptico debería ser muchísimo mayor de lo que actualmente es. En el aprendizaje de la lectura, la porción occipito-temporal izquierda del cerebro juega un papel sumamente importante. Los estudios muestran que todos los seres humanos, independientemente del idioma en el que estén leyendo (aún el árabe o el hebreo que se leen de derecha a izquierda, o el mandarín que se lee en sentido vertical), activan esta zona del cerebro de manera exclusiva en el momento de la lectura.
Debemos fomentar la lectura. Madura el cerebro. Crea conexiones. Moldea el entramado neuronal. Leer cambia literalmente la estructura cerebral. Leer, en resumen, es una cuestión DE LA CABEZA. Nos leemos en una semana.
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