Artículo correspondiente a la columna semanal DE LA CABEZA del Diario La Nación del sábado 22 de mayo de 2021. Todos los derechos reservados.
La pandemia nos cuesta horrores a todos. Pero son los extremos de la vida los que la están sufriendo de manera más notoria. Entre ellos, los niños, "esos locos bajitos que se menean con nuestros gestos echando mano hay a su alrededor" (a decir del gran Joan Manuel), sienten todo, lo bueno y lo malo, pero a veces no saben expresarlo. Y es justamente esa falta de expresión de las preocupaciones es lo que preocupa a los que hacemos salud mental de alguna u otra manera, ya que existen dos sensaciones predominantes en contextos de pandemia, y que son el estrés y el miedo, los cuales están influyendo negativamente en los más pequeños. Estos dos enemigos silenciosos pero dañinos, afectan a sus cerebritos y tienen una relación directa con la disminución de su autoestima y de capacidades y habilidades cognitivas como pueden ser la concentración o la memoria, entre otras. Ambas sensaciones, miedo y estrés, suceden predominantemente en el hipocampo, esa área del cerebro relacionada con la memoria y la gestión de las emociones, formado por neuronas muy "sensibles" que suelen reaccionar al estrés y al miedo y que por ello no retienen información, lo que puede tener un efecto directo en las tareas escolares, por ejemplo. Hoy sabemos que, por esto, las conexiones se pierden y no funcionan bien. Por suerte, también sabemos que si los niveles de estrés o ansiedad disminuyen estas se recuperan.
El estrés pandémico y el miedo a lo desconocido que está causado en los niños por la incertidumbre, por la tensión que le transmitimos los adultos y por la alteración de su mecanismo habitual de vida que implica el menor contacto con sus pares por motivos obvios, desencadenan la aparición con más frecuencia de trastornos de ansiedad en menores, y que algunos de estos casos están derivando en depresión. Sucede que el niño no tiene la capacidad de expresar ese estrés, pero nos podemos dar cuenta cuando, por ejemplo, se dedica solo a los videojuegos, a ver series, se aísla. Puede parecernos "saludable" porque no sale a contactar con el virus y los afectos en el exterior pero... ¿es realmente así de saludable? La respuesta, definitivamente, es no. Hay ansiedad reprimida y depresión a distintos grados y niveles.
¿Cómo podemos, entonces, bajar los niveles de estrés de los niños? Lo primero que debemos conseguir es que el nivel de estrés disminuya en el entorno del pequeño. Los padres nos tenemos que desestresar. A la vez, hay que fomentar unos hábitos saludables, una rutina sana, de entre los cuales, la costumbre más beneficiosa es la de mantener una adecuada calidad de sueño tanto para los niños como para los adultos, ya que no importa cuan sana creamos que es nuestra vida, si no dormimos de manera absolutamente satisfactoria (en calidad más que en cantidad) no estaremos bien. Eso debido a que mientras dormimos regeneramos nuestro cerebro y se sintetiza la hormona del crecimiento, y ello es esencial. Por ejemplo, con los pequeños lo ideal sería que se despertaran solos, incluso cuando van al colegio, es decir, hacerlo de manera natural por el mismo horario.
Igualmente, es fundamental una alimentación sana y el ejercicio físico, no solo hacerles practicar deportes, sino también bailar, ir en bicicleta, hacer lo que a la familia más le guste. Hay que procurar que sea al aire libre, que los niños estén al sol.
Otro factor importante que podemos trabajar con ellos es la respiración. Si les ensañamos, acudirán a ella cuando tengan una situación estresante, como un examen o una consulta médica.
Otra práctica esencial a la que podemos recurrir los padres es fomentar el sentimiento de pertenencia, hacer que el niño tenga una tarea, una responsabilidad que le haga partícipe de la familia, que le dé la sensación de que lo que hace es importante, no es solo poner la mesa o ayudar con la limpieza, sino también actividades creativas como organizar una obra de teatro con títeres o sus propios muñecos, hacer un dibujo, preparar unos disfraces para toda la familia, todo lo cual es muy bueno para el cerebro de los niños, ya que les transmite un mensaje claro: "estoy cumpliendo con algo, con un objetivo”. Y no descuidar las relaciones entre iguales que son esenciales para los más pequeños, no a aglomerarse entre un montón, pero si reunir a niños en burbuja de amiguitos para compartir. Es por eso que soy partidario de las clases llamadas "híbridas", donde los niños pueden volver a compartir con sus pares en burbujas (mis mellizos van a clases desde que se habilitó esta modalidad con todas las normas de protocolo de su colegio).
Es importante que tomemos conciencia de que los padres somos el espejo en el que los niños se miran, por lo que, si reducimos nuestro estrés, el suyo disminuirá. Las emociones se contagian; no solo las negativas, también las positivas. Si tú eres feliz, tu hijo también será feliz. Todo, finalmente, es algo DE LA CABEZA. Nos leemos el sábado siguiente.
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